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Dialogues on Marx: China and the “West”

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Modesto Emilio Guerrero, Agência Periodística de Información Alternativa

De regreso a un Marx siempre latente

De regreso a Marx. Nuevas lecturas y vigencia en el mundo actual , es un recorrido intelectual atrevido, por el interior de la más importante corriente de pensamiento social de base mundial del último siglo y medio.

Una exploración que le da continuidad nutritiva a muchas obras, entre ellas una previa del propio autor-compilador, Marcelo Musto, pero también al ya clásico Consideraciones sobre el marxismo occidental, de Anderson (1975), o Historia del Marxismo de Hobsbawm, Haupt, Marek, Ragionieri, Strada y Vivanti (1980), del mismo Hobsbawm en Cómo cambiar al mundo (2011); de Valentino Gerratana en Investigaciones sobre historia del marxismo (1975), o la obra francesa Marx Intempestivo de Daniel Bensaid (2003).

Una lista incontable de autores y obras se han dedicado, desde la última década del siglo XIX, a revisar y autocuestionar postulados originales de Marx y de Engels, por lo menos desde las polémicas en la 2ª Internacional. El propio pensamiento político en el joven Marx se conforma en medio de una durísima batalla de ideas con los Jóvenes Hegelianos, el anaquismo y los consagrados gurús del socialismo utópico.

No hay forma de separar las crisis del marxismo, como pensamiento rebelde, de la crisis permanente de la sociedad burguesa: actúa como la memoria de su insoportabilidad. Es la única corriente, que a menos de una década de la muerte de su principal creador y a 34 años de la primera construcción de un sistema político en su nombre, ya estaba atrapada en concepciones e ideologías ajenas a sus búsquedas y afirmaciones originales. El marxismo del siglo XX fue formateado en esas matrices.

Esta conpilación de autores y sus comentarios se distingue de lo último publicado por lo menos en dos aspectos: Primero, la cantidad de países y pensadores revisados y estudiados, aunque sea en pocas páginas por capítulo. Son 22 ensayos escritos desde las realidades de 12 países, sobre la revisión de 266 obras marxistas referenciadas, citadas o tratadas, para evaluar su actualidad en temas tan vigentes como la teoría de las crisis capitalistas, el género y las etnias, el caràcter universal del capital, las formas actuales de la alienación, la teoría sobre la libertad humana, el caràcter anticapitalista del cambio social en occidente y en oriente y la relación mítica entre Karl Marx y el socialismo practicado en el siglo XX.

De los 22 autores, 16 estudian los desafíos del marxismo en las metrópolis y desde ellas: EE.UU., China, Alemania, Francia, Canadá, Italia, Rusia, japón, aportando información tan valiosa como desconocida sobre la vida y el destino del marxismo en las sociedad donde menos se construye en su nombre, sin que ello haya impedido la capacidad de pensarlo y actualizarlo.

Los otros seis autores trabajan la vida intelectual y política del marxismo en Brasil, Corea del Sur, Argentina, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile, Cuba, Puerto Rico, Ecuador, México y Perú.

La segunda distinción cualitativa es la tentación que despierta a quienes entendemos que Marx y el marxismo derivado, son mucho más que una portentosa contrucción intelectual del pensamiento social y filosófico, que es al mismo tiempo, una concepción del mundo y un movimiento internacional de clase, el más activo desde mediados del siglo XIX.

Sobre esa existencia compleja, se vuelven inevitables y metabólicamente necesarias sus crisis y revisiones recurrentes, pero ellas tendrán utilidad social sólo en la medida en que sirvan al objetivo emancipador de las clases explotadas.

No se conoce otra corriente de pensamiento que haya sobrevivido tanto reinventándose, a veces con crueldad, de las mutaciones y trastoques de la lucha social y la revisión crítica de sus propios objetos de estudio: la ley del valor, la alienación, la concepción materialista, la relación del hombre con la naturaleza, las estructuras sociales, las instituciones políticas, la globalización del sistema del capital, el carácter de la historia como construcción expansiva e ilimitada y los límite orgánicos a los espacios y recursos de sobrevivencia humana en el planeta.

En esas medidas, la diversidad de enfoques y recensos de lo recopilado en De regreso a Marx. Nuevas lecturas y vigencia en el mundo actual, despierta tentaciones y angustias.

Pudo ser útil al objetivo de la obra editada por Editorial Octubre, (Buenos Aires 2016), hurgar en la relación entre las transformaciones sociales, culturales e institucionales del mal llamado “ciclo progresista” latinoamericano, que ya anda por los 17 años de contradictoria existencia, y el abordaje marxista de sus autores latinoamericanos y los partidos que sostienen a Marx y el marxismo como un oráculo.

Por ejemplo, qué aportaron las obras concursantes en el Premio Internacional al Pensamiento Crítico “Simón Bolívar”, dedicado desde 2005 a explorar los aportes de la teoría social crítica a los grandes problemas contemporáneos de la humanidad. No es un dato menor que casi todas las obras presentadas, están escritas desde algún lugar del marxismo, y que la mayoría de las obras premiadas sean escritas por autores latinoamericanos. ¿En qué medida esa producción potenció la teoría marxista, o no le agregó nada?

Este libro reafirma que existe un Marx renaissance, como sostiene Musto, sin que esto haya alterado una sola fibra de los partidos y agrupaciones que lo invocan desde siempre y para siempre.

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Journal Articles

La sinistra radicale in Europa dopo il 1989

I. La fine del “socialismo reale”
La caduta del Muro di Berlino determinò un profondo mutamento nello scenario politico europeo.
L’implosione dei regimi del blocco sovietico, divenuti nel tempo sempre più repressivi e burocratici, ebbe la positiva conseguenza di affrancare il comunismo dal “socialismo reale” – che aveva rappresentato la sua degenerazione – e di restituirlo alla lotta per l’emancipazione delle classi lavoratrici.

Tuttavia, dopo il 1989, per effetto di uno stravolgimento del quadro politico e di rilevanti trasformazioni economiche, si dispiegò un processo di restaurazione capitalistica che provocò durissimi contraccolpi sociali su scala globale. Anche in Europa, le forze anti-capitaliste videro ridursi, inesorabilmente, il loro protagonismo nella società. Esse si scontrarono, infatti, con l’enorme difficoltà a organizzare e a orientare le lotte sociali e, sul versante ideologico, la sinistra nel suo complesso perse il ruolo egemone conquistato, dopo il 1968, nella cultura di molti paesi.

Tale regresso si manifestò anche nelle consultazioni elettorali. A partire dagli anni Ottanta, sia i partiti aggregatisi intorno alle idee dell’eurocomunismo [1], che quelli ancora fortemente vincolati alle direttive di Mosca [2], subirono un grave declino di consensi, che divenne, in seguito alla fine dell’Unione Sovietica, un vero e proprio tracollo. Stessa sorte toccò anche ai diversi raggruppamenti della nuova sinistra e ai partiti trotskisti [3].

Iniziò, successivamente, una fase di ricostruzione, nel corso della quale sorsero, spesso attraverso processi federativi tra le varie componenti anti-capitaliste rimaste in vita, nuove formazioni politiche. Ciò permise alle forze tradizionali della sinistra di aprirsi anche ai movimenti ecologisti, femministi e pacifisti, sorti nei due decenni precedenti. La Sinistra Unita (IU) in Spagna, creata nel 1986, fu l’antesignana di questo processo. Successivamente, iniziative analoghe maturarono in Portogallo, dove, nel 1987, nacque la Coalizione Democratica Unitaria (CDU); in Danimarca, nel 1989, con la Lista Unitaria – I Rosso-Verdi (Enhl., Ø); in Finlandia, nel 1990, con l’Alleanza di Sinistra (VAS); e in Italia e in Grecia, nel 1991, quando vennero fondati il Partito della Rifondazione Comunista (PRC) e Synaspismós(SYN – Coalizione della Sinistra, dei Movimenti e dell’Ecologia). Varie furono le modalità organizzative attraverso le quali si definirono le nuove aggregazioni. I partiti che composero la Sinistra Unita – tra essi il Partito Comunista di Spagna – conservarono la loro esistenza; la Coalizione Democratica Unitaria in Portogallo funse solamente da cartello elettorale; mentre il Partito della Rifondazione Comunista in Italia e Synaspismós in Grecia si costituirono in soggetto politico nuovo e unitario.

In altri paesi, invece, si procedette a un tentativo di rinnovamento, talvolta quasi solo di facciata, dei partiti esistenti prima della caduta del Muro di Berlino. Nel 1989, in seguito alla fondazione della Repubblica Ceca, si diede vita al Partito Comunista di Boemia e Moravia (KSČM); mentre nel 1990, in Germania, nacque il Partito del Socialismo Democratico (PDS), erede del Partito di Unità Socialista di Germania (SED), già al governo della Repubblica Democratica Tedesca dal 1949. Nello stesso anno, in Svezia il Partito della Sinistra – Comunisti (V) assunse orientamenti più moderati ed eliminò la parola “Comunisti” dalla propria sigla.

II. Il fallimento delle esperienze governative
Questi nuovi partiti, così come quelli che non avevano mutato la loro denominazione, riuscirono a conservare una presenza politica nei rispettivi scenari nazionali e contribuirono, insieme con i movimenti sociali e alle forze sindacali progressiste, alle lotte contro le politiche neoliberiste, inasprite dall’entrata in vigore, nel 1993, del Trattato di Maastricht, in virtù del quale erano stati stabiliti i parametri monetaristici per l’ingresso dei singoli paesi nell’Unione Europea.

Nel 1994, venne creato il gruppo della Sinistra Unitaria Europea nel Parlamento Europeo che, un anno dopo, in seguito all’adesione di alcuni partiti scandinavi, modificò il suo nome in Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica (GUE/NGL). Inoltre, intorno alla metà degli anni Novanta, alcune forze politiche della sinistra radicale, favorite dagli scioperi e dalle grandi manifestazioni di piazza contro i governi Berlusconi e Dini in Italia, Juppé in Francia e González e Aznar in Spagna, ottennero anche discrete affermazioni elettorali. La Sinistra Unita conquistò il 13,4% alle europee del 1994; il Partito della Rifondazione Comunista raggiunse l’8,5% dei voti nelle elezioni italiane del 1996; il Partito Comunista Francese sfiorò il 10% alle legislative del 1997. Di pari passo, questi partiti registrarono l’incremento del numero degli iscritti e l’ampliamento del loro radicamento sui territori e nei luoghi di lavoro.

A questa fase di consolidamento fecero eccezione i paesi dell’Est europeo, nei quali, se si esclude l’anomalia del Partito Comunista di Boemia e Moravia, il retaggio delle dittature “comuniste” del dopoguerra non rese possibile – e ancora oggi impedisce – lo sviluppo di un processo di rinascita delle forze della sinistra. Con l’inizio del secolo, si diffuse in ogni angolo del mondo un vasto e politicamente eterogeneo movimento di lotta contro la globalizzazione neoliberista. Già dalla fine degli anni Novanta, collettivi autorganizzati, sindacati di base, associazioni, partiti anticapitalisti e organizzazioni non governative avevano promosso numerose proteste di massa, in occasione dei periodici vertici internazionali del G8, del Fondo Monetario Internazionale, dell’Organizzazione Mondiale del Commercio e del Forum Economico Mondiale (WEF) di Davos, in Svizzera. La successiva nascita del Forum Sociale Mondiale (WSF), in Brasile nel 2001, e del Forum Sociale Europeo (ESF) favorirono una più ampia discussione sull’elaborazione di politiche alternative a quelle dominanti.

Intanto, sul fronte della socialdemocrazia, l’avvento di Tony Blair, che guidò il Labour Party, dall 1994, e fu Primo ministro del Regno Unito, dal 1997 al 2007, spianò la strada a una profonda mutazione ideologica e programmatica dell’Internazionale Socialista [4] . La sua “Terza via”, supina adesione al mantra liberale, dissimulata con una vuota esaltazione del “nuovo”, fu accolta e sostenuta, con gradazioni e modalità diverse, dai governi di Gerhard Schröder, cancelliere del Partito Socialdemocratico Tedesco (SPD) dal 1998 al 2005 [5] , e di José Sócrates, primo ministro del Partito Socialista (PS) portoghese, dal 2005 al 2011. Anche Romano Prodi, presidente del Consiglio italiano, alla guida di coalizioni di centro-sinistra, dal 1996 al 1998 e dal 2006 al 2008, condivise molti dei temi proposti da Blair e si espresse in favore della ricerca di una “nuova via”.

