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From Political Theory to International Relations: New Critical Interpretations of Marx

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지젝 철학이 마르크스적 대안 ? 노동자운동으로부터 너무 동떨어졌다

마르크스학자 마르셀로 무스토, 한국서 강연 진정한 마르크스주의란 인간을 위한 사회적 관계 회복 폭주하는 자본주의의 대안 박우진기자 입  마르셀로 무스토는 “자본주의의 위기에 대처하기 위해 진짜 마르크스주의를 회복해야 한다”고 강조했다. 최흥수기자”마르크스 없는 마르크스주의, 마르크스주의를 모르는 마르크스주의자가 너무 많다.”

이탈리아 출신의 마르크스학자 마르셀로 무스토(37)는 안토니오 네그리, 슬라보예 지젝 등으로 이어지는 포스트모더니즘 이후 마르크스주의 조류가 “진짜 마르크스로부터 너무 멀리 갔다”고 비판한다. 예를 들면 지젝 철학이 라캉의 정신분석 이론과 더 관련이 있고 정작 마르크스와 노동자운동의 역사와는 동떨어져 있는데도 마르크스적 대안으로 간주되는 것은 문제라는 지적이다. 이런 내용을 담은 무스토의 2011년 저서 <마르스크와 마르크스주의들을 다시 생각한다>가 최근 국내에 번역 출간 됐다. 이에 맞춰 경상대사회과학연구원 초청으로 방한한 무스토는 3일 서울 광화문에서 한 인터뷰에서 “마르크스만큼 정치적으로 과도하게 해석된 학자는 없다”며 “역사 속에서 생긴 오해와 실수를 걸러내고 진짜 마르크스를 회복해야 한다”고 말했다.

왜 지금 마르크스일까. 무스토는 “2008년 세계 금융 위기 이후 제기된 자본주의의 한계를 비판적으로 이해하는 도구로서 마르크스주의는 대단히 유효하다”고 지적했다. 세계는 90년대 초반 소련 붕괴 후 사멸한 듯 보였던 마르크스주의의 대대적 부활을 목도하고 있다. 학계 내부에서만 진행되는 일이 아니다.독일에서는 <자본론>이 불티나게 팔려나가고, 그리스에 서 급진 좌파 성향인 시리자당이 최대 야당으로 부상했다. 무스토는 “소련만 붕괴하면 세계는 끝없이 발전할 것이라는 정치적 주술, 자본주의가 완벽한 체제라는 믿음이 깨진 자리에서 세계를 변화시키는 마르크스주의의 가치가 재평가되고 있다”고 분석했다.

하지만 이것이 공산주의를 지탱했던 소련식 마르크스ㆍ레닌주의의 복귀를 의미하지는 않는다. 무스토는 “정작 마르크스는 유물론적 변증법에 중점을 두지도, 평등을 자유와 대립하는 것으로 상정하지도 않았다”고 강조했다.

대 신 그가 제안하는 마르크스주의는 자본에 의한 소외와 상품 물신성에서 자유로운 개인들의 연합 가능성이다. 마르크스가 1864년 창설한 국제노동자협회 ‘제1인터내셔널’에서 시도했던 것이다. 무스토는 “마르크스는 이 조직을 통해 노동자들이 사적 소유를 목적으로 하지 않은 노동의 즐거움을 누리고, 자본의 착취를 피해 노동을 줄이고 남는 시간을 사랑하는 데 쓸 수 있는 체제를 꿈꿨다”며 “인간에 의한, 인간을 위한 사회적 관계 회복이 폭주하는 자본주의의 대안”이라고 강조했다.

무스토가 새로운 마르크스주의를 ‘발굴’해낸 터는 마르크스와 엥겔스의 모든 유고를 망라해 출간 중인 마르크스·엥겔스 전집 (MEGA)이다. 무스토는 이 자료를 검토해, 방대한 원본이 소련 등의 정치적 이해에 의해 축약된 채 정전화된 것이 왜곡된 마르크스주의의 기원임을 밝히는 연구를 계속하고 있다.

