Marx definió al Estado como un poder de servidumbre social y una fuerza que impide la plena emancipación del individuo

La publicación en castellano del libro de Marcello Musto, Karl Marx, 1881-1883. El último viaje del Moro (México, Siglo XXI, 2020) y su traducción reciente al catalán (L’últim Marx. Una biografia política, Tigre de Paper, 2021) han reabierto el debate sobre el último período de la vida y la obra de Marx. La buena recepción de este libro en varios países –publicado en italiano en 2016, ya ha sido traducido en 15 idiomas– parece mostrar un renovado interés por nuevas lecturas de la obra del revolucionario alemán. Entrevistamos a Marcello Musto, autor de numerosos libros sobre la obra de Marx y catedrático de Sociología en la Universidad de York (Toronto).

¿A qué crees que se debe este retorno a la obra de Marx a comienzos del siglo XXI? ¿Y por qué concentrarnos ahora en el último período de su vida?

En los últimos años de su vida, Marx profundizó muchas cuestiones que, aunque a menudo subestimadas, o incluso ignoradas por los estudiosos de su obra, adquieren una importancia crucial para la agenda política de nuestro tiempo. Entre ellas está la ecología, la libertad individual en la esfera económica y política, la emancipación de género, la crítica al nacionalismo y las formas de propiedad colectiva no controladas por el Estado.

Además, Marx investigó a fondo las sociedades extra-europeas y se expresó sin ambages contra los estragos del colonialismo. Es un error sugerir lo contrario. Esto se ha hecho evidente gracias a los manuscritos inacabados de Marx, recién publicados por la edición histórico-crítica de sus obras completas – la Marx-Engels Gesamtusgabe (MEGA2)–, a pesar del escepticismo que todavía está de moda en ciertos sectores académicos. Así, treinta años después del fin de la Unión Soviética, es posible leer a un Marx muy distinto del teórico dogmático, economicista y eurocéntrico que ha sido criticado, durante tantos años, por quienes no habían leído su obra o lo habían hecho solo superficialmente.

Casi todas las biografías intelectuales de Marx publicadas hasta hoy han dado un peso excesivo al examen de sus escritos de juventud. Durante mucho tiempo, la dificultad de examinar los estudios de los últimos años de su vida ha obstaculizado el conocimiento de los importantes logros que él alcanzó. Todos los biógrafos de Marx han dedicado muy pocas páginas a su actividad después de la disolución de la Asociación Internacional de Trabajadores, en 1872, y han utilizado casi siempre el título genérico de “la última década” para resumir esta parte de su existencia, en lugar de profundizar en lo que realmente hizo durante ese período. Mi libro pretende contribuir a llenar este vacío.

 

Poniendo el foco en “el último Marx”, ¿qué aportan sus cuadernos sobre las sociedades precapitalistas y sus estudios etnológicos?

Entre 1881 y 1882, Marx hizo notables progresos teóricos en relación con la antropología, los modos de producción precapitalistas, las sociedades no occidentales, la revolución socialista y la concepción materialista de la historia. Él consideraba que el estudio de nuevos conflictos políticos y de nuevos temas y zonas geográficas era fundamental para su crítica del sistema capitalista. Esto le permitió abrirse a nuevas especificidades nacionales y considerar la posibilidad del desarrollo del movimiento comunista en formas diferentes de las que había pensado anteriormente.

Los denominados Cuadernos antropológicos de 1881 –que son una colección de resúmenes comentados del libro La sociedad antigua (1877) del antropólogo estadounidense Lewis Morgan y de otros textos de historia y de antropología– representan una de las investigaciones más significativas del período final de su vida. Este trabajo permitió a Marx adquirir información particularizada sobre las características sociales y las instituciones del pasado más remoto, que no estaban aún en su posesión cuando había publicado El capital, en 1867. Marx no se ocupó de la antropología por mera curiosidad intelectual, aunque sí con una intención exquisitamente teórico-política. Quería reconstruir, sobre la base de un correcto conocimiento histórico, la secuencia con la cual, en el curso del tiempo, se habían sucedido los diferentes modos de producción. Ésta le servía también para dar fundamentos históricos más sólidos a la posible transformación de tipo comunista de la sociedad.