In nome del “futuro delle prossime generazioni”, questi esecutivi, ispirati dalla Strategia di Lisbona, il programma economico approvato, nel 2000, dai governi dei paesi dell’Unione Europea, posero in atto, quasi allo stesso modo di quelli di centro-destra, controriforme economiche che hanno devastato il modello sociale europeo. Infatti, essi avviarono, con inflessibilità, forti tagli della spesa pubblica, precarizzarono i rapporti lavorativi (limitando le tutele legislative e peggiorando le condizioni generali), praticarono politiche di “moderazione” salariale e liberalizzarono i mercati e i servizi, come sostenuto dalla sciagurata “direttiva Bolkestein” del 2006. L’Agenda 2010, in particolare il Piano Hartz IV di Schröder, in Germania, costituì l’esempio più probante di tali sciagurate scelte.

In molti paesi del sud Europa, la situazione fu ulteriormente aggravata dal ridimensionamento di alcune fondamentali garanzie del welfare state – a cominciare dagli attacchi al sistema pensionistico -, da ulteriori massicce cessioni del patrimonio pubblico, da processi di privatizzazione dell’istruzione, dalla drastica riduzione dei fondi per la ricerca e l’innovazione e, infine, dall’assenza di efficaci politiche industriali. Queste misure furono assunte anche dai governi di Konstantinos Simitis (1996-2004) in Grecia, Massimo D’Alema (1998-2000) in Italia e José Zapatero (2004-2011) in Spagna.

Anche nell’Europa dell’Est le scelte furono analoghe. I governi socialisti di Leszek Miller (2001-2004) in Polonia, e di Ferenc Gyurcsány (2004-2010) in Ungheria furono tra i più fedeli seguaci del neoliberismo e applicarono grandi tagli alla spesa pubblica. In tal modo, essi si alienarono il consenso della classe lavoratrice e degli strati più poveri della popolazione, al punto tale che oggi le forze dell’Internazionale Socialista occupano una posizione del tutto marginale in entrambi i paesi.

Rispetto agli indirizzi di politica economica, è difficile rintracciare differenze, se non del tutto marginali, tra l’operato degli esecutivi socialisti e quello dei governi conservatori in carica nello stesso periodo. Anzi, in molti casi i partiti socialdemocratici, o le compagini di centro-sinistra, risultarono ancora più funzionali al progetto neoliberista. Le loro decisioni, infatti, riscossero un più facile consenso da parte delle organizzazioni sindacali, guidati dalla vecchia, quanto illusoria, logica del “governo amico”. Nel tempo, la scelta di adottare un modello concertativo e poco conflittuale rese i sindacati sempre meno rappresentativi delle fasce sociali più deboli.

I provvedimenti assunti in politica estera andarono nella stessa direzione di discontinuità con il passato. Nel 1999, infatti, fu il governo guidato dai Democratici di Sinistra (DS), gli eredi del vecchio Partito Comunista Italiano, ad autorizzare il secondo intervento militare della storia italiana, dopo il 1945: i bombardamenti NATO in Kosovo, passati alle cronache anche per l’uso di proiettili all’uranio impoverito. Nel 2003, i laburisti inglesi affiancarono, in prima linea, il repubblicano George W. Bush, nella Seconda Guerra del Golfo contro lo “Stato canaglia” iracheno, falsamente accusato di possedere armi di distruzione di massa [6] . Tra questi due conflitti, nessuna forza del socialismo europeo si oppose all’intervento in Afghanistan, ai devastanti “effetti collaterali” che esso arrecò alla popolazione, e, più in generale, alla campagna Enduring Freedom (“libertà duratura”) promossa dal governo degli Stati Uniti d’America.

Anche la questione ecologica, infine, fu spesso relegata a dichiarazioni di principio, che quasi mai furono tradotte in interventi legislativi efficaci per risolvere i principali problemi ambientali. A ciò contribuì la svolta moderata di gran parte dei partiti verdi che, decidendo di formare alleanze di governo tanto con le forze di destra che con quelle di sinistra, si tramutarono in partiti “post-ideologiche” e abbandonarono la battaglia contro il modo di produzione esistente.

La metamorfosi della socialdemocrazia europea, avvenuta con l’acritica adesione al capitalismo e a tutti i principi del liberismo, dimostrò che gli eventi del 1989 avevano travolto non solo il campo comunista, ma anche tutte le forze socialiste. Di fatto, esse avevano rinunciato ad ogni funzione riformatrice, ovvero alla caratteristica principale attraverso la quale si erano distinte, dopo la seconda guerra mondiale, quando avevano sostenuto, ad esempio, l’intervento statale in economia.

Nonostante il profondo mutamento neoliberale dell’Internazionale Socialista, molti partiti della sinistra radicale europea, per la legittima preoccupazione d’impedire la nascita di governi di destra che avrebbero peggiorato, ancor più, la condizione di giovani, lavoratori e pensionati, o, talvolta, per scongiurare l’isolamento e la paura di essere puniti dalla logica del “voto utile”, si allearono con le forze socialdemocratiche. A distanza di pochi anni, il Partito della Rifondazione Comunista in Italia (1996-98 e 2006-8), il Partito Comunista Francese in Francia (1997-2002), la Sinistra Unita in Spagna (2004-08), e il Partito della Sinistra Socialista (SV) in Norvegia [7] (2005-13) fecero il loro ingresso nelle maggioranze parlamentari dei governi di centro-sinistra o accettarono anche la guida di alcuni dicasteri. Più di recente, anche l’Alleanza di Sinistra in Finlandia (2011-14) e il Partito Popolare Socialista in Danimarca (2011-15) hanno assunto responsabilità di governo.

Tale scelta di fondo era, d’altronde, già stata perseguita in modo consistente a livello locale, prescindendo, spesso, da un serio confronto programmatico con le forze politiche con le quali venivano sanciti accordi di coalizione [8]. Il vento liberista che spirava incontrastato dalla penisola iberica alla Russia e, soprattutto, l’assenza di grandi movimenti sociali, che avrebbero potuto condizionare le azioni dei governi a guida socialista, rappresentavano, con tutta evidenza, due ammonimenti di segno negativo per i partiti della sinistra radicale. Inoltre, chiamati a presiedere, con propri rappresentanti, ministeri di poco rilievo (come nel caso di Francia e Italia), o potendosi avvalere soltanto di circoscritti gruppi parlamentari (come in Spagna), i rapporti di forza che essi riuscirono a esercitare all’interno degli esecutivi da loro sostenuti furono debolissimi.

Pertanto, le sinistre anticapitaliste non riuscirono a strappare alcuna significativa conquista sociale, se non qualche blando palliativo in leggera controtendenza con le direttrici economiche di fondo. Viceversa, in più occasioni, dovettero “baciare il rospo” e votare provvedimenti contro i quali avevano, precedentemente, promesso la più intransigente opposizione. Guidati da parlamentari e da responsabili locali selezionati in base all’acritica fedeltà alla linea politica del gruppo dirigente, questi partiti vennero risucchiati dalla scelte dei governi che sostenevano, videro consumarsi una lenta, ma costante, lacerazione con la propria base, con una conseguente perdita di credibilità e consenso tra quanti li avevano votati.

I risultati elettorali successivi alla loro partecipazione al governo furono, infatti, disastrosi ovunque. Alle presidenziali del 2007, i comunisti francesi ottennero meno del 2% dei voti. L’anno successivo la Sinistra Unita spagnola sprofondò, con il 3,8%, al suo minimo storico e, per la prima volta nella storia repubblicana, i comunisti furono esclusi dal parlamento italiano, con la desolante percentuale del 3,1 raggiunta, oltretutto, sotto l’insegna della più ampia coalizione della Sinistra Arcobaleno [9].

III. Al tempo della dittatura della Troika
Nel corso del 2007,gli Stati Uniti d’America furono travolti da una delle più gravi crisi finanziarie dellastoria, che coinvolse, ben presto, anche l’Europa, facendola precipitare in una durissima recessione. A causa del pesante aumento del debito pubblico e del conseguente pericolo di insolvenza, molti paesi dovettero ricorrere ai prestiti della compagine costituita dalla Commissione Europea, dalla Banca Centrale Europea e dal Fondo Monetario Internazionale, ovvero la cosiddetta Troika. I crediti verso le nazioni a rischio default vennero concessi in cambio dell’introduzione di inflessibili politiche di austerità, al cui confronto le già pesanti “ristrutturazioni” degli anni Novanta sembrarono interventi contenuti. Dal 2008, sono stati realizzati 13 programmi di salvataggio (bailout programs): in Ungheria (2008-10), in Lettonia (2008-11) [10] e tre in Romania (2009-15), nell’area dell’Unione Europea, ai quali vanno aggiunti i tre della Grecia (2010-2018), quello in Irlanda (2010-13), quello in Portogallo (2011-14), i due di Cipro (2011-2016) e quello della Spagna (2012-13), all’interno dell’eurozona.

La stessa espressione “riforme strutturali” finì col subire una radicale trasformazione semantica. Il termine, che era appartenuto al lessico del movimento operaio, per indicare il lento, ma progressivo, miglioramento delle condizioni sociali, divenne, invece, sinonimo di distruzione del welfare state . Questo tipo di pseudo-riforme, in realtà vere involuzioni, hanno cancellato moltissime conquiste del passato e hanno ristabilito condizioni legislative ed economiche che ricordano quelle del capitalismo rapace dell’Ottocento.

In questa cornice, si aprì un terribile ciclo recessivo, dal quale l’Europa non è ancora uscita e che, al momento, la vede lottare con lo spettro della deflazione. La forte compressione dei salari ha determinato il crollo della domanda, con il conseguente calo del prodotto interno lordo, e la disoccupazione ha raggiunto livelli mai registrati nel secondo dopoguerra. Dal 2007 al 2014, quest’ultima è passata dall’8.4% al 26.5% in Grecia, dall’8.2 al 24.5% in Spagna, dal 6.1% al 12.7% in Italia e dal 9.1% al 14.1% in Portogallo. Nel 2014, la mancanza di lavoro per un’intera generazione di giovani è giunta a livelli epidemici: 24.1% in Francia, 34.7% in Portogallo, 42.7% in Italia, 52.4% in Grecia e 53.2% in Spagna. Ammonta a oltre un milione, infatti, il numero dei giovani di questi paesi – si tratta molto spesso di quelli più qualificati e in possesso di una migliore istruzione – che sono stati costretti a emigrare [11] .

Siamo in presenza di una nuova modalità di lotta di classe, condotta con grande risolutezza dalle classi dominanti contro quelle subalterne, la cui resistenza è stata, spesso, soltanto flebile, disordinata e frammentata [12]. Ciò è avvenuto sia nei centri capitalistici più sviluppati, dove la riduzione dei diritti dei lavoratori ha raggiunto livelli impensabili trent’anni fa, che nelle periferie del mondo, dove le imprese, spesso multinazionali, sfruttano in forme estreme la manodopera e continuano a rapinare il territorio delle sue preziose risorse naturali.

Questi processi hanno generato un enorme accrescimento delle diseguaglianze e una significativa ridistribuzione delle ricchezze in favore della parte più ricca del pianeta. Le stesse relazioni sociali sono profondamente mutate, improntate a una precarietà incondizionata, a un’estrema competitività tra i lavoratori, alla mercificazione di ogni ambito dell’esistenza, alla guerra sociale tra i ceti più poveri e a un nuovo e più invasivo capitalismo, che corrompe le coscienze e le vite in una forma inedita.

La crisi in Europa si è trasferita rapidamente anche alla dimensione politica. Negli ultimi vent’anni, il potere decisionale è transitato sempre più dalla sfera politica a quella economica. L’economia è divenuta un ambito separato e immodificabile che assume le scelte più importanti, sempre più spesso poste al di fuori del controllo democratico. Quelle che, in un tempo non troppo lontano, erano considerate possibili azioni politiche sono divenute, oggi, incontestabili imperativi economici che, sotto la maschera ideologica dell’apoliticità, nascondono, al contrario, un impianto pericolosamente autoritario e un contenuto totalmente reazionario.

