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Alienados de todo el mundo, uníos

La alienación ha sido una de las teorías más debatidas del siglo XX. La primera exposición filosófica del concepto tuvo lugar ya en 1807 por parte de Georg W. F. Hegel. En su Fenomenología del espíritu, constituye la categoría central del mundo moderno y usó el término para representar el fenómeno por el que el espíritu se objetiva. Con todo, en la segunda mitad del siglo XIX, la alienación desapareció de la reflexión filosófica y ninguno de los grandes prensadores le prestó atención.

El redescubrimiento de esta teoría en 1932 con la publicación de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, un texto inédito de la producción juvenil de Karl Marx donde, mediante la categoría del «trabajo alienado», traslada la problemática de la esfera filosófica a la económica. La alienación fue así descrita como el fenómeno por el que el producto del trabajo se manifiesta «como un ente extraño, como una potencia independiente del productor». Contrariamente a Hegel, quien la había representado como una manifestación ontológica del trabajo, que coincidía con la objetivación en cuanto tal, Marx concibió este fenómeno como la característica de una determinada época de la producción: la capitalista.

Las concepciones no Marxistas

Sin embargo, todavía tuvo que pasar mucho tiempo antes de que una concepción histórica, no ontológica, de la alienación se consolidara. De hecho, la mayor parte de autores que trataron esta problemática en las primeras décadas del siglo XX, lo hicieron considerándola un aspecto universal de la existencia humana. En Ser y tiempo, por ejemplo, Martin Heidegger la consideró una dimensión fundamental de la historia, la tendencia del Ser-Ahí (Dasein) a perderse en la inautenticidad y el conformismo del mundo que lo circunda. Herbert Marcuse también identificó la alienación con la objetivación en general y no con su manifestación en las relaciones de producción capitalistas. A su juicio, existía una «negación originaria en el acto del trabajo» que pertenecía a la «esencia misma de la existencia humana». De este modo, la crítica de la alienación devino una crítica de la tecnología y del trabajo en general. Su superación se consideró posible sólo mediante la afirmación de la libido y el juego en las relaciones sociales, únicos momentos en que el hombre alcanzaba la libertad que le era negada durante la actividad productiva.

En la segunda mitad del siglo XX el concepto de alienación también llegó al psicoanálisis. Los que la abordaron partían de la teoría de Freud, para quien, en la sociedad burguesa, el hombre se enfrenta a la decisión de elegir entre naturaleza y cultura y, para poder disfrutar de la seguridad garantizada por la civilización, debe necesariamente renunciar a las propias pulsiones. Los psicólogos asociaron la alienación con las psicosis que se manifiestan, en algunos individuos, precisamente a causa de esta elección conflictiva. Por consiguiente, la vastedad de la problemática de la alienación quedó reducida a un mero fenómeno subjetivo.

Tras las principales elaboraciones no marxistas de la alienación también hubo la de los existencialistas franceses. Después de la segunda postguerra, esta problemática fue incorporada por ellos como referencia recurrente tanto en filosofía como en narrativa. De este modo, la alienación adquirió un perfil muy genérico, identificada con una indistinta desazón del hombre en la sociedad, con una separación entre la personalidad humana y el mundo de la experiencia y, por tanto, como una condition humaine no suprimible.

El irresistible encanto de la teoría de la alienación

A partir de los años sesenta irrumpió una auténtica moda por la teoría de la alienación, y en todo el mundo aparecieron centenares de libros sobre el tema. Fueron los tiempos de la alienación tout-court. El período en que numerosos autores, distintos entre sí por su formación política y disciplinas, atribuyeron las causas de este fenómeno a la mercantilización, a la excesiva especialización del trabajo, a la burocratización, al conformismo, al consumismo, a la pérdida del sentido propio que se manifestaba en la relación con las nuevas tecnologías; e incluso al aislamiento del individuo, a la apatía, a la marginación social y étnica, o a la contaminación ambiental. Sin embargo, la popularidad del concepto y su uso indiscriminado crearon una profunda ambigüedad terminológica. En pocos años, la alienación se transformó en una fórmula vacía que abarcaba todas las manifestaciones de la infelicidad humana y su desatinado uso generó la convicción en la existencia de un fenómeno igualmente inmodificable.

Con el libro de Guy Debord La sociedad del espectáculo, uno de los manifiestos de la generación del 68, la teoría de la alienación llegó a la crítica de la producción inmaterial. Retomando algunas tesis avanzadas por Max Horkheimer y Theodor Adorno en Dialéctica del iluminismo, según las cuales en la sociedad contemporánea la diversión también había sido subsumida en la esfera de la producción de consenso por el orden social existente, Debord afirmó que cuando el capitalismo está más desarrollado el obrero es «aparentemente tratado como una verdadera persona, con cortesía premurosa, porqué la economía política puede y debe dominar los pasatiempos y la humanidad del trabajador». Esta reflexión lo llevó a colocar en el centro de su análisis al mundo del espectáculo: «en la sociedad actual el espectáculo corresponde a una fabricación concreta de la alienación». De este modo, para el teórico francés, la alienación se afirmaba hasta el extremo de constituir una experiencia entusiasta para los individuos que, guiados por este nuevo opio del pueblo al consumo y a «reconocerse en las imágenes dominantes», se alejaban aun más de sus propios deseos y existencias reales.