Persiguiendo este objetivo, Marx se dedicó al estudio de la prehistoria, del desarrollo de los vínculos familiares, de la condición de las mujeres, del origen de las relaciones de propiedad, de las prácticas comunitarias existentes en las sociedades precapitalistas, de la formación y la naturaleza del poder estatal y del rol del individuo en la sociedad. Entre las consideraciones más sugerentes están sus notas sobre la acumulación de riqueza, donde se indicaba que “la propiedad privada de casas, tierras y rebaños está vinculada con la familia monógama”. Como se había argumentado ya en El Manifiesto del partido comunista (1848), esto representaba el punto de partida de la historia como “historia de la lucha de clases”.

También Marx prestó gran atención a las consideraciones de Morgan sobre la emancipación de las mujeres. El antropólogo americano había afirmado que las sociedades antiguas fueron más progresistas que las contemporáneas en cuanto al trato y al comportamiento hacia las mujeres. En la Antigua Grecia, el cambio de la descendencia por línea femenina a la masculina fue perjudicial para la posición y los derechos de la mujer y Morgan evaluó muy negativamente este modelo social. Para el autor de La sociedad antigua, los griegos seguían siendo “bárbaros, en el apogeo de su civilización, en el tratamiento del sexo femenino. La inferioridad les era inculcada como un principio, hasta el punto de que llegó a ser aceptada como un hecho por las mujeres mismas”. Pensando en contraste con los mitos del mundo clásico, en los Cuadernos antropológicos Marx agregó un agudo comentario: “La situación de las diosas del Olimpo muestra reminiscencias de una posición anterior de las mujeres. Más libre e influyente. La ansiosa de poder Juno, la diosa de la sabiduría que nace de la cabeza de Zeus”.

 

Quizás el único tema que se conoce del “último Marx” es el debate sobre la comuna rural rusa. ¿Es una muestra del pensamiento dialéctico, anti teleológico de Marx? ¿Cuáles fueron sus principales fuentes teóricas en este caso?

A partir de 1870, después de haber aprendido a leer en ruso, Marx se puso a estudiar muy seriamente los cambios socioeconómicos que acontecieron en Rusia. Así se produjo un encuentro fundamental con la obra de Nikolái Chernishevski –la principal figura del populismo (expresión que, en el siglo XIX, tenía sentido izquierdista y anticapitalista) de aquel país. Al estudiar la obra de Chernishevski, Marx descubrió ideas originales acerca de la posibilidad de que, en algunas partes del mundo, el desarrollo económico saltara el modelo productivo capitalista y las terribles consecuencias sociales que había tenido para la clase trabajadora de Europa occidental. Chernishevski había escrito que un fenómeno social cualquiera no tiene que atravesar necesariamente todos los momentos lógicos en la vida real de todas las sociedades. Por lo tanto, las características positivas de la comuna rural (obschina) debían ser preservadas, pero solo podrían asegurar el bienestar de las masas campesinas si se insertaban en un contexto productivo diferente. La obschina solo podría contribuir a una etapa incipiente de la emancipación social si se transformaba en el embrión de una organización social nueva y radicalmente distinta. Sin los descubrimientos científicos y las adquisiciones tecnológicas asociadas al ascenso del capitalismo, la obschina nunca se transformaría en un experimento de cooperativismo agrícola verdaderamente moderno. Sobre esta base, los populistas plantearon dos objetivos para su programa: impedir el avance del capitalismo en Rusia y utilizar el potencial emancipatorio de las comunas rurales preexistentes.