Il caso più emblematico è rappresentato dal Trattato sulla stabilità, coordinamento e governance nell’unione economica e monetaria. Entrato in vigore nel 2013, il fiscal compact, come viene generalmente denominato, ha imposto l’introduzione del vincolo del pareggio di bilancio nelle Costituzioni dei paesi dell’Unione Europea. Ciò significa che ogni nazione ha assunto l’obbligo di rientrare, nell’arco di venti anni, nei parametri stabiliti dal Trattato di Maastricht nel 1993, ovvero che il loro debito pubblico non debba eccedere la soglia del 60% del Prodotto Interno Lordo. Questo rapporto, secondo le statistiche del 2014, è attualmente al 92% nella zona Euro (compreso il 74,4% della Germania e l’89,4% del Regno Unito, unico paese, con la Repubblica Ceca a non aver sottoscritto l’accordo), con le punte massime del Belgio al 106,5%, del Portogallo al 130,2%, dell’Italia al 132% e della Grecia al 177%.

Tale decisione è un muro eretto per impedire ai singoli parlamenti, anche a quelli futuri, scelte autonome sugli indirizzi di politica-economica da attuare. Essa comporta la distruzione dello stato sociale nei paesi più indebitati e, nella presente fase economica, rischia di aggravare, ancor più, la recessione in atto. All’interno di questa più generale offensiva, prendendo ispirazione da alcuni paesi anglosassoni, in Francia, a partire dal 2007, e in Italia, nel 2011, sono state introdotte delle nuove figure, incaricate di “razionalizzare” la spesa pubblica: i commissari per la spending review. Le misure da essi proposte, anziché ridurre gli sprechi, come era stato annunciato, hanno provocato una diminuzione della quantità e della qualità dei servizi.

La tappa successiva di questo disegno prevede il Partenariato Transatlantico per il Commercio e gli Investimenti (TTIP), un accordo tra l’Unione Europea e gli Stati Uniti d’America, intorno al quale è in corso un negoziato riservatissimo, improntato all’ulteriore deregolamentazione degli scambi commerciali, al primato del profitto delle imprese sull’interesse generale e al conseguente aumento della concorrenza al ribasso, che genererebbe nuove riduzioni salariali e minori diritti per i lavoratori.

Il passaggio di potere dai parlamenti – già svuotati del loro valore rappresentativo dalle modifiche apportate ai sistemi elettorali in senso maggioritario, nonché da revisioni, sempre meno democratiche, circa il rapporto tra potere esecutivo e legislativo – alle istituzioni oligarchiche internazionali, le cui direttive neoliberiste favoriscono il dominio incondizionato del mercato, costituisce il più grave attacco all’ordinamento democratico del nostro tempo [13] . Svela il volto di un capitalismo in grave crisi di consenso e incompatibile con la democrazia.

D’altronde, nei pochi referendum convocati in seguito all’approvazione del Trattato di Maastricht, le scelte dei poteri tecnocratici dominanti in Europa sono uscite spesso sconfitte dal voto popolare. É accaduto in Francia e in Olanda, nel 2005, rispetto al Trattato sulla Costituzione Europea [14]; e, successivamente, anche in Irlanda, nel 2008, nei confronti del Trattato di Lisbona [15].

Gli indici della borsa, le valutazioni delle agenzie di rating, lo spread tra i tassi sui titoli di Stato sono giganteschi feticci della società contemporanea, che hanno acquisito maggior valore della volontà popolare. Le scelte che più danneggiano le masse vengono presentate come necessità imprescindibili per “ristabilire la fiducia” dei mercati.

Nel migliore dei casi, la politica è chiamata a sostenere l’economia, come avvenuto, in seguito al 2008, sia negli Stati Uniti d’America che in Europa, allorquando vennero realizzati i salvataggi delle banche. I rappresentanti della grande finanza hanno avuto bisogno dell’intervento politico, per mitigare le devastazioni prodotte dalla più recente crisi capitalistica, ma esse si sono rifiutati di ridiscutere le regole e le scelte economiche di fondo.

Neppure l’avvicendamento tra governi di centro-destra e di centro-sinistra ha modificato gli indirizzi economico-sociali, dal momento che è l’economia a determinare, sempre più, la nascita, la composizione e le finalità degli esecutivi che giungono al potere. Se, nel passato, ciò si realizzava tramite le grandi quantità di denaro destinate dai “poteri forti” a governi o partiti da controllare e mediante il condizionamento dei mezzi di comunicazione di massa, nel XXI secolo accade, invece, per editto delle sue istituzioni internazionali.

Tale fenomeno ha avuto la sua dimostrazione più evidente con la stagione dei “governi tecnici”. Nel giro di una settimana – tra l’11 e il 16 di novembre del 2011 – LucasPapademos e Mario Monti, ineccepibili rappresentanti del potere economico dominante (il primo era stato vicepresidente della Banca centrale Europea dal 2002 al 2010), furono nominati, senza il vaglio delle elezioni, primi ministri in Grecia e in Italia. Papademos restò in carica soltanto sette mesi, mentre Monti, grazie all’appoggio determinante del Partito Democratico (PD), per un anno e mezzo. Erettisi a paladini dell’austerità, essi introdussero, contemporaneamente, drastici tagli alla spesa e ulteriori sacrifici sociali.

Le loro esperienze politiche risultarono brevi, dal momento che entrambi furono drasticamente sconfitti non appena venne restituita la parola agli elettori, ma l’azione dei loro governi si rivelò deleteria, per le scelte effettuate sul piano economico e, forse ancor più, a causa del vulnus democratico procurato dalle modalità della loro investitura.

Alcune forze dell’Internazionale Socialista hanno intrapreso, in questi anni, un cammino che ha avuto un esito simile a quello dei “governi tecnici”. Armati dalla convinzione ideologica che non esiste alternativa al neoliberismo – nonostante la crisi del 2008 avesse mostrato i disastri che questo era stato in grado di produrre e malgrado, sull’altra costa dell’Atlantico, l’amministrazione Obama, con l’ American Recovery and Reinvestment Act del 2009, avesse perseguito scelte differenti -, esse si allearono con le forze del Partito Popolare Europeo (EPP), il gruppo che raccoglie i partiti europei di centro-destra, convertendosi acriticamente ai loro principali indirizzi economico-sociali.

Il prototipo di questa tendenza è stata la Große Koalition in Germania, l’accordo attraverso il quale il Partito Socialdemocratico Tedesco, sostenendo la cancelliera Angela Merkel, dal 2005 al 2009 e dal 2013 a oggi, ha praticamente rinunciato alla propria autonomia. Altri esperimenti di “unità nazionale” sono sorti in Europa meridionale. In Grecia, dal 2012 al 2015, il Movimento Socialista Panellenico (PASOK) e, per un periodo, anche la Sinistra Democratica (DIMAR), appoggiarono il Primo ministro del partito Nuova Democrazia (ND), Antonis Samaras. In Italia, dopo le elezioni del 2013, il Partito Democratico andò al governo – guidato dal suo vice-segretario, Enrico Letta – assieme alla coalizione di centro-destra Il Popolo delle Libertà (PdL), capeggiata da Silvio Berlusconi. Nel 2014, gli subentrò il giovane “rottamatore” neo-blairiano Matteo Renzi, che diede vita a un governo, oggi ancora in carica, con il Nuovo Centrodestra (NCD) – formato da un gruppo di fuoriusciti dal movimento di Berlusconi – e strinse con quest’ultimo un accordo su alcune significative “riforme” elettorali e costituzionali.

Con l’elezione di Jean-Claude Juncker [16] quale presidente della Commissione Europea, la grande coalizione tra il Partito Popolare Europeo e il gruppo dell’Alleanza Progressista dei Socialisti e dei Democratici (S&D) governa anche le principali istituzioni dell’Unione Europea.

IV. Anti-politica, populismo e xenofobia
La sostanziale e nociva uniformità dei partiti nei loro indirizzi politici e nelle decisioni economiche, confermata, da ultimo, anche dalle scelte attuate in Francia, a partire dal 2012, durante la presidenza di François Hollande e, più in generale, la crescente ostilità, di larga parte dell’opinione pubblica, verso la tecnocrazia di Bruxelles, hanno contribuito a produrre un nuovo – il secondo dopo quello del 1989 -, grande cambiamento nel contesto politico europeo.

Nel corso degli ultimi anni, ovunque nel “vecchio continente”, si è sviluppato un sentimento di profonda avversione verso tutto ciò che è riconducibile alla politica, divenuta sinonimo dell’occupazione, fine a se stessa, del potere e non, viceversa, di impegno e di interesse collettivo per cambiare la società, come era accaduto negli anni Sessanta e Settanta. Tale fenomeno ha riguardato, in particolare, ma non solo, le generazioni più giovani e ha favorito anche una diffusa apatia e la diminuzione dei conflitti sociali, a causa del distacco dalle organizzazioni sindacali, avvertite sempre più omologate al potere.

In molti paesi, questa ondata di anti-politica ha investito anche le forze della sinistra radicale, ritenute responsabili, soprattutto a causa delle mediocri esperienze di governo, di essersi adattate al contesto esistente e di avere progressivamente abbandonato le istanze antagoniste delle quali erano state portatrici.

Significative sono state le alterazioni nei rapporti di forza preesistenti all’interno del panorama europeo. Bipartitismi consolidati come quello spagnolo e greco, paesi nei quali, dopo la fine delle dittature, la somma delle forze socialiste e di quelle di centro-destra aveva costantemente raggiunto i tre quarti circa dell’elettorato, sono implosi. Sorte non dissimile sembra toccata al bipolarismo italiano e a quello francese, per effetto del quale, negli ultimi decenni, si era puntualmente verificata una costante divisione dei voti tra gli schieramenti di centro-destra e di centro-sinistra. Inoltre, i tre principali gruppi politici del Parlamento europeo eletto nel 2009 – ovvero il Partito Popolare Europeo, l’Alleanza Progressista dei Socialisti e dei Democratici e l’Alleanza dei Democratici e dei Liberali per l’Europa (ALDE) – hanno perso oltre il 13% dei propri parlamentari alle elezioni del 2014.

Il panorama politico-elettorale è stato modificato dal grande incremento dell’astensionismo, dalla nascita di formazioni populiste, dalla significativa avanzata delle forze dell’estrema destra e, in alcuni contesti, dal consolidamento di un’alternativa di sinistra alle politiche neoliberali.

Il primo di questi fenomeni trova la sua spiegazione principale nel crescente distacco verso i partiti politici. Tale tendenza si è manifestata, nei paesi più diversi, in occasione delle elezioni legislative. In Francia il numero dei votanti è sceso dal 67,9% del 1997 al 57,2% di quelle del 2013 [17]; in Germania dall’84,3% del 1987 al 71,5% del 2013; nel Regno Unito dal 77.7% del 1992 al 66,1% del 2015; in Italia dall’87,3% del 1992 al 72,2% del 2013; in Portogallo dal 71,5% del 1987 al 57% del 2015, in Grecia dal 76,6% del 2004 al 56,5% del 2015 e, in Polonia, in occasione delle elezioni presidenziali, dal 64,7% del 1995 al 48,9% del 2015.

La percentuale dei cittadini recatisi alle urne è diminuita anche alle elezioni del parlamento europeo: dal 62% del 1979 al 42,6% delle ultime consultazioni [18]. Questo dato riflette il progressivo disinteresse verso un’istituzione che rappresenta un modello di Europa sempre più tecnocratico e meno politico. Cavalcando l’onda anti-europeista, negli ultimi anni sono sorti anche nuovi movimenti politici, dichiaratisi “post-ideologici”, che hanno avuto come idee guida la generica denuncia della corruzione del sistema o il mito della democrazia online, a garanzia della partecipazione politica dal basso e in alternativa a quella praticata nei partiti politici.