Jean Baudrillard también utilizó el concepto de alienación para interpretar las mutaciones sociales ocurridas con la llegada del capitalismo maduro. En La sociedad de consumo, de 1970, señaló el consumo como factor determinante de la sociedad moderna. Según Baudrillard, «la era del consumo», en que la publicidad y los sondeos crean necesidades ficticias, se había transformado también en «la era de la alienación radical: la lógica de la mercancía se ha generalizado, y hoy no sólo regula los procesos de trabajo y de producción material, sino también toda la cultura, la sexualidad y las relaciones humanas. Todo se torna espectáculo, es decir, evocación, provocación, orquestación en imágenes, símbolos y modelos consumibles».

En los años cincuenta el concepto de alienación había entrado también en el vocabulario sociológico norteamericano. Sin embargo, el tema se afrontó desde una óptica completamente distinta a la prevaleciente en Europa. La sociología convencional volvió a tratar la alienación como problemática inherente al ser humano individual y no a las relaciones sociales, y la búsqueda de soluciones para su superación se dirigió hacia la capacidad de adaptación de los individuos al orden existente en lugar de hacia las prácticas colectivas encaminadas a cambiar la sociedad. Esta aproximación acabó por marginar, e incluso excluir, el análisis de los factores histórico-sociales que determinan la alienación, produciendo una suerte de hiper-psicologización del análisis del concepto, que también fue asumida por la sociología, además de la psicología, no como una cuestión social, sino como una patología individual cuya curación era una cuestión individual.

El profundo cambio en el concepto de alienación que se había manifestado en las ciencias sociales fue encauzado por la publicación de nuevos textos marxianos inéditos, en especial los Grundrisse, los manuscritos preparatorios del Capital, y por las célebres páginas sobre el «fetichismo de las mercancías» contenidas en el primer volumen de la obra magna de Marx. La comprensión de la alienación volvió a dirigirse hacia su superación práctica, es decir, la acción política de los movimientos sociales, partidos y sindicatos encaminada a cambiar radicalmente las condiciones de trabajo y de vida del proletariado. Con la difusión de estos textos, la teoría de la alienación trascendió las aulas universitarias y los documentos filosóficos para irrumpir en las calles y convertirse en crítica social mediante las luchas obreras.

En los tiempos del neoliberalismo

La victoria del neoliberalismo ha trastornado completamente este escenario. En los últimos 20 años se han sucedido significativos cambios políticos y económicos que han visto aumentar dramáticamente la brecha entre la acumulación de riqueza de una élite cada vez más reducida y la creciente marginalidad y pauperización de las clases trabajadoras.

Después de haber sido protagonista indiscutible del siglo XX, el mundo del trabajo ha pasado a ser un actor mudo del debate político y cultural contemporáneo, en parte debido a la mayor dificultad que encuentran las fuerzas sindicales en representar y organizar nuevas generaciones y trabajadores emigrantes, en un contexto en que las relaciones laborales han sido forzadas a formas cada vez más precarias, flexibles y privadas de derechos. Contemporáneamente, los movimientos globales de protesta se han significado, hasta ahora, por una reivindicación genérica de mayor igualdad social, a la que a menudo le ha faltado una reflexión adecuada sobre la centralidad del trabajo, sus nuevas problemáticas y transformaciones radicales.

En una era en que la producción, a pesar de las tesis que a finales del siglo pasado anunciaron con gran clamor el «fin del trabajo», asume nuevamente los estándares de explotación e injusticia social del siglo XIX (acontecimientos como el de las fábricas chinas de la multinacional Foxconn actualmente son moneda corriente en todo el mundo) es de esperar que la crítica de la alienación retorne entre las banderas y las reivindicaciones del nuevo movimiento obrero. En definitiva, el río todavía lleva agua.

Traducción por: Carlos Soriano

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Antonino Infranca, Margem Esquerda

É indubitável que a atual crise do sistema capitalista fez renascer o interesse pelo maior e mais radical inimigo do capitalismo, Karl Marx. Esse interesse, depois da queda dos regimes do socialismo real, é agora mais livre e mais objetivo, uma vez que a pesquisa sobre a obra de Marx não é mais ligada a defesa preconceituosa e extremistas daqueles odiosos sistemas políticos.

Também na Itália o interesse por Marx é fortemente cultivado por estudiosos de grande mérito. Um deste é Marcello Musto que, não por acaso, como tantos outros eméritos pesquisadores italianos, foi impelido a emigrar; hoje, é professor de Teoria política da York University em Toronto. Seu último livro Ripensare Marx e i marxismi (Roma, Carocci, 2011, pp. 373) é uma coletânea de parte de seus artigos esparso e antecipa uma espécie de biografia intelectual de Marx.