Aunque esto es desconocido por la mayoría de los estudiosos de Marx, la obra de Chernishevski fue muy útil para el autor de El capital. Cuando, en 1881, Vera Zasulich le preguntó si la obschina estaba destinada a desaparecer o había podido ser transformada en una forma de producción socialista, Marx tenía una visión muy crítica sobre los procesos de transición de las formas comunales del pasado hacia el capitalismo. Por ejemplo, al referirse a India, él afirmó que lo único que los británicos lograron fue “arruinar la agricultura nativa y duplicar la cantidad de hambrunas y su gravedad” y Marx no consideraba al capitalismo como una etapa obligatoria para Rusia. Él no pensaba que la obschina estaba predestinada a seguir el mismo destino que otras formas similares de Europa occidental en siglos anteriores, donde la transición de una sociedad fundada en la propiedad comunal a una sociedad fundada en la propiedad privada había sido más o menos uniforme. Al mismo tiempo, Marx no había alterado su juicio crítico de las comunas rurales rusas y, en su análisis, la importancia del desarrollo individual y de la producción social, al fin de construir una sociedad socialista, permaneció intacta. Para Marx las comunas rurales arcaicas no eran un foco de emancipación más avanzado para el individuo que las relaciones sociales que existían dentro del capitalismo.

 

Este debate se ha interpretado de variadas formas. Por ejemplo, desde una lectura “tercermundista” se ha propuesto un Marx que en sus últimos años rompe consigo mismo y cambia de sujeto revolucionario. ¿Cuál es su opinión sobre estas lecturas?

En los borradores de la carta a Vera Zasulich no existen indicios de un quiebre dramático de Marx con sus posturas anteriores, como han creído detectar algunos estudiosos como Haruki Wada y Enrique Dussel. Tampoco se puede compartir la mirada de los autores que han sugerido una lectura “tercermundista” del Marx tardío, según la cual los sujetos revolucionarios ya no son los obreros fabriles sino las masas del campo y la periferia.

En concordancia con sus principios teóricos, Marx no sugirió que Rusia u otros países donde el capitalismo todavía estaba infradesarrollado tuviesen que transformarse en el foco primordial de un estallido revolucionario. Ni tampoco pensaba que las naciones con un capitalismo más atrasado estuviesen más cerca del objetivo del socialismo que aquellos caracterizados por un desarrollo productivo más avanzado. En su opinión, no se debían confundir las rebeliones o luchas por la resistencia esporádicas con el establecimiento de un nuevo orden socioeconómico basado en el socialismo. La posibilidad que él había considerado en un momento muy particular de la historia de Rusia, cuando se dieron condiciones favorables para una transformación progresiva de las comunas agrarias, no podía elevarse al estatus de modelo general. Ni en la Argelia dominada por los franceses, ni en la India británica, por ejemplo, se observaban las condiciones especiales que Chernishevski había identificado, y la Rusia de principios de la década de 1880 no podía compararse con lo que pudiese llegar a ocurrir allí en tiempos de Lenin. El nuevo elemento en el pensamiento de Marx consistió en una apertura teórica, cada vez mayor, que le permitió contemplar otros caminos posibles al socialismo que anteriormente no había considerado seriamente o que había considerado inalcanzables.

Las consideraciones de Marx sobre el futuro de la obschina se encuentran en las antípodas de la equiparación del socialismo con las fuerzas productivas, una concepción marcada por tintes nacionalistas y simpatías colonialistas que se hizo presente en la Segunda Internacional y los partidos socialdemócratas. También difieren en gran medida del supuesto “método científico” de análisis social preponderante en el marxismo-leninismo del siglo XX.

La ausencia de cualquier tipo de rígido esquematismo y la capacidad de desarrollar una teoría revolucionaria dúctil –y nunca separada de su contexto histórico– es útil no sólo para una mejor comprensión del pensamiento de Marx, sino también para recalibrar la brújula de la acción política de las fuerzas de la izquierda transformadora contemporánea.

 

Al final de su vida, ya bastante enfermo, Marx hizo un viaje a Argelia, poco conocido en su biografía. ¿Qué aporta la mirada de Marx desde allí?