Sulla base di questi principi venne fondato, nel 2006, quasi contemporaneamente in Svezia e in Germania, il Partito Pirata (PP). Tre anni dopo, esso raggiunse il 7,1% alle elezioni europee nel paese scandinavo e il 2% alle elezioni per il Bundestag. Nel 2012, questo partito venne costituito anche in Islanda, dove ottenne il 5,1% dei voti alle elezioni del 2013. Percentuali significative, se si considera il loro limitato programma politico, ma irrisorie, se comparate con quelle del Movimento 5 Stelle (M5S), cui diede vita, nel 2009, il comico Beppe Grillo e che divenne, alle prime elezioni generali alle quali si presentò, la prima forza politica italiana, con il 25,5% dei consensi.

Nel 2013, nacque a Berlino l’Alternativa per la Germania (AfD)che, grazie al montante euroscetticismo, raccolse il 4,7% alle elezioni federali del 2013 e il 7% a quelle europee dell’anno successivo. Nel 2014, fu la volta di Il Fiume (TP) in Grecia, che raccolse il 6,6% alle europee e il 4,1% alle successive elezioni politiche, e dello sviluppo, su scala nazionale, di Ciudadanos (C’s) – movimento fondato in Catalogna nel 2006 -, che ha ottenuto il 3,2% alle europee, il 6,6% alle amministrative del 2015, ulteriormente raddoppiato, per un totale del 13,9% delle preferenze totali, alle elezioni politiche dello scorso dicembre. Alle recenti presidenziali in Polonia, infine, il cantante Pawel Kukiz, populista di destra, ha ottenuto il 21,3% dei voti. Il suo movimento politico, Kukiz’15, è diventato la terza forza politica del paese, con l’8,8% dei voti, alle legislative dell’ottobre 2015.

Nello stesso periodo, formazioni già esistenti da tempo hanno avuto significative affermazioni su analoghe piattaforme politiche. Il caso più eclatante è quello del Partito per l’Indipendenza del Regno Unito (UKIP) che, combinando populismo, nazionalismo e xenofobia, è diventato, con il 26,6%, la prima forza alle ultime elezioni europee oltre la Manica e ha raggiunto il 12,6% alle elezioni politiche del 2015. Nel parlamento europeo, gli eletti del Partito per l’Indipendenza del Regno Unito si sono coalizzati con quelli del Movimento 5 Stelle, formando il gruppo Europa della Libertà e della Democrazia Diretta (EFDD).

Anche in Svizzera, le elezioni dell’ottobre 2015 sono state vinte, con il 29,4% dei voti – il miglior risultato di sempre -, dal Partito del Popolo Svizzero – Unione Democratica di Centro (SVP-UDC). Anche se il suo nome lascerebbe intendere altro, si tratta di una formazione dell’ultradestra xenofoba e antieuropeista, distintasi, in passato, per aver promosso un referendum, approvato nel 2009, sul divieto di costruire nuovi minareti nel paese.

Inoltre, in molti paesi europei, quando gli effetti della crisi economica hanno cominciato a farsi sentire pesantemente, partiti xenofobi, nazionalisti o apertamente neo-fascisti hanno visto crescere enormemente i loro consensi. In alcuni casi, essi hanno mutato il loro discorso politico, sostituendo la classica divisione tra destra e sinistra con quella di una nuova lotta in atto nella società contemporanea: quella che Marine Le Pen ha definito il conflitto “tra l’alto e il basso” [19] . In questa nuova polarizzazione, essi si sono candidati a rappresentare quest’ultima parte, il popolo, contro l’establishment, ovvero le forze che si sono alternate, per lungo tempo, al governo e contro le élites che favoriscono lo strapotere del libero mercato.

Anche l’impianto ideologico di questi movimenti politici è mutato. La componente razzista è stata, in molti casi, messa in secondo piano, rispetto alle tematiche economiche. L’opposizione alle, già cieche e restrittive, politiche sull’immigrazione attuate dall’Unione Europea si è rafforzata facendo leva sulla guerra tra poveri, ancor prima che sulla discriminazione basata sul colore della pelle o sul credo religioso. In un contesto di disoccupazione di massa e di grave conflitto sociale, la xenofobia è lievitata tramite una propaganda secondo la quale i migranti sottraggono l’impiego ai lavoratori locali, che andrebbero, invece, privilegiati in materia di occupazione, servizi sociali e diritti [20] .

Questo mutamento di rotta ha sicuramente influito sul risultato del Fronte Nazionale che, sotto la guida della Le Pen, ha raggiunto il 17,9% alle elezioni presidenziali del 2012, prima di diventare, con il 24,8%, il primo partito politico francese [21] alle consultazioni europee del 2014, alle amministrative del marzo 2015 – con il 25,2% -, e, infine, alle regionali del dicembre 2015, nelle quali ha conseguito, pur senza riuscire a conquistare alcun governo locale, il 27,7%. Anche la Lega Nord in Italia ha compiuto una notevole metamorfosi. Nata nel 1989 rivendicando l’indipendenza della Padania (o, a partire dal 1996, la sua secessione), è divenuta, negli ultimi tempi, un partito nazionale, la cui piattaforma politica no-euro e anti-immigrati ha costituito la premessa al percorso di alleanza con le principali forze eredi della tradizione fascista. Di recente, il suo consenso elettorale è aumentato massicciamente, al punto da essere diventata, alle elezioni amministrative del 2015, la prima organizzazione del centro-destra italiano, superando Forza Italia, il partito di Silvio Berlusconi.

In Francia e in Italia, alcune storiche roccaforti del voto operaio e comunista si sono tramutate in stabili basi elettorali di queste due forze. La recente coalizione, in sede europea, tra il Fronte Nazionale e la Lega Nord ha permesso, nel giugno del 2015, la nascita del gruppo Europa delle Nazioni e della Libertà (ENL) all’europarlamento di Bruxelles. Ne fanno parte consolidati partiti politici che, affiancati da altre organizzazioni minori, chiedono, da tempo, l’uscita dall’euro, la revisione dei trattati sull’immigrazione e il ritorno alla sovranità nazionale. Tra le più rappresentative vi sono Interesse Fiammingo in Belgio (VB); il Partito della Libertà Austriaco (FPÖ), che ha raggiunto il 20,5% alle elezioni politiche del 2013, il 19,7% a quelle europee del 2014 e il 30,8% alle comunali di Vienna del 2015; e il Partito per la Libertà (PVV) olandese, fondato nel 2006, che ha raccolto il 13,3% alle elezioni europee. Questi ultimi due partiti hanno raggiunto la terza posizione nei loro rispettivi paesi.

Le forze di estrema destra sono entrate in diversi gruppi dell’europarlamento e, per la prima volta dopo la Seconda Guerra Mondiale, hanno compiuto rilevanti avanzamenti anche in altre regioni d’Europa. In tutta la Scandinavia, ad esempio, esse costituiscono una realtà già ben consolidata, nonché l’orientamento ideologico che ha registrato il maggiore successo elettorale.

Nella patria per eccellenza del “modello nordico”, i Democratici Svedesi (SD), nati nel 1988, attraverso la fusione di diversi gruppi neo-nazisti al tempo esistenti, sono diventati, con il 12,8% delle preferenze, il terzo partito più votato alle elezioni legislative del 2014. In Europa essi sono alleati con il Partito per l’Indipendenza del Regno Unito.

In Danimarca e in Finlandia, due partiti fondati nel 1995 ed entrambi aderenti al Gruppo dei Conservatori e Riformisti Europei (ECR), quello storicamente guidato dal Partito Conservatore (CP) britannico, hanno raggiunto risultati ancora più sorprendenti, divenendo le seconde forze politiche dei loro paesi. Suscitando lo stupore generale, il Partito Popolare Danese (DPP) è stato, con il 26,6%, il movimento politico più votato alle ultime elezioni europee. Tale successo è stato confermato alle legislative del 2015, in seguito alle quali, con il 21,1% delle preferenze, è entrato nella maggioranza di governo. Dopo le recenti elezioni del 2015, sugli scanni del governo di Helsinki sono saliti anche i Veri Finlandesi (PS), col 17,6% dei voti.

Infine, in Norvegia, col 16,3% delle preferenze, è arrivato per la prima volta al governo il Partito del Progresso (FrP), di vedute politiche ugualmente reazionarie, che aveva già raggiunto il 22,9% nel 2009. La notevole e pressoché uniforme affermazione di questi partiti, in una regione dove le organizzazioni del movimento operaio hanno esercitato un’indiscussa egemonia per lunghissimo tempo, si è resa possibile anche perchè i partiti di estrema destra si sono impossessati di battaglie e tematiche in passato care alla sinistra, sia socialdemocratica che comunista. Il maquillage della simbologia politica (i Democratici Svedesi hanno, per esempio, sostituito la fiamma, usata molto spesso dai movimenti fascisti, con un rassicurante fiore di campo con i colori nazionali) e l’avvento di leader giovani e abili nel comunicare con i media sono stati fattori utili, ma non fondamentali.

L’avanzata della destra è avvenuta non solo utilizzando classiche campagne reazionarie, come quelle contro la globalizzazione, l’arrivo di nuovi richiedenti asilo e lo spettro della “islamizzazione” della società. Alla base del loro successo vi è stata, soprattutto, la rivendicazione di politiche, tradizionalmente di sinistra, in favore dello stato sociale, proprio mentre i socialdemocratici optavano per tagli alla spesa pubblica e la sinistra radicale era imbavagliata dal sostegno o dalla partecipazione diretta ai governi. Si tratta, però, di un differente tipo di welfare. Non più universale, inclusivo e solidale, come quello del passato, ma basato su un principio diverso – che alcuni studiosi hanno incluso nella categoria di “welfare nationalism” -, ovvero fornire diritti e servizi esclusivamente ai membri della già esistente comunità nazionale.

Al grande consenso ricevuto nelle zone rurali e di provincia, spesso depopolate e con tassi di disoccupazione da primato, a causa della crisi economica, l’estrema destra scandinava ha, così, aggiunto quello di una parte significativa della classe operaia, che ha ceduto al ricatto “immigrazione o stato sociale”. Anche in diversi paesi dell’Est europeo la destra radicale è riuscita a riorganizzarsi, dopo la fine dei regimi pro-sovietici. L’Unione Nazionale Attacco (ATAKA) in Bulgaria, il Partito Slovacco Nazionale (SNS) e il Partito Grande Romania (PRM) sono alcune delle forze politiche che spesso hanno ottenuto buoni risultati ed eletto propri rappresentanti in parlamento.

In Polonia, il partito della destra populista Diritto e Giustizia (PiS) ha vinto le presidenziali del maggio 2015 e ha poi ottenuto, grazie al 37,6% alle legislative dell’ottobre 2015, la prima maggioranza assoluta raggiunta in parlamento da un’unica forza politica, dopo la fine della Guerra Fredda. A differenza dei frequenti richiami al nazionalismo e ai valori religiosi più conservatori, il programma economico di Diritto e Giustizia è stato incentrato sulla promessa di aumentare la spesa sociale, migliorare il livello dei salari e abbassare l’età pensionabile. Una piattaforma di sinistra, in un paese dove la sinistra anticapitalista non esiste e quella socialdemocratica è confinata in uno spazio minoritario, dopo aver colpito, con le sue politiche, le fasce sociali più deboli.

In questa zona d’Europa, comunque, il caso più allarmante è quello dell’Ungheria. Dopo l’introduzione delle severe misure di austerità varate dal governo del Partito Socialista Ungherese, in ossequio alle imposizioni della Troika, e in seguito alla grave crisi deflazionistica da queste innescate, è giunta al potere l’Unione Civica Ungherese – Fidesz (aderente al Partito Popolare Europeo). Dopo aver epurato la magistratura e messo sotto controllo i mass media, nel 2012 il governo ha instaurato una nuova costituzione dai connotati autoritari e lontana dai principi propri dello Stato di diritto. Accanto a tale pericolosa realtà, dal 2010, il Movimento per un’Ungheria Migliore (Jobbik) è diventato il terzo partito del paese, raggiungendo il 20,5% alle elezioni del 2014. A differenza delle forze presenti nell’Europa occidentale e scandinava, Jobbik rappresenta il classico esempio – oggi dominante all’Est – di formazioni di estrema destra, che continuano a utilizzare l’odio contro le minoranze (in particolare quella Rom), l’antisemitismo e l’anticomunismo quali principali strumenti di propaganda e di azione.

