Tomando café con Marx
Una ola de sindicalización recorre los Starbucks de EE.UU., donde el 70% de la fuerza laboral son mujeres y un 48,2% son personas racializadas o de pueblos nativos
Poco antes del 8 de marzo, un artículo del Washington Post titulaba de forma sugerente: “Más tiendas de Starbucks quieren sindicalizarse. Mujeres y trabajadores no binaries están liderando la campaña”. Desde entonces, un centenar de tiendas de Starbucks han iniciado el proceso de sindicalización en Estados Unidos. Es una verdadera ola de sindicalismo desde abajo, diverso y militante, que no se veía en ese país desde los años 60 o incluso la década de los 30. ¿Y habéis visto los rostros de esta nueva clase obrera? Son muchas mujeres, personas LGTBI+, negras, latinas, africanas o asiáticas, con un promedio de edad de 20 o 22 años. La llaman generación “U”, por “Union” (sindicato). La rabia acumulada durante la pandemia por la falta de protocolos seguros, horarios flexibles que no permiten planificar la vida, una inflación que se come el salario, la imposibilidad de pagar un alquiler o poder estudiar, crearon un clima propicio para esta primavera de asociacionismo.
La chispa se encendió en diciembre en Búfalo, cuando la primera tienda de café logró sindicalizarse después de una huelga. En un país donde el neoliberalismo arrasó con la afiliación sindical durante décadas, encuestas como la de Gallup indican que actualmente casi el 70% de la población norteamericana ve de forma favorable a los sindicatos (un porcentaje que alcanza el 80% entre personas de 18 a 34 años).
Según un informe de la empresa Starbucks, el 70% de la fuerza laboral en sus tiendas norteamericanas son mujeres y un 48,2% son personas negras, de pueblos nativos o “personas de color”. Esto explica que sean ellas las que están al frente de esta lucha. Activistas que han sido impactadas por el movimiento feminista y las huelgas de mujeres, por la insurgencia del Black Lives Matter, las reivindicaciones del colectivo LGTBI y el movimiento ecologista de los últimos años. Es el caso de Jaz Brisack, una joven estudiante que, inspirada por los discursos del socialista Eugene Debs, fundador de la Industrial Workers of the World (IWW), se lanzó a organizar a sus compañeras de trabajo de forma clandestina en el Starbucks de Búfalo hace más de un año.
Un proceso igual de profundo se vive en algunos almacenes de Amazon, donde activistas como Chris Smalls o Angelika Maldonado han logrado organizar con mucho esfuerzo una campaña militante que ha derrotado al Goliat de la logística mundial. En el almacén de Staten Island, con 8.000 trabajadores, se ha formado el nuevo sindicato Amazon Labor Union (ALU) superando todos los obstáculos puestos por la empresa. Jimena Mendoza, editora de Left Voice en Nueva York, explica lo inédito de estos procesos de organización que “empezaron a fomentar muchísimo la unidad interracial y crearon redes dentro del almacén. Lo que han dicho los organizadores es que para algunas de las tácticas que emplearon se inspiraron en las del movimiento obrero de los años treinta, en las huelgas del acero, por ejemplo, y también utilizaron una práctica combativa”.
Eleanor Marx en Chicago
A fines del siglo XIX, el movimiento obrero norteamericano estaba en ebullición. Anarquistas y socialistas promovían la organización de nuevos sindicatos para luchar contra las agotadoras jornadas de diez o catorce horas en las fábricas y talleres. El 1 de mayo de ese año, la Federación Americana del Trabajo había convocado una jornada de protesta para exigir las 8 horas. 8 horas para trabajar, 8 horas para descansar y 8 horas para vivir. En esa lucha por la vida más allá del trabajo, estallaron en todo el país más de 5.000 huelgas. En Chicago, el 3 de mayo las manifestaciones fueron reprimidas, con el saldo de varios obreros muertos y gran cantidad de heridos. Como respuesta, los sindicatos convocaron una masiva concentración en la plaza Haymarket, a la que acudieron miles de trabajadores. La policía cargó nuevamente y, en medio de la confusión, un desconocido arrojó una bomba contra los uniformados. De forma inmediata, la policía descargó ráfagas hacia la multitud y desató una caza de brujas contra socialistas y anarquistas.