En un intento extremo por curar su enfermedad pulmonar, en busca de un clima templado, Marx llegó a África en febrero de 1882. Se estableció por 72 días en Argel y este fue el único período de su vida que pasó fuera de Europa.Lamentablemente, casi ningún biógrafo de Marx ha prestado particular atención a este viaje.

Las terribles condiciones de salud impidieron a Marx comprender a fondo la realidad argelina. Ni siquiera, como deseaba, le fue posible estudiar las características de la propiedad común entre los árabes. Él ya se había interesado por este tema en el curso de sus estudios sobre la propiedad agraria y las sociedades precapitalistas, que había iniciado en 1879. Entonces escribió que la individualización de la propiedad de la tierra, realizada a lo largo del dominio francés, había procurado no sólo un enorme beneficio económico a los invasores, sino también había favorecido el objetivo político de destruir las bases de la sociedad argelina.

Marx estaba muy afligido por haber tenido que abandonar, de manera forzosa, cualquier tipo de actividad intelectual laboriosa. Sin embargo, a pesar de sus dolencias, entre las observaciones más interesantes que logró resumir en las cartas redactadas en Argel destacan aquellas contra el colonialismo europeo. Él atacó furibundamente los violentos atropellos y las repetidas provocaciones de los franceses frente a cada acto de rebelión de la población local, subrayando que, en relación con los daños producidos por las grandes potencias en la historia de las ocupaciones coloniales, los británicos y los holandeses habían sido aún peores.

 

Para terminar: en los últimos años, Marx sigue abocado a la polémica con aquellos que piensan que es posible democratizar el Estado capitalista. ¿Qué piensas?

Al final de su vida, Marx volvió a estudiar el origen y las funciones del Estado. A través de los estudios del antropólogo Morgan y criticando al historiador británico Henry Maine, Marx se dedicó al análisis del papel desarrollado por el Estado en la fase de transición “de la barbarie a la civilización” y a las relaciones entre individuo y Estado. Las últimas anotaciones de Marx a propósito fueron en continuidad con sus elaboraciones más significativas del pasado. En De la crítica de la filosofía hegeliana del derecho público, de 1843, Marx había escrito que los franceses estaban en lo correcto al afirmar que “el Estado político tiene que desaparecer en la verdadera democracia” y en La guerra civil en Francia, publicada en 1871, él había representado el poder estatal como la “fuerza pública organizada para la esclavización social” o como la “máquina del despotismo de clase”.

De manera similar, en los Cuadernos antropológicos de 1881, Marx definió al Estado como un poder de servidumbre social y una fuerza que impide la plena emancipación del individuo. Además, en estos estudios muy poco conocidos, él insistió sobre el carácter parasitario y transitorio del Estado: “la existencia, supuestamente suprema e independiente, del Estado no es más que una apariencia. El Estado, en todas sus formas, es una excrecencia de la sociedad. Incluso su apariencia no se presenta hasta que la sociedad ha alcanzado un cierto grado de desarrollo y desaparecerá de nuevo en cuanto la sociedad llegue a un nivel hasta ahora inalcanzado”.

Estas reflexiones parecen muy alejadas de nuestro tiempo y de la necesidad de la intervención del Estado para mitigar el dominio indiscutible del mercado. Sin embargo, nunca hay que olvidar que la sociedad socialista teorizada por Marx no tiene nada que ver con el estatismo de los llamados “socialismos reales” del siglo XX y que Marx siempre dirigió una crítica aspérrima contra la izquierda que quisiera gobernar contentándose con hacer meros paliativos a las directrices económicas y sociales del liberalismo. También por esta razón, Marx sigue siendo indispensable para todos los que luchan por reconstruir una alternativa emancipadora y su crítica política del comunismo de Estado y de los socialismos compatibles con el liberalismo no es menos importante que su crítica económica del modo de producción capitalista.

 

Published in:

Ctxt- Contexto y Acción

Pub date:

6 January 2022

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Interview by Josefina L. Martínez

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