Completano, infine, questo panorama diverse organizzazioni neo-naziste, sparse in varie zone d’Europa. Due di esse hanno ottenuto buoni risultati. Il Partito Nazionaldemocratico di Germania (NPD) ha conquistato una presenza istituzionale in due parlamenti regionali, ha raggiunto l’1,5% alle elezioni del 2013 e ha eletto un eurodeputato nel 2014. Alba Dorata (AD), in Grecia, ha raccolto il 9,4 alle europee del 2014 e il 7% alle elezioni del 2015, affermandosi, in entrambi i casi, quale terza forza politica del paese [22] .

In questi anni, dunque, i partiti politici della destra populista, nazionalista o neo-fascista hanno decisamente ampliato il loro consenso, quasi in ogni parte d’Europa. In molte occasioni, sono stati in grado di egemonizzare il dibattito politico e, in alcuni casi, alleandosi con le forze della destra più moderata, sono riusciti ad andare al governo. Si tratta di un’epidemia molto preoccupante, alla quale non si può certo pensare di rispondere senza combattere il virus che l’ha generata: la litania neoliberista oggi tanto in voga a Bruxelles.

Tuttavia, sia in Grecia che nelle regioni orientali della Germania, essi hanno conquistato risultati inferiori a quelli che avrebbero potuto ottenere; mentre in Spagna, Portogallo e Repubblica Ceca, ovvero in alcuni dei luoghi in cui la sinistra comunista ha mantenuto un consistente radicamento sociale e ha sviluppato, nel corso degli anni, una coerente politica di opposizione [23], non si sono realizzate le condizioni per la loro rinascita.

V. La nuova geografia politica della sinistra radicale europea
La crisi economica e politica che attraversa l’Europa ha provocato, in contemporanea all’avanzamento di forze populiste, xenofobe e di estrema destra, anche grandi lotte di resistenza e manifestazioni di protesta contro le misure di austerità imposte dalla Commissione Europea e messe in atto dai governi nazionali.

Ciò ha favorito, soprattutto nella parte meridionale del continente, la rinascita delle forze della sinistra radicale, nonché una loro ragguardevole affermazione elettorale. Grecia, Spagna, Portogallo, nonché l’Irlanda e, in tono minore, altri paesi, sono stati teatro di imponenti mobilitazioni di massa contro le politiche neoliberali. In Grecia, a partire dal 2010, sono stati indetti oltre 40 scioperi generali.

In Spagna, il 15 Maggio del 2011, ebbe inizio una gigantesca ribellione, cui parteciparono milioni di cittadini e dalla quale sorse il movimento poi definito con il nome di Indignados. I manifestanti giunsero a occupare, per ben quattro settimane, la Puerta del Sol, la piazza principale di Madrid. Pochi giorni dopo, una contestazione analoga prese il via anche ad Atene, in Piazza Syntagma. In entrambi i paesi, queste lotte sociali hanno posto, di fatto, le premesse per la successiva affermazione delle forze di sinistra.

D’altro canto, però, le organizzazioni sindacali, sebbene favorite da un retroterra comune – nei paesi europei le misure adottate dopo la crisi avevano causato gli stessi disastri sociali -, non ebbero la volontà politica di redigere un’unica piattaforma rivendicativa e di articolare una serie di mobilitazioni su scala continentale. L’unica parziale eccezione fu rappresentata dallo sciopero generale, proclamato il 14 Novembre 2012, in Spagna, Italia, Portogallo, Cipro e Malta, sostenuto anche da iniziative di solidarietà in Francia, Grecia e Belgio.
In quel periodo, sul versante politico, la sinistra anticapitalista proseguì nel suo percorso di ricostruzione e di ricomposizione delle forze in campo. Nacquero, infatti, nuove formazioni ispirate al pluralismo e capaci di mettere insieme il più ampio arco di soggetti politici, garantendo, nello stesso tempo, una maggiore democrazia interna attraverso il principio di “una testa un voto”.

Già nel 1999, sorsero il Blocco di Sinistra (BE) in Portogallo, nel quale erano confluite le forze più significative esistenti a sinistra del Partito Comunista Portoghese, e La Sinistra (DL) in Lussemburgo. Nel 2004, era stata la volta della Coalizione della Sinistra Radicale (SYRIZA), l’alleanza tra Synaspismós e numerose altre forze anticapitaliste greche, costituitasi, poi, in partito unico solo nel 2012.

Nel maggio del 2004, venne fondato anche il Partito della Sinistra Europea, nel quale si associarono, inizialmente, 15 tra partiti comunisti, socialisti ed ecologisti, con l’intento di costruire un soggetto politico in grado di riunire attorno a un programma comune le principali forze della sinistra antagonista del continente. Di esso fanno attualmente parte le organizzazioni politiche di venti paesi [24] . Tale raggruppamento era stato preceduto, pochi mesi prima, dalla creazione dell’Alleanza della Sinistra Verde Nordica, nella quale erano confluiti sette partiti dell’Europa settentrionale.

Accanto alla maggiore coalizione del Partito della Sinistra Europea, esisteva, inoltre, anche la Sinistra Anticapitalista Europea (EACL), uno schieramento minore, nato nel 2000, nel quale erano confluiti oltre 30 partiti trotzkysti, spesso di ridotte dimensioni. I suoi principali promotori furono il Blocco di Sinistra in Portogallo, la Lista Unitaria – I Rosso-Verdi in Danimarca e il Nuovo Partito Anticapitalista in Francia. Nel parlamento europeo, i rappresentanti di queste forze hanno aderito al gruppo della Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica [25].

Qualche anno dopo, la fuoriuscita, quasi in contemporanea, delle componenti più radicali del Partito Socialdemocratico Tedesco e del Partito Socialista (PS) francese [26] – che assunsero rapidamente posizioni più a sinistra dei gruppi dirigenti del Partito del Socialismo Democratico, in Germania, e del Partito Comunista Francese – favorì la nascita, nel 2007, di La Sinistra (DL) in Germania e, nel 2008, del Fronte di Sinistra (FdG) in Francia. In quest’ultimo paese, la trasformazione, nel 2009, della Lega Comunista Rivoluzionaria (LCR) nel Nuovo Partito Anticapitalista (NPA) può essere ricondotta alla stessa esigenza, avvertita da alcune delle forze più tipicamente classiste del comunismo europeo, di mettere al centro della propria iniziativa politica le nuove contraddizioni, divenute sempre più rilevanti, generate dall’esclusione sociale e la necessità di aprirsi a una più giovane generazione di militanti.

Nello stesso anno, nacquero in Italia anche Sinistra Ecologia e Libertà (SEL), nella quale la componente moderata del Partito della Rifondazione Comunista si fuse con un gruppo di dissidenti dei Democratici di Sinistra, e la Federazione della Sinistra (FdS), un’alleanza tra il Partito della Rifondazione Comunista e altri tre movimenti politici minori. In Svizzera un processo simile ebbe compimento nel 2010, con la fondazione di La Sinistra (AL).

La medesima strada venne tentata in Inghilterra, ma con esito fallimentare, prima con il Partito del Rispetto, nel 2004, e poi con la Sinistra Unita (LU), nel 2013. Anche oltre il Bosforo, è stato intrapreso lo stesso percorso. Nel 2012, il movimento curdo si è associato con varie organizzazioni della sinistra turca per fondare il Partito Democratico del Popolo (HDP), divenuto rapidamente la quarta forza politica in Turchia, con il 10,7% alle elezioni del novembre 2015 [27].

Nel 2014 sono sorti la Sinistra Unita (ZL), in Slovenia, e Podemos in Spagna, caso del tutto particolare perché nato con l’ambizione di superare la tradizionale definizione di partito di sinistra. Quest’ultima formazione, comunque, dopo essersi presentata per la prima volta alle ultime elezioni europee, ha aderito anch’essa al gruppo della Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica. Nell’ottobre del 2015, infine, in Irlanda è stata fondata la coalizione elettorale Alleanza Anti-Austerità – Popolo Prima del Profitto (AAA-PBP), che ha messo fine al lungo conflitto tra il Partito Socialista (PS) e l’Alleanza Popolo Prima del Profitto (APBP) [28].

Il modello plurale – così diverso dal partito monolitico, ispirato al principio del centralismo democratico, utilizzato dal movimento comunista nel XX secolo – si è esteso, velocemente, alla maggioranza delle forze della sinistra radicale europea. Gli esperimenti più riusciti non sono stati tanto i processi federativi che si sono limitati a una mera riunificazione di piccoli gruppi e di organizzazioni già esistenti, quanto le ricomposizioni che sono state guidate, invece, dalla necessità di coinvolgere quella vasta e dispersa rete di soggettività sociali, capaci di articolare differenti pratiche di conflitto. Questa scelta si è rivelata vincente in quanto è riuscita ad attrarre nuove forze, coinvolgendo giovani e riconquistando militanti disillusi, e ha favorito, infine, l’affermazione elettorale dei nuovi partiti venuti alla luce.

Infatti, alle elezioni tedesche del 2009, La Sinistra conquistò l’11,9%, il triplo di quanto ottenuto dal Partito del Socialismo Democratico sette anni prima (4%). Nel 2012, il candidato del Fronte di Sinistra alle presidenziali francesi, Mélenchon, raggiunse l’11,1% dei voti, realizzando il miglior risultato mai conseguito, dal 1981 in poi, da una forza a sinistra del Partito Socialista. Nello stesso anno, cominciò la veloce scalata di Syriza, che toccò il 16,8% alle elezioni di maggio e il 26,9% a quelle di Giugno, prima di conquistare il governo come forza maggioritaria (evento inedito, dal secondo dopoguerra, per un partito anticapitalista in Europa [29] ), con il 36,3%, nel gennaio 2015.

Eccellenti risultati sono stati conseguiti anche nella penisola iberica, dove, alle consultazioni europee del 2014, la Sinistra Plurale spagnola (un nuovo cartello elettorale guidato dalla Sinistra Unita) ha superato il 10% e Podemos ha sfiorato l’8%. Il totale dei voti ottenuti dalle forze di sinistra è stato ancora maggiore alle elezioni generali del dicembre 2015, quando Podemos ha raggiunto il 12,6%; Unità Popolare (UP) – l’ultima sigla assunta dalla Sinistra Unita – il 3,6% e una serie di liste locali, tra le quali In Comune Possiamo (ECP) (Catalogna – 3,7%); Impegno-Possiamo-È il momento (C-P-É) (Comunità Valenziana – 2,6%); In Marea (EM)(Galizia – 1,6%), Paesi Baschi Uniti (EHB)(0,8%); che insieme hanno raccolto quasi il 9% dei consensi.

Inoltre, alle elezioni politiche portoghesi dell’ottobre 2015, la Coalizione Democratica Unitaria ha totalizzato l’8,3% dei voti e il Blocco di Sinistra, con il 10,2%, ha guadagnato il suo miglior risultato di sempre, divenendo la terza forza politica lusitana. Questo risultato è stato confermato alle elezioni presidenziali del gennaio 2016, in occasione delle quali il partito ha nuovamente superato il 10% dei suffragi.

Esperimenti di sinistra plurale – sempre, comunque, caratterizzati da una chiara piattaforma politica anti-liberista -, sono stati fruttuosi anche in alcune elezioni amministrative. Lo hanno dimostrato i risultati delle regionali francesi del 2010 in Limousin, quando la coalizione Fronte della Sinistra e Nuovo Partito Anticapitalista raggiunse il 19,1% al secondo turno, e le recenti municipali in Spagna, dove le liste Ahora Madrid e Barcelona en Comú, nelle quali sono confluite la Sinistra Unita e Podemos, hanno conquistato i due municipi più importanti del paese. In entrambi i casi, ampie alleanze, nate dalla spinta del protagonismo della base, hanno permesso di superare le differenze esistenti tra i gruppi dirigenti a livello nazionale.

Tra i più ragguardevoli risultati elettorali, conseguiti nell’ultimo decennio dalla sinistra radicale, vanno registrati anche quelli ottenuti da partiti che hanno deciso di non sciogliersi per fondersi con altre forze politiche. Notevoli sono state, infatti, l’affermazione del Partito Socialista (PS) in Olanda – 16,6% nel 2006 -, sulla scia dell’opposizione al referendum contro il Trattato sulla Costituzione Europea, e il successo del Partito Progressista dei Lavoratori (AKEL) a Cipro, il cui segretario generale Demetris Christofias risultò vincitore delle elezioni presidenziali del 2009 (33,2% al primo turno e 53,3% al secondo). Il suo mandato si contraddistinse, però, per una clamorosa disfatta: l’incapacità di porre fine al conflitto che divide l’isola dal 1974 e la sudditanza espressa, in materia economica, nei confronti delle imposizioni della Troika.