무스토는 자신의 저서가 한국에서 마르크스에 대한 논의의 불씨가 되기를 바란다고 말했다. 그는 7일까지 국내 대학과 시민사회단체 등을 순회 강연한다. 내년에는 본격적으로 마르크스를 현대에 적용하는 작업을 시작한다. 민주주의, 생태주의, 젠더 등 현대의 첨예한 정치·사회적 개념에 대한 마르크스의 관점을 성찰하는 논문 모음집 <마르크스 부활: 현대사회 비판에 관하여>를 출간하는 것이다. 이매뉴얼 월러스틴, 고 에릭 홉스봄 등 당대 최고의 마르크스학자들이 참여한 대기획이다.

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Las esperanzas desoídas de la “nueva Sudáfrica”

Quienes, visitando Sudáfrica, deseen comprender los sucesos que han distinguido la dramática historia de este país no pueden prescindir del museo del apartheid.

Situado a pocos kilómetros del centro de Johannesburgo, representa uno de los lugares más significativos para emprender el viaje hacia atrás en la historia de uno de los peores casos del colonialismo europeo y, al mismo tiempo, del racismo del siglo XX. La atmosfera festiva che se respira en el exterior, por la presencia de estudiantes que, entre cantos y dulces sonrisas, antes de entrar se disponen en una fila de indumentarias y mochilas de colores, cesa bruscamente en la puerta de acceso.

Al museo no se accede en grupo. Los visitantes, estudiantes o miembros de familias son separados uno por uno en función del número del billete comprado y antes de reagruparse junto a una fotografía de Nelson Mandela, revivirán la tragedia de la segregación. Los visitantes con números pares entran por el acceso reservado a los «blancos», de quienes se recuerdan los privilegios gozados y las atrocidades cometidas en el curso de la visita, mientras los impares, en el pasillo contiguo, recorren el trayecto de la brutalidad sufrida por los negros y los de color. En la parte inicial del museo, todos siguen el mismo recorrido, pudiéndose a menudo mirar y a veces caminar juntos, pero están siempre separados por una fría reja de metal; no se tocan nunca y atraviesan relatos, documentos y experiencias de vida completamente distintas.

Racismo y apartheid

La colonización europea empezó en 1486, año en que el navegante portugués Bartolomeu Dias superó el extremo meridional de África. En 1652, algunos pioneros holandeses de extracción calvinista, dedicados a la agricultura y por ello llamados Boers (campesinos), construyeron un primer asentamiento como escala de las naves de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la futura Ciudad del Cabo.

A principios del siglo XVIII, comenzaron a llamarse Afrikaners para distinguirse de los colonizadores ingleses llegados después de ellos; pero el suceso que sacudió la historia de esta tierra fue el descubrimiento, en 1887, de las increíbles riquezas del subsuelo. En pocos años todo cambió: antes de acabar el siglo XIX en Sudáfrica se producía más de un cuarto del oro de todo el mundo y la fama de sus diamantes preciosos no era menor. El racismo fue un elemento esencial de la cultura de la población de origen europeo y hasta el Partido Comunista (CPSA), en 1922, llamó a los mineros a la lucha por una «Sudáfrica blanca y socialista».

En abril de 1994, las televisiones de todo el mundo mostraron interminables colas de sudafricanos que, durante horas, con paciencia y orgullo, esperaban un momento largamente esperado: el primer voto y el fin de la segregación racial. Pasados veinte años se puede afirmar que las expectativas de aquellos millones de mujeres y hombres han sido incumplidas. La lucha por un país verdaderamente democrático se ha visto truncada por las políticas neoliberales adoptadas por el African National Congress. La brutal masacre de Marikana en Agosto pasado, tan similar a las matanzas en los tiempos del apartheid, donde perdieron la vida 47 mineros en huelga por el aumento de su salario (apenas 250 euros al mes después de 18 años de democracia) representa perfectamente las paradojas de esta nación.