August Spies, Mihael Schwab, Adolph Fisher, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons, Samuel Fielden y Oscar Neebe fueron sometidos a un juicio fraudulento y orquestado. El montaje judicial fue escandaloso y se inició una campaña internacional por la liberación de los presos, algunos de los cuales ni siquiera habían estado en la manifestación. En noviembre de ese año Spies, Engel, Fisher y Parsons fueron ahorcados. Louis Lingg se había suicidado en prisión pocos días antes. En su funeral marcharon por las calles de Chicago más de 25.000 trabajadores. Los otros encausados pasaron varios años en prisión hasta que la farsa del juicio y las mentirosas acusaciones fueron desmentidas y recobraron la libertad. En honor a los “Mártires de Chicago”, se fijó el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.
Eleanor Marx, la hija menor de Karl Marx, había llegado a Estados Unidos en agosto de ese año, cuando la campaña por la liberación de los detenidos en Chicago estaba en pleno apogeo. En cada discurso que hizo en diferentes ciudades exigió su libertad. En la gira, se interesó en especial por la situación de las mujeres trabajadoras en Estados Unidos, investigando sobre sus condiciones laborales. El trabajo en las fábricas textiles y la industria del tabaco era degradante y precario. En muchos casos, las mujeres y sus familias dormían en el mismo lugar de trabajo. La explotación infantil era otra marca de nacimiento del pujante capitalismo norteamericano.
Eleanor Marx destacó en aquellos años por su papel como organizadora en Inglaterra, agrupando a aquellos entre los más explotados y oprimidos de la clase: las mujeres y trabajadores precarios no calificados. Sectores que eran considerados “inorganizables” por las cúpulas de los sindicatos. Y al mismo tiempo que apoyaba huelgas por salarios y por la reducción de la jornada laboral para conseguir una vida más allá del trabajo, promovía la lucha de fondo por terminar con el trabajo asalariado como tal.
Hace unas semanas se publicó en castellano ¡Trabajadores del mundo, uníos! (Bellaterra, 2022), una antología con escritos y documentos de la Primera Internacional fundada por Marx y Engels. La edición, prologada por Marcello Musto, permite acercarse a una historia viva de la primera organización mundial de la clase trabajadora. Muestra que su influencia crecía al calor de su intervención y apoyo a las luchas de trabajadores y trabajadoras en varios países, al mismo tiempo que se planteaba como objetivo acabar con toda forma de opresión y explotación.
Un siglo y medio después, las condiciones laborales en muchos centros de trabajo se asemejan más a aquellas del siglo XIX que a las promesas de “libertad” y “prosperidad” que el capitalismo aseguraba traer. Grandes multinacionales como Amazon y Starbucks invierten millones de dólares en campañas antisindicales, contratando a bufetes de abogados y consultoras para evitar que se formen nuevos sindicatos. Más cerca, también en España muchas empresas imponen un veto a la organización sindical mediante despidos y persecuciones, tal como lo viene denunciando la Plataforma de Represaliadxs Sindicales, que agrupa casos de diferentes centros de trabajo. O como pudimos ver hace unos meses en Cádiz, cuando el gobierno “progre” envió una tanqueta contra los huelguistas del metal.
A pocos días del 1 de mayo, frente a tantos que dieron por muerta a la clase obrera, bien vale decir: ¡larga vida a la clase obrera! Dirigir la mirada hacia lo que ocurre en las tiendas de Starbucks y los almacenes de Amazon, pero también hacia el campo andaluz, donde se organizan las jornaleras de Huelva, o hacia los suelos que limpian las trabajadoras del Guggenheim en Bilbao. Allí se encuentra una clase obrera feminizada, diversa y racializada dando pasos en su organización, en la lucha y en la solidaridad más allá de las fronteras. Y si los capitalistas siguen utilizando las mismas técnicas de represión antisindical que sus antepasados, lxs trabajadorxs también tienen el desafío de aprender de su propia historia de luchas y revoluciones. Claro que no todo siempre será igual. Hoy Eleanor Marx se sentaría a conspirar sobre cómo organizar una huelga con una joven trabajadora queer en Nueva York o con una jornalera marroquí. Y tomarían un café machiatto, claro está.
Marcello
Musto