A scuotere la geografia della sinistra europea ha contribuito un’altra vicenda, imprevedibile sino a qualche anno fa. In seguito alle elezioni primarie del settembre 2015, il 59,5% dei militanti inglesi del Partito Laburista ha eletto Jeremy Corbyn nuovo leader dell’organizzazione. Dove vent’anni fa sedeva Tony Blair, oggi ha preso posto un dichiarato anticapitalista, il segretario più a sinistra della storia del partito britannico. Questo straordinaria novità, che qualche anno fa sarebbe stata anche meno prevedibile della conquista del governo greco da parte di Syriza, rappresenta un significativo esempio del risveglio della sinistra.

Oltre i casi dei vari partiti nazionali, il generale avanzamento della sinistra radicale è stato confermato anche in occasione delle ultime elezioni europee. Il numero dei voti da essa raccolti è stato di 12.981.378, pari all’8% del totale, con un aumento di 1.885.574 preferenze rispetto al 2009 [30]. Anche prendendo in considerazione il solo dato degli eletti, lo schieramento della Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica rappresenta la quinta forza politica del Parlamento Europeo (nel 2009 era la settima) con il 6,9% dei deputati, equivalente a 52 parlamentari [31] . Essa segue il Partito Popolare Europeo (29,4%), l’Alleanza Progressista dei Socialisti e dei Democratici (25,4%), il Gruppo dei Conservatori e Riformisti Europei (9,3%), l’Alleanza dei Democratici e dei Liberali per l’Europa (8,9%); ma prevale sui Verdi – Alleanza Libera Europea (6,6%), sull’Europa della Libertà e della Democrazia Diretta (6,4%) e sull’Europa delle Nazioni e della Libertà (5,2%).

Tuttavia, questi risultati positivi sono offuscati da alcuni elementi negativi. In molti paesi dell’Europa orientale, infatti, la sinistra radicale esprime una posizione ancora marginale, quando non del tutto minoritaria [32]. É lontana dalle lotte sociali, priva di radicamento nei territori e nelle organizzazioni sindacali, sconosciuta alle giovani generazioni e puntualmente attraversata da un settarismo autolesivo e da dilanianti divisioni interne. In altre parole, non ha, al momento, alcuna prospettiva di sviluppo.

Tale situazione si è ripetuta anche nelle tornate elettorali. In sei nazioni – Polonia, Romania, Ungheria, Bulgaria, Bosnia-Erzegovina, Estonia – la sinistra radicale ha raccolto meno dell’1% dei voti, mentre in altre, quali la Croazia, la Slovacchia, la Lituania e la Lettonia – essa ha raccolto percentuali di poco superiori. Essa resta molto debole anche in Austria, Belgio e Svizzera, mentre in Serbia la sinistra è ancora identificata con il Partito Socialista di Serbia, guidato per lungo tempo da Slobodan Milošević.

Siamo in presenza, dunque, di una realtà molto disomogenea. Nei paesi della penisola iberica e del Mediterraneo – con l’eccezione dell’Italia -, negli ultimi anni la sinistra radicale si è significativamente espansa. In Grecia, Spagna, Portogallo e Cipro le sue forze si sono stabilmente consolidate e sono riconoscibili nel novero dei principali attori politici dei rispettivi panorami nazionali. Anche in Francia, inoltre, essa ha riconquistato un discreto ruolo sociale e politico. Mentre, in Irlanda, il nazionalismo repubblicano e progressista, per quanto moderato, di Noi Stessi (Sinn Fein – SF), che ha raggiunto il 22,8% dei voti alle europee del 2014, ha fatto argine all’avanzata delle forze conservatrici.

Nel centro Europa, la sinistra radicale è riuscita a conservare una buona forza elettorale in Olanda e Germania – anche se ai buoni risultati nelle urne non sono corrisposti significativi conflitti sociali -, ma il suo peso è limitato altrove. Nei paesi nordici ha difeso la forza sulla quale si è attestata dopo il 1989 (elettoralmente intorno al 10%), ma si è mostrata incapace di attrarre il diffuso malcontento popolare, catturato, quasi interamente, dai partiti di destra.

Il problema principale della sinistra antagonista resta, comunque, a Est, dove, con l’eccezione del Partito Comunista di Boemia e Moravia nella Repubblica Ceca e della Sinistra Unita in Slovenia, essa è pressoché inesistente e incapace di andare oltre lo spettro del “socialismo reale”. Date queste circostanze, l’espansione dell’Unione Europea a levante ha decisamente spostato a destra il baricentro politico del continente, come testimoniano le rigide posizioni oltranziste assunte dai governi dell’Europa orientale durante le recente crisi in Grecia e di fronte all’arrivo dei popoli in fuga dai teatri di guerra.

VI. Oltre il recinto dell’Eurozona?
La trasformazione dei partiti della sinistra radicale in organizzazioni più ampie e plurali si è dimostrata una ricetta utile per ridurre la loro preesistente frammentazione, ma non ne ha certo risolto i problemi di natura politica. In Grecia, in seguito alla nascita del governo guidato da Alexis Tsipras, Syriza era intenzionata a compiere una rottura con le politiche di austerità adottate da tutti gli esecutivi, di centro-sinistra, “tecnici” o di centro-destra, alternatisi al potere dal 2010. Tuttavia, a causa dell’enorme debito pubblico dello Stato ellenico, la concreta attuazione di questa svolta fu immediatamente subordinata a una trattativa con i creditori internazionali.

Dopo cinque mesi di estenuanti negoziati – durante i quali la Banca Centrale Europea smise anche di erogare credito alla Banca Centrale di Atene, determinando la paralisi degli sportelli bancari greci -, i leader dell’Eurozona imposero al governo greco un nuovo piano di salvataggio, nel quale furono inseriti tutti i provvedimenti economici contro i quali Syriza aveva precedentemente espresso la sua più ferma opposizione. Dal 2010 in poi, l’arco parlamentare delle forze politiche che ha accettato i memorandum di Bruxelles è stato vastissimo. Da destra a sinistra, si sono piegate all’inesorabile logica dell’austerità: Nuova Democrazia, i Greci Indipendenti (ANEL), Il Fiume, la Sinistra Democratica, il Movimento Socialista Panellenico e, infine, anche Syriza [33].

Neppure la vigorosa risposta al referendum consultivo sulle proposte della Troika, convocato il 5 luglio del 2015, – rispetto al quale il 61,3% dei greci aveva manifestato il suo diniego – servì a determinare uno sbocco diverso.Per evitare l’uscita dall’Eurozona, il governo Tsipras acconsentì a ulteriori sacrifici sociali, a ingenti privatizzazioni del patrimonio pubblico – che sarà messo in vendita come merce in liquidazione – e, più in generale, a un insieme di misure di austerità funzionali solamente ai piani dei creditori internazionali e non, invece, allo sviluppo dell’economia del paese [34] .

D’altro canto, l’uscita della Grecia dall’eurozona, ipotesi prefigurata da alcuni soltanto allo scadere delle trattative con l’Eurogruppo, avrebbe catapultato il paese in una condizione di caos economico e di profonda recessione. Una scelta di tale portata avrebbe dovuto essere predisposta per tempo, accompagnata da una scrupolosa valutazione di tutti gli scenari che si sarebbero potuti aprire e da una rigorosa programmazione di tutte le contromisure da adottare. Soprattutto, essa avrebbe dovuto essere sorretta dal convinto sostegno di un vasto schieramento di forze sociali e politiche. Senza questo imprescindibile presupposto, l’autarchia economica, nella quale la Grecia sarebbe stata condannata a resistere per un tempo difficile da prevedere, avrebbe potuto aprire uno spazio politico ancora maggiore ai neofascisti di Alba Dorata.

L’esito dei negoziati tra il governo Tsipras e l’Eurogruppo ha reso evidente che, allorché un partito di sinistra vince le elezioni e vuole realizzare politiche economiche alternative a quelle dominanti, le istituzioni di Bruxelles sono pronte a impedire che ciò avvenga. Se, a partire dagli anni novanta, l’accettazione incondizionata del credo neoliberale, da parte delle forze della socialdemocrazia europea, ebbe come conseguenza l’omologazione dei programmi di queste ultime a quelli dei partiti di centro-destra, oggi, invece, quando giunge al potere un partito della sinistra radicale, è la Troika stessa che interviene, per evitare che l’alternanza degli esecutivi alteri le sue direttive economiche. Vincere le elezioni non è più sufficiente. L’Unione Europea è diventata un caposaldo del capitalismo neoliberale.

In seguito a questi avvenimenti, è ripresa un’approfondita riflessione collettiva – a partire dalla questione dell’opportunità di conservare a ogni costo la moneta unica – per comprendere quali siano le migliori strade da percorrere per porre fine alle politiche economiche in vigore, senza abbandonare, al contempo, la prospettiva di realizzare una nuova e differente unione politica europea.

Attualmente, la posizione maggioritaria tra i partiti della sinistra radicale rimane quella di quanti sostengono, in continuità con le posizioni assunte negli ultimi anni, che sia ancora possibile modificare le politiche europee nel contesto esistente, ovvero senza rompere l’unione monetaria raggiunta, nel 2002, con l’entrata in vigore dell’euro.

Alla testa di questo schieramento vi è Syriza che, nonostante abbia avuto l’occasione, dopo essere giunta al governo, di elaborare e attuare soluzioni alternative – e pur avendo subito indebite pressioni dalle istituzioni europee, affinché non si desse corso ad alcun cambiamento – non ha mai preso in considerazione l’opzione della “Grexit”. Nel settembre del 2015, raccogliendo il 35,5% dei voti, Tsipras ha vinto le elezioni anticipate, da lui indette in seguito al conflitto sorto con quella parte del suo partito contraria all’attuazione delle misure contemplate nel memorandum, ed è ritornato al governo con un gruppo parlamentare coeso e non più esposto al rischio di dissidenze interne.

Syriza, dunque, nonostante l’aumento dell’astensionismo (+7% rispetto alle elezioni di otto mesi prima), e il calo del numero dei votanti (ben 600.000 in meno) rispetto al referendum di luglio, è riuscita a conservare il consenso di una parte significativa del popolo greco. Tuttavia, la fiducia che questi gli ha rinnovato sarà presto messa alla prova dagli effetti della scure imposta dall’Eurogruppo e non è azzardato prevedere l’emergere di scenari ancora più incerti di quello attuale.

La strategia di Syriza, per scongiurare l’emorragia di consensi subita da tutte le altre forze politiche che, in passato, hanno applicato i precedenti “programmi di salvataggio” della Troika, appare orientata in due direzioni. Il governo greco tenterà di rinegoziare una sostanziale riduzione del debito pubblico, allo scopo di evitare l’inizio di un nuovo ciclo deflattivo. Inoltre, esso cercherà di introdurre un’agenda parallela a quella imposta da Bruxelles, con la quale poter realizzare alcune misure di redistribuzione sociale in grado di limitare gli effetti dell’ultimo memorandum.

Alla luce di quanto è accaduto nel 2015, si può obiettivamente affermare che si tratta di una missione quasi impossibile. In ogni caso, dopo l’esperienza del governo Tsipras è divenuto evidente che, di fronte al probabile diniego delle istituzioni europee rispetto alla ristrutturazione del debito, occorre essere preparati a rispondere prevedendo anche il possibile abbandono dell’eurozona. Sarebbe comunque errato considerare tale ipotesi come la soluzione a tutti i mali.