Frente a la extraordinaria concentración de riqueza existente – un estudio reciente de Citigroup afirma que Sudáfrica posee todavía hoy el subsuelo más rico del planeta, estimando el valor de sus reservas mineras en más 2.5 billones de dólares – en la postguerra este país destacaba, excluida la población de origen europeo, por el índice de mortalidad más alto del mundo. Más de la mitad de la población de origen africano vivía confinada en los Bantustan (que cubrían apenas un 13% de la superficie), donde el poder blanco relegó – y a veces deportó – a las poblaciones locales según de la etnia de proveniencia; la otra mitad habitaba en las township, aglomeraciones de barracas que limitaban con las ciudades de los “blancos”, donde se amontonaba, sin derecho civil alguno, la fuerza de trabajo negra que sostenía la economía sudafricana. En estas zonas la miseria era extrema. Los zapatos tan solo llegaron en 1979, gracias a la Cruz Roja.

A pesar de la resolución de condena a las políticas del apartheid, votada en la ONU en 1962, el veto impuesto a la moción de 1974 por los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, potencias que se beneficiaban de las exportaciones de Sudáfrica, impidió la expulsión del país de las Naciones Unidas. De este modo, por la ruta del Cabo de Buena Esperanza, transportando más del 20% del petróleo consumido en USA y el 70% de las materias primas estratégicas (especialmente platino, cromo y manganeso) para Europa Occidental, siguieron navegando más de 2000 barcos al año y las débiles sanciones económicas aplicadas no mellaron en absoluto la economía y el régimen del National Party.

Pobreza y Neoliberalismo

En el momento de los acuerdos de paz que siguieron a la extraordinaria lucha de liberación, Sudáfrica era un país profundamente dividido. La renta per cápita de la población de origen europeo era la séptima más alta del mundo, mientras que la de la africana era la ciento veinteava. Tras la elección de Mandela y con la masificación de las ciudades por parte de la multitud de africanos liberados de los sórdidos guetos de la segregación, los “blancos” comenzaron a trasladarse a barrios residenciales lejos del centro de las ciudades, donde aún hoy viven atrincherados en lujosísimas casas, una mezcla de villas de estilo hollywoodiense y fortalezas rodeadas de alambre de espino eléctrico y guardias armados privados.

En los primeros quince años de libertad, junto a la figura carismática e internacionalmente reconocida de Mandela, ha destacado la de Thabo Mbeki. Vicepresidente del primer quinquenio y después al frente de la «nación arco iris» hasta el 2008, ha sido Mbeki quien ha definido los designios económicos del país.

En 1994, la Alliance, coalición electoral compuesta por el ANC, CPSA y el COSATU, la principal y más combativa federación sindical sudafricana con más de 1.8 millones de inscritos, puso en marcha el Programa de Reconstrucción y Desarrollo (RDP), un conjunto de medidas con el fin de crear servicios básicos, ocupación, vivienda y de la reforma de la propiedad de la tierra con objeto de reducir la injusticia social. Tan solo dos años después, el RDP fue sustituido por un nuevo plan estratégico para el Crecimiento, Empleo y Redistribución (GEAR) que debía permitir, según las promesas de Mandela y Mbeki, la llegada de inversiones extranjeras, y por tanto el bienestar general. En realidad, con el GEAR, a Sudáfrica llegaron el neoliberalismo y sus efectos devastadores.

Tras haber aceptado el pago de la deuda pública (25 mil millones $) acumulada durante la era del apartheid, para lo que fue necesario solicitar un crédito al Fondo Monetario Internacional y, por tanto, someterse a sus recetas económicas, con el GEAR. De este modo, Sudáfrica inició una ola de privatizaciones masivas; de liberalización de los intercambios para facilitar la importación de mercancías a bajísimo coste; de ingentes recortes al gasto público acompañados de pingües reducciones fiscales a todas las grandes sociedades (cuyas cargas fiscales han descendido del 48% en 1994 al actual 30%); y de desregulación del mercado. A pesar de las promesas de mayor eficiencia, de creación de nuevos puestos de trabajo y consiguiente reducción de la pobreza, estas medidas comportaron el aumento de los precios de la electricidad, agua y transporte; el abaratamiento de los salarios y la flexibilidad laboral; los recortes en el sector público, sobre todo sanidad, educación y pensiones; y el deterioro de la situación ambiental con la enorme emisión de CO2 debida a la cantidad de electricidad suministrada a las multinacionales al precio más bajo del mundo; y, en definitiva, a la financiarización de la economía con un crecimiento sin creación de puestos de trabajo (según el Economist Sudáfrica es el mercado emergente más vulnerable). Cualquier análisis serio de la actual situación socioeconómica de Sudáfrica no puede prescindir de una rigurosa reflexión crítica del GEAR y sus nefastas consecuencias.