Como preconizavam Lukács e Dussel, e como afirma o próprio Musto «a pesquisa sobre Marx contém ainda tantas veredas inexploradas e, diferentemente do que sempre se afirmou, nem tudo sobre a sua obra foi dito e escrito» (p. 15), ainda porque nem tudo foi publicado. Existe ainda centenas de páginas inéditas, que foi frequentemente censuradas pelo regime soviético, que podem ainda revelar surpresas seja para os estudiosos de Marx, seja para os seus críticos. A nova edição da Marx Engels Gesamtausgabe, ainda não concluída, conta até agora somente com 58 volumes dos 114 previstos; essa questão, inclusive, é um dos argumentos do livro de Musto (cfr. pp. 189-224). O autor reconstrói a história das publicações de Marx com alto rigor e precisão, ao mesmo tempo em que utiliza uma linguagem apaixonada, quase como uma narração romanceada, revelando, assim, uma notável clareza de estilo não comum a um filósofo.

Por motivo de espaço, limito-me a tecer observações sobre dois dos tantos e interessantes argumentos contidos no livro de Musto. Antes de tudo, o autor sublinha o modo incansável próprio do estilo intelectual de Marx e de sua incapacidade de colocar limites as suas pesquisas. Como um obstinado perfeccionista e mesmo sendo dotado de um modo claro e brilhante de se exprimir, Marx, que seguia incessantemente todos os noticiários mais recentes e todas as mais avançadas reflexões de sua época, muitas vezes deixou de elaborar uma síntese definitiva de muito de seu arsenal de material de pesquisas. Na prática, publicou em vida pouquíssimo das milhares de páginas que correspondiam ao seus apontamentos sobre as reflexões e teorias que colhia. Este é um dos motivos, junto ao aspecto da complexidade de seus escritos, pelo qual a obra de Marx é ainda hoje efetivamente pouco conhecida. Um outro motivo, é o da diversidade de suas reflexões e previsões, no que diz respeito ao que já havia realizado, e que não correspondia diretamente com as aspirações do regime soviético, que acaba retendo como mais conveniente tornar vagarosa e até mesmo, por um certo período, interromper a publicação de suas obras inéditas. Paradoxalmente, a queda daquele regime e a atual crise relançam o interesse por Marx. Ainda porque uma das características de seu método de estudo «tinha fornido a Marx instrumentos úteis não somente para colher as diferenças entre os diversos modos com a qual a produção se manifestou no curso da história, mas também para distinguir no presente as tendências que pressupõe o desenvolvimento de um novo modo de produção, contrastando, consequentemente, com aqueles que haviam postulado a insuperabilidade histórica do capitalismo» (p. 143). Se então o método de Marx permite de colher nas suas análises os desenvolvimentos futuros do modo de produção capitalista, hoje se consegue prefigurar através daquelas mesmas análises as características típicas da atual crise. Para dar um rápido exemplo, as análises marxiana da finança mundial e da, então incipiente, globalização são hoje confirmadas.

O método de Marx de apoderar-se das idéias alheias reescrevendo-as, fazendo-as suas com a pena, transferindo-as sempre sob o plano concreto da história, permitia de colher a complexidade dos fenômenos sociais e, ao mesmo tempo, a simplicidade de sua estrutura lógica, podemos dizer que ia do fenômeno último até o princípio dominante, presente em toda dinâmica sócio-econômica. Para dizer com as palavras de Musto: «A abstração devia ser constantemente confrontada com os diversos aspectos próprios da realidades histórica, sendo possível assim distinguir as determinações lógicas gerais daquelas das relações históricas concretas» (p. 142). Tal método é a exata inversão do método hegeliano, que possuindo uma estrutura lógica, assumia nesta todas as relações históricas concretas. Através deste aspecto que podemos ver o quanto Marx inverteu a dialética hegeliana, dando-a uma base histórica que em Hegel era rarefeita.

«Com o utilizo do conceito hegeliano de totalidade, Marx tinha afinado um eficaz instrumento teórico – mais sólido que os limitados processos abstratos utilizado pelos economistas – que capacitava mostrar, ao evidenciar a ação recíproca operante entre as várias partes, que o concreto era uma unidade diferenciada por muitas determinações e relações sócio-econômicas e a separação das mesmas, concebidas pelos economistas em seus reincidentes e difusos textos, resultava tanto arbitrária quanto deletéria para compreender as relações econômicas reais» (p. 129). Na prática era a filosofia a fornecer a Marx uma maior compreensão da realidade econômica em relação aos economistas. Esta conclusão de Musto permite entender quanto encoberta foi a interpretação do marxismo-leninismo soviético. O dano consistia no fato que «foi expelido da teoria de Marx a sua vocacional função de guiar uma ação, uma vez que esta foi transformada, no seu contrário, ou seja, na justificativa de uma ação a posteriori [a justificação que dava uma base “legítima” ao próprio sistema soviético]» (p. 195). Podemos então nos contentarmos pela queda do regime soviético, pelo fim do modo devastante e esclerosado que foi tratada a obra do autor de O capital pelos stalinistas e seus consortes e pela boa nova de que dos arquivos soviéticos veio fora os manuscritos de um Marx do vigésimo primeiro século que nos reserva ainda tanta surpresa.

Tradução de Tatiana Fonseca Oliveira

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Rita Felerico, Il Denaro