Oltre a Syriza, la scelta che sia possibile riformare l’Unione Europea all’interno dell’attuale scenario, viene condivisa dalla maggioranza delle principali forze del Partito della Sinistra Europea, tra cui La Sinistra in Germania, il Partito Comunista Francese e la Sinistra Unita spagnola. In questo blocco, si situa anche Podemos, il cui gruppo dirigente si è dichiarato convinto che, se al governo greco se ne affiancassero altri disposti a rompere con le politiche di austerità imposte dalla Troika, potrebbe aprirsi uno spazio per incrinare ciò che appare, oggi, così inalterabile. Il risultato delle recenti elezioni in Portogallo – che hanno consegnato un’alleanza del tutto impensabile fino a poco fa [35]: un governo di minoranza guidato dal socialista Antonio Costa, con l’appoggio esterno del Blocco di Sinistra e della Coalizione Democratica Unita – sembra aver rafforzato questa speranza. Uno scenario simile non è da escludere neanche in Spagna, dove al momento sono in corso negoziati tra il Partito Socialista Operaio Spagnolo (PSOE) e Podemos.

Tuttavia, per altri, la “crisi greca” – che, in realtà, è una crisi della democrazia al tempo del capitalismo neoliberale – sembra comprovare, invece, l’irriformabilità di questo modello di Unione Europea. Non tanto per gli attuali rapporti di forza presenti al suo interno, peraltro sempre più sfavorevoli alle forze anticapitaliste, dopo l’allargamento a Est, quanto, invece, per la sua architettura generale. Gli inflessibili parametri economici imposti, in maniera crescente, a partire dal Trattato di Maastricht, hanno inevitabilmente ridotto, o in alcuni casi quasi annullato, le ben più complesse e composite esigenze della politica.

Negli ultimi 25 anni, le politiche neoliberali, coperte da un ingannevole manto tecnocratico e non ideologico, hanno trionfato ovunque in Europa, assestando pesanti colpi al suo modello di welfare state. Gli Stati nazionali si sono trovati a essere gradualmente privati di alcuni importanti strumenti di direzione politico-economica, che sarebbero stati indispensabili per avviare programmi di investimenti pubblici mirati a mutare il corso della crisi. Infine, si è affermata la prassi antidemocratica – consolidatasi al punto da apparire ormai come naturale – di assumere decisioni di grande rilievo senza richiedere l’approvazione popolare.

Pertanto, negli ultimi mesi, le fila di quanti reputano illusoria la possibilità di democratizzare l’eurozona, seppure esprimono una posizione che resta minoritaria, sono notevolmente aumentate. Accanto alle forze della sinistra radicale tradizionalmente euroscettiche, quali il Partito Comunista Portoghese, il Partito Comunista di Grecia o, in Scandinavia, la Lista Unitaria – I Rosso-Verdi in Danimarca, si è aggiunta Unità Popolare (LE). Nata ad Atene nell’agosto del 2015, al suo interno sono confluiti molti ex dirigenti ed ex militanti di Syriza, contrari alle decisione di Tsipras di accettare le imposizioni dell’Eurogruppo. Questa formazione, favorevole al ritorno alla dracma, è però rimasta fuori dal parlamento ellenico, dopo aver raccolto soltanto il 2,8% dei voti alle ultime elezioni.

Inoltre, diversi intellettuali e dirigenti politici hanno manifestato esplicitamente la loro posizione contraria all’euro [36] . Lafontaine, ad esempio, ha proposto un ritorno, in forma flessibile, al Sistema Monetario Europeo (SME), ovvero all’accordo, in vigore prima dell’esistenza dell’euro, che prevedeva una fluttuazione controllata dei valori delle varie monete nazionali. Lo sforzo di individuare soluzioni immediate per porre fine alla stagione dell’austerità, laddove si manifestassero nuovi e inaccettabili coercizioni, come quelle esercitate nei confronti della Grecia, deve, però, contemperare tutte le implicazioni a esse conseguenti. Sul piano simbolico, il ritorno al vecchio sistema monetario potrebbe essere percepito come un primo passo verso l’arresto del progetto di unità europea; mentre, su quello politico, potrebbe costituire un pericoloso detonatore a vantaggio delle forze della destra populista.

Accanto ai due schieramenti più chiaramente pro o contro la “democratizzazione dell’euro”, esiste un’area, piuttosto ampia, che esiterebbe a fornire una chiara risposta alla domanda: “cosa fare se domani accadesse in un altro paese ciò che è avvenuto in Grecia?”. Se è divenuta preoccupazione comune che, in futuro, altri partiti, o coalizioni di governo, potrebbero essere sottoposti al ricatto subito da Syriza; d’altro canto, però, è alquanto diffuso anche il timore che, adombrando l’uscita dall’eurozona, la sinistra anticapitalista si alienerebbe il consenso di ampi settori della popolazione, allarmati dall’instabilità economica e dalla perdita del potere d’acquisto di salari e pensioni che l’inflazione comporterebbe. Tipico esempio di questa incertezza è rappresentato dai mutamenti di posizione, degli ultimi anni, del Blocco di Sinistra in Portogallo e del Partito Socialista in Olanda.

Il recente appello “Un piano B in Europa”, promosso da Mélenchon [37] , anche se pieno di contraddizioni e opacità, ha stimolato ulteriormente la discussione. In questo documento, nel quale l’ingerenza dell’Unione Europea verso la Grecia è stata stigmatizzata come un vero e proprio “colpo di Stato”, si è avanzata la proposta di dare vita a una conferenza internazionale permanente, con l’obiettivo di mettere a punto le modalità per poter disporre, quando necessario, di un sistema monetario alternativo a quello fondato sull’euro [38] . Se, nei prossimi mesi, anche altre forze sociali, partiti e intellettuali si coalizzeranno intorno a questo obiettivo, in futuro la richiesta di uscire dall’euro potrebbe non essere più la bandiera della sola destra populista.

Pertanto, il conflitto imploso dentro Syriza potrebbe riprodursi altrove. A dimostrarlo, fin da adesso, sono le fibrillazioni interne al Fronte della Sinistra in Francia e a La Sinistra in Germania. Per la sinistra radicale europea, dunque, potrebbe concretizzarsi il rischio di una nuova stagione di divisioni. Tale condizione rivela il limite della forma plurale che le forze antagoniste si sono date negli ultimi anni, ovvero l’indefinitezza programmatica. Infatti, la diversità di posizioni e di culture politiche esistente tra le varie organizzazioni che hanno dato vita a queste nuove aggregazioni richiederebbe una difficile, ma non impossibile intesa puntuale sulle strategie da perseguire.

Ulteriori tensioni percorrono la sinistra radicale europea anche in merito al rapporto da tenere con le forze socialdemocratiche. Il nodo, che si presenta anche a livello municipale e regionale, riguarda la costante incertezza sulla convenienza, o meno, di partecipare a esperienze di governo in alleanza con esse. Il rischio concreto è quello di svolgere un ruolo subalterno, accettando, come in passato, compromessi al ribasso che dilapiderebbero il consenso finora conquistato e lascerebbero alle destre populiste il monopolio dell’opposizione sociale.

L’ipotesi del governo deve, pertanto, essere presa in considerazione solo, se e quando, vi siano le condizioni per attuare un programma economico in netta discontinuità con le politiche di austerità imposte nell’ultimo decennio. Operare scelte diverse significherebbe non aver fatto tesoro della lezione degli anni passati, quando la partecipazione dei partiti della sinistra radicale agli esecutivi moderati, a guida socialista, compromise la loro credibilità presso la classe lavoratrice, i movimenti sociali e le fasce sociali più deboli.

A fronte di una disoccupazione che, in molti paesi, si presenta con livelli mai raggiunti dal secondo dopoguerra, diventa prioritario il varo di un grande piano per il lavoro, sorretto da investimenti pubblici, che abbia come principio guida lo sviluppo sostenibile. Esso dovrebbe essere accompagnato da una netta inversione di tendenza rispetto alla precarizzazione dei contratti, che ha contraddistinto tutte le ultime “riforme” del mercato del lavoro, e dall’introduzione di una legge che indichi un minimo salariale al di sotto del quale non è possibile scendere. Queste misure restituirebbero alle giovani generazioni una possibilità per organizzare il proprio futuro.

Andrebbero attuate, inoltre, la riduzione dell’orario di lavoro e l’abbassamento dell’età pensionabile. Attraverso questi provvedimenti sarebbero ristabiliti alcuni elementi di giustizia sociale, necessari a ribaltare l’assetto neoliberista che ha costantemente aumentato la sperequazione della ricchezza prodotta.

Per fronteggiare la drammatica emergenza occupazionale, i partiti della sinistra radicale dovrebbero fare approvare, in tutti i paesi dove non esistono, provvedimenti atti a istituire un reddito di cittadinanza e alcune primarie forme di sostegno alle fasce meno abbienti – dal diritto alla casa, alle agevolazioni per l’utilizzo dei trasporti, al diritto gratuito all’istruzione -, in modo da contrastare la povertà e la sempre più diffusa esclusione sociale.

Parallelamente, diventa imprescindibile invertire i processi di privatizzazione che hanno caratterizzato la controrivoluzione degli ultimi decenni, restituendo alla proprietà pubblica e al controllo universale tutti quei beni comuni trasformati da servizi alla collettività in mezzi per generare profitto per pochi. La proposta di Corbyn in merito al ritorno alla nazionalizzazione delle ferrovie inglesi, così come la necessità di investire, ovunque in Europa, significative risorse nella scuola e nell’università pubblica indicano la giusta direzione.

Per quanto riguarda le risorse necessarie per finanziare tali riforme, esse potrebbero essere reperite dagli introiti derivanti dall’introduzione di un’imposta sui capitali e di una tassa sulle attività non produttive delle grandi imprese, nonché sulle transazioni e sulle rendite finanziarie. É evidente che, per realizzare questo disegno, si pone come primo atto necessario la promozione di un referendum abrogativo del fiscal compact, così da cancellare i vincoli imposti dalla Troika. Molto importante sarebbe anche impedire l’approvazione del Partenariato Transatlantico per il Commercio e gli Investimenti, la cui operatività non potrebbe che peggiorare la situazione [39].

Su scala continentale, una vera alternativa è ipotizzabile soltanto se un ampio schieramento di forze politiche e sociali sarà capace di imporre una conferenza europea per la ristrutturazione del debito pubblico. Questo scenario potrà avverarsi solo se la sinistra radicale svilupperà, con più ferma determinazione e maggiore continuità, campagne politiche e mobilitazioni transnazionali, a cominciare dal rifiuto della guerra e della xenofobia, questione divenuta ancor più decisiva dopo gli attentati del 13 novembre 2015 a Parigi, e a sostegno dell’estensione di tutti i diritti sociali e di cittadinanza ai migranti che giungono sul suolo europeo.

Una politica di alternativa non permette scorciatoie. Non basta, infatti, affidarsi a leader carismatici, né la debolezza dei partiti odierni giustifica il loro esautoramento da parte delle istituzioni dello Stato [40]. Occorre costruire nuove organizzazioni – perché di esse la sinistra ha tanto bisogno quanto ne ha avuto nel Novecento – che abbiano una presenza capillare nei luoghi di lavoro, operino per la riunificazione delle lotte, mai tanto frammentate quanto oggi, delle classi lavoratrici e subalterne e, attraverso le loro strutture territoriali, siano in grado di dare risposte immediate, ancor prima dei miglioramenti generali introdotti per legge, ai drammatici problemi causati dalla povertà e dall’esclusione sociale. Ciò può avvenire anche riutilizzando alcune forme di resistenza e solidarietà sociale adoperate dal movimento operaio in altre epoche storiche.

Vanno ridefinite, inoltre, nuove priorità, in particolare la pratica di un’autentica parità di genere e l’accurata formazione politica dei militanti più giovani, avendo come stella polare, in un’epoca in cui la democrazia è ostaggio di organismi tecnocratici, la promozione della partecipazione dal basso e lo sviluppo del conflitto sociale.

Le sole iniziative della sinistra radicale che possono davvero ambire a mutare il corso degli eventi hanno davanti a sé un’unica strada: quella della ricostruzione di un nuovo blocco sociale, capace di dare vita a un’opposizione di massa alle politiche avviate con il Trattato di Maastricht e, conseguentemente, di cambiare alla radice gli indirizzi economici oggi dominanti in Europa.