Junto a esta «primera economía», cada vez más integrada en el mercado global y vinculada a los sectores mineros y financieros, se desarrolló una «segunda», marginal y similar a las recetas económicas del Nobel Muhammad Yunnus. Mediante la «milagrosa» transformación de los pobres en pequeños emprendedores y mediante la seductora ilusión de que los microcréditos eran la posible panacea de todos los males, esta «segunda» economía ha contribuido, también en Sudáfrica, a una despolitización de la pobreza y ha permitido la penetración del mercado en ámbitos de las relaciones sociales hasta ahora no mercantilizados. Por otra parte, la “tecnocratización” de la cuestión social, es decir la anulación de sus causas económicas y políticas, es un fenómeno cada vez más difundido.

Mbeki ha guiado esta transformación utilizando una retórica de izquierdas con tintes de nacionalismo africano. No por nada su política ha sido definida como Talk left. walk right, es decir, hablar como la izquierda y caminar hacia la derecha. Planteamiento del que no se ha distanciado Jacob Zuma, el actual presidente de Sudáfrica quien, a pesar de haber sido elegido en el 2009 por su énfasis en situarse en la izquierda del ANC, ha traicionado las expectativas de cambio auspiciadas por el COSATU y se ha distinguido por una clara continuidad con el pasado.

Una advertencia para la izquierda

La conquista de los derechos políticos ha sido un resultado importantísimo que no puede ser subestimado, menos aún en un país con la historia dramática de Sudáfrica. Con todo, el cambio prometido por la Alliance no ha abordado la cuestión social. De hecho, el ANC ha retirado de su agenda el tema de la redistribución de la riqueza y, respecto a 1994, las desigualdades han incluso aumentado (en aquel tiempo el salario de un trabajador negro correspondía al 13.5% del salario de un trabajador blanco; hoy la relación ha descendido al 13%). El aumento del descontento social en las áreas urbanas indica que la «Guerra a la pobreza», declarada por el gobierno en el 2008, también se ha perdido. El número de desempleados es superior a un cuarto de la fuerza de trabajo del país – mayor que durante los tiempos del apartheid – y el porcentaje de desempleo sería superior al 30 % si en la estimación se incluyeran los discouraged workers, es decir aquellos que han dejado de buscar ocupación. Además, medio millón de puestos de trabajo se han convertido en precarios y retribuidos con salarios inferiores, mientras que muchos de los de nueva creación están retribuidos con menos de 20 euros al mes. Este dramático cuadro ha empeorado con los efectos de la crisis, es decir a causa de la burbuja inmobiliaria (respecto a finales del siglo pasado los precios habían aumentado un 389%); del decrecimiento en los sectores mineros y manufactureros debido a la fuerte reducción de la demanda global; de la caída de las inversiones; y de la pérdida de un millón de puestos de trabajo sólo durante el 2009.

En la «nueva Sudáfrica» las injusticias heredadas del régimen segregacionista han aumentado. El nacimiento de una burguesía “negra” políticamente influyente pero económicamente débil, en suma, de otra élite predadora junto a la ya existente, ha enriquecido un grupo de hombres ligados al ANC, pero ciertamente no ha cambiado las condiciones del pueblo sudafricano. El apartheid racial se ha transformado en apartheid de clase, término hoy en día ya no de moda pero siempre de actualidad, y el fracaso de la Alliance es una advertencia para todas las izquierdas del mundo. Nos explica que también los partidos políticos de gran tradición, especialmente cuando son fuerzas gobernantes, acaban traicionando los principios reformistas si extravían su propia raíz social y dejan de ser sostenidos por movimientos de masa. Una vez más, es desde aquí, y también aprendiendo de Sudáfrica, desde donde hay que volver a empezar.