References
1. Dal 1989, essi si associarono nel gruppo della Sinistra Unitaria Europea (Group for the European United Left) del parlamento europeo, del quale fecero parte il Partito Comunista Italiano (PCI), il Partito Comunista Spagnolo (PCE), la Sinistra Greca (EAR) e il Partito Popolare Socialista (SF) in Danimarca.
2. All’interno del parlamento europeo, questi ultimi, a partire dal 1989, si unirono nel gruppo Coalizione delle Sinistre (Left Unity), composto dal Partito Comunista Francese (PCF), dal Partito Comunista Portoghese (PCP), dal Partito Comunista di Grecia (KKE) e dal Partito dei Lavoratori (WP) in Irlanda.
3. Il più significativo di questi ultimi fu Lotta Operaia (LO) in Francia.
4. Il governo guidato da Lionel Jospin, in Francia, che introdusse la riduzione dell’orario di lavoro a 35 ore settimanali, fu l’eccezione di tale tendenza. In Spagna, il governo Zapatero seguì le stesse politiche neoliberiste in vigore negli altri paesi europei e venne travolto dagli effetti della crisi economica. Tuttavia, approvò importanti riforme in tema di diritti civili. Per un’analisi completa delle varie tendenze del riformismo europeo si veda Jean-Michel de Waele, Fabien Escalona, Mathieu Vieira (eds.), The Palgrave Handbook of Social Democracy in the European Union, Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2013.
5. Cfr. Anthony Blair and Gerhard Schröder, Europe: The Third Way – die Neue Mitte, London/Berlin, Labour Party/SPD, 1999.
6. Il 18 ottobre 2015 il quotidiano conservatore di Londra The Mail on Sunday ha pubblicato un documento segreto (“Secret/Noforn”), datato 28 marzo 2002, grazie al quale è stato possibile accertare che il primo ministro inglese, mentre, in pubblico, si dichiarava impegnato a cercare una soluzione diplomatica alla crisi, aveva offerto, già un anno prima dell’inizio del secondo conflitto iraqueno, il suo aiuto al presidente americano per convincere l’opinione pubblica mondiale che Saddam Hussein possedesse delle armi di sterminio di massa che non furono poi mai trovate. Cfr. http://www.dailymail.co.uk/news/article-3277402/Smoking-gun-emails-reveal-Blair-s-deal-blood-George-Bush-Iraq-war-forged-YEAR-invasion-started.html
7. Questa formazione ha aderito solo all’Alleanza della Sinistra Verde Nordica e non al gruppo Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica dell’europarlamento.
8. La stessa decisione, alla quale seguì come risultato il dimezzamento dei voti, venne assunta anche da La Sinistra in Germania, al governo con il Partito Socialdemocratico Tedesco nel Land del Brandeburgo, dove scese dal 27,2% del 2009 al 18,6% del 2014 e, in passato, anche in quello della capitale Berlino, dove diminuì dal 22,6% del 2001 all’11,6% del 2011. Attualmente, anche il Partito Socialista in Olanda è al governo in sei delle dodici province che compongono il paese, in alcuni casi in coalizione con dei partiti di centro-destra e lasciando il Partito del Lavoro (PvdA), membro dell’Internazionale Socialista, all’opposizione.
9. In Danimarca, il Partito Popolare Socialista toccò il 13% nel 2007, prima di precipitare, in seguito a una svolta politica moderata e filogovernativa, all’attuale 4,2%. Tale cambiamento fu accompagnato anche dal passaggio dal gruppo della Sinistra Unitaria Europea/Sinistra Verde Nordica a quello del Partito Verde Europeo, che fu sancito con il congresso nazionale di questa organizzazione nel 2008.
10. La Lettonia ha adottato l’euro dal 1 gennaio del 2014.
11. L’Istituto Nazionale di Statistica Portoghese ha calcolato che, dal 2010 al 2014, almeno 200.000 persone tra i 20 e i 40 anni hanno lasciato il paese. In Spagna l’Istituto Nazionale di Statistica ha contato almeno 133.000 giovani nuovi migranti tra il 2008 e il 2013. In Italia sono stati, invece, almeno 136.000 i giovani che sono andati all’estero tra il 2010 e il 2014. In realtà, queste stime sono di molto inferiori ai numeri reali. Non ci sono invece dati relativi alla Grecia, dove l’Autorità Statistica Ellenica non registra la migrazione giovanile.
12. Come affermò emblematicamente, nel 2006, Warren Buffet, l’investitore e magnate statunitense: “è in corso una lotta di classe – è vero, ma è la mia classe, la classe dei ricchi, che sta facendo la guerra. E la stiamo vincendo”. La citazione di Buffet è contenuta nell’intervista rilasciata a Ben Stein, In Class Warfare, Guess Which Class Is Winning, pubblicata sul The New York Times il 26/11/2006.
13. Sul rapporto tra capitalismo e democrazia, tema intorno al quale è fiorita negli ultimi anni una vasta letteratura, si veda Ellen Meiksins Wood, Democracy Against Capitalism, London: Cambridge University Press, 1995.
14. Approvato soltanto in Spagna e in Lussemburgo, il processo di ratifica di questo trattato si arenò proprio in seguito a queste due bocciature.
15. Anche il referendum consultivo indetto, in Grecia, dal governo di Alexis Tsipras, nel luglio del 2015, ha espresso un fragoroso no nei confronti delle politiche di Bruxelles.
16. Ex primo ministro del Lussemburgo, durante il suo mandato Juncker favorì oltre trecento multinazionali che utilizzavano le condizioni speciali del regime fiscale del suo paese.
17. Va però ricordato che alle elezioni presidenziali, le più importanti del paese, la partecipazione è stata di gran lunga superiore, come comprovato dall’affluenza del 79,4% raggiunta nel 2012.
18. In molti paesi dell’Est vi sono state punte bassissime: Slovacchia 13%, Repubblica Ceca 18,2%, Slovenia 24,5%, Croazia 25,2%, Ungheria 28,9%. A essi vanno aggiunti il 33,6% del Portogallo e il 35,6% del Regno Unito, cfr. http://www.europarl.europa.eu/pdf/elections_results/review.pdf.
19. Marine Le Pen dopo elezioni municipali del marzo 2014.
20. Si tratta di un vecchio slogan xenofobo di Jean-Marie Le Pen: “prima ai francesi”, cfr. Les français d’abord, Paris: Carrère-Michel Lafon, 1984.
21. A partire dalle elezioni politiche del 2012, il Fronte Nazionale si presenta all’interno di una coalizione più ampia che ha preso il nome di Rassemblamento Blu Marine (RBM).
22. Per un’indagine sulle forze dell’ultra destra europea si rimanda al volume curato da Andrea Mammone, Emmanuel Godin e Brian Jenkins, Mapping the Extreme Right in Contemporary Europe, London: Routledge, 2012.
23. Pur considerando le oscillazioni governiste della Sinistra Unita in Spagna, tra il 2004 e il 2008.
24. Per un elenco delle forze che compongono il Partito della Sinistra Europea cfr. http://www.european-left.org/about-el/member-parties.
25. Non ne fanno parte, invece, le formazioni dell’Iniziativa dei Partiti Comunisti e dei Lavoratori (INITIATIVE), fondata nel 2013, che comprende, con l’eccezione del Partito Comunista di Grecia, la sua forza principale, 29 minuscole formazioni ortodosse e staliniste.
26. Il cartello Lavoro e Giustizia Sociale – L’Alternativa Elettorale (WASG) di Oskar Lafontaine venne costituito nel 2005 e la fondazione del Partito di Sinistra (PG), guidato da Jean-Luc Mélenchon, venne annunciata nel novembre 2008 (il congresso fondativo si celebrò nel febbraio del 2009).
27. Alle elezioni del giugno 2015, prima dell’inizio della spirale di violenza e di attentati innescata dal presidente Recep Erdoğan, il risultato – pari al 13,1% – era stato ancora più notevole.
28. Per una mappa delle forze della sinistra radicale europea si rimanda a Birgit Daiber, Cornelia Hildebrandt, Anna Strienthorst (a cura di), From Revolution to Coalition: Radical Left Parties in Europe, Berlin: Rosa Luxemburg Foundation, 2012; e, più recentemente, al numero speciale, curato da Babak Amini, della rivista Socialism and Democracy, vol. 29, nr. 3, 2015, intitolato The Radical Left in Europe.
29. A eccezione del piccolo stato di Cipro, dove il Partito Progressista dei Lavoratori (AKEL) era giunto al governo nel 2009.
30. Purtroppo, tutti i dati che circolano in merito ai risultati elettorali – anche quelli ufficiali diffusi dall’Unione Europea – si riferiscono alle percentuali relative al numero dei deputati eletti e non a quelle del numero dei reali voti ricevuti. Tra le poche lodevoli eccezioni a questa prassi vi è il saggio di Paolo Chiocchetti, “The Radical Left at the 2014 European Parliament election: A First Assessment”, incluso nella pubblicazione online a cura di Cornelia Hildebrandt, Situation on the Left in Europe after the EU Elections: New Challenges, Berlin: Rosa Luxemburg Stiftung, 2014.
31. A essi vanno aggiunti altri due eurodeputati, eletti nelle fila del Partito Comunista di Grecia e, pertanto, non aderenti al gruppo GUE/NGL.
32. Va osservato che gli eletti al parlamento europeo del GUE/NGL provengono soltanto dalla metà dei 28 paesi che compongono l’Unione Europea.
33. Il celebre slogan del primo ministro inglese Margaret Tatcher – “non c’è alternativa” – continua a materializzarsi, come uno spettro, anche a distanza di trent’anni.
34. In proposito si veda il documento collettivo Preliminary Report, a cura del Truth Committee on Public Debt, la commissione insediatasi il 4 aprile 2015 per iniziativa dell’ex presidente del parlamento greco Zoe Konstantopoulou: http://cadtm.org/IMG/pdf/Report.pdf. Poche settimane fa, il nuovo governo Syriza ha deciso di eliminare questo importante rapporto dal sito ufficiale del parlamento greco.
35. In Portogallo, dopo la rivoluzione dei garofani e l’istituzione della repubblica, i socialisti non avevano mai negoziato con forze politiche alla loro sinistra.
36. Accanto agli autori che spingono da tempo in questa direzione – tra le varie pubblicazioni disponibili, si rimanda a Jacques Sapir,Faut-il sortir de l’Euro?, Paris: Le Seuil, 2012; e Heiner Flassbeck and Costas Lapavitsas, Against the Troika : Crisis and Austerity in the Eurozone, London: Verso, 2015 -, vi sono stati nelle ultime settimane vari interventi nella stessa direzione. In un’intervista al famoso settimanale tedesco Der Spiegel, intitolata “Krise in Griechenland: Lafontaine fordert Ende des Euro” e pubblicata l’11 luglio 2015, Lafontaine ruppe gli indugi, dichiarando che “l’euro è fallito”. In Italia il prestigioso sociologo Luciano Gallino, scomparso di recente, ha pubblicato su La Repubblica, in data 22 settembre 2015, un articolo dal titolo “Perché l’Italia può e deve uscire dall’euro”. Anche in Portogallo e già prima della crisi greca, l’influente Francisco Louçã, che è stato per dodici anni il principale dirigente del Blocco di Sinistra, dopo aver pubblicato, assieme a Joao Ferreira do Amaral, il volume A Solução Novo Escudo, Alfragide: Lua de Papel, 2014, ha espresso posizioni sempre più critiche rispetto alla situazione presente, cfr. il suo articolo “Sair ou não sair do euro”, pubblicato il 27 febbraio 2015 sul quotidiano Publico.
37. Gli altri quattro firmatari sono stati Oskar Lafontaine, l’ex ministro delle finanze greco Yanis Varoufakis, Zoe Konstantopoulou e l’italiano Stefano Fassina.
38. Il primo appuntamento si è svolto a Parigi tra il 23 e il 24 gennaio 2016, ma ha registrato una partecipazione piuttosto ridotta e un dibattito qualitativamente inferiore rispetto alle attese.
39. Significativa, in questo senso, è stata la grande manifestazione del 10 ottobre 2015, che ha visto sfilare a Berlino 250.000 persone contrarie a questo accordo commerciale.
40. Quando giunse al potere, nel gennaio 2015, Syriza ottenne quasi 2.250.000 voti, ma il numero dei suoi iscritti era pari a solo 36.000. Dopo l’assunzione della responsabilità di governo, le decisioni democraticamente assunte dal partito greco sono state ripetutamente stravolte o ignorate.