LOS EFECTOS DEL COLONIALISMO INGLÉS EN LA INDIA
En las últimas décadas, en las universidades se ha difundido cada vez más una interpretación que se propone representar a Marx como un autor culpable de orientalismo, de economicismo y sin la capacidad de descifrar las contradicciones sociales sino es a través del único análisis del conflicto entre capital y trabajo. Muchos de ellos, teóricos de la escuela postmoderna, críticos del eurocentrismo y exponentes de los estudios post-coloniales, han sostenido estas tesis alcanzando un eco y éxito considerable. En verdad, una lectura no superficial de la obra de Marx – y la necesaria distinción entre ésta y el corpus dogmático de los manuales de marxismo-leninismo sobre los cuales algunas de estas tesis parecen sostenerse – muestran el perfil de un pensador completamente distinto de las representaciones tan en boga en la academia.
Algunas advertencias para leer a Marx con mayor atención han llegado también desde el fundador de la revista Subaltern Studies. En Dominance without Hegemony: History and power in colonial India, Ranajit Guha ha expresado su cuestionamiento a una posición que, paradójicamente, también fuera asumida por muchos de sus epígonos: “Algunos de los escritos de Marx – por ejemplo ciertos pasajes de sus tan conocidos escritos sobre la India- han sido seguramente leídos sin contextualización y de un modo distorsionado, al punto de reducir su valoración acerca de las posibilidades históricas del capital en adulaciones de un maníaco de la tecnología” (1997: 15). A su juicio, la de Marx era “una crítica que se distinguía inequívocamente del liberalismo”, aún más válida si se piensa que esta fue elaborada en la “fase ascendente y optimista” de este último, en la que “el capital crecía con fuerza y parecía que no hubiesen límites para su expansión y capacidad de transformar la naturaleza y la sociedad” (1997: 15-16). En síntesis, lo afirmado por Partha Chatterje en The politics of the governed: popular politics in most of the world – a saber, que gran parte de los “marxistas han creído, en general, que el influjo del capital sobre la comunidad tradicional fuese el símbolo inevitable del progreso histórico” (2004: 30)- es indiscutible. Sin embargo, sería erróneo extender esta posición a Marx y a su interpretación de la sociedad.
La convicción de que la expansión del modo de producción capitalista fuese un presupuesto fundamental para el nacimiento de la sociedad comunista atraviesa la obra entera de Marx. En el Manifiesto del partido comunista (1848), Marx y Engels reconocieron más de un mérito a la sociedad burguesa. Esta no solo había “destruido todas las condiciones de la vida feudal, patriarcales, idílicas” sino que también “ en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. Ellos no tuvieron dudas en declarar que “la burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario” (1974: 113). Explotando los descubrimientos geográficos y el nacimiento del mercado mundial, “ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”(1974:114).
En “Futuros resultados de la dominación británica en la India” (1853), uno de los tantos artículos periodísticos aparecidos en el New York Tribune, él escribió que “Inglaterra debe asumir una doble misión en la India, una destructiva, otra regeneradora: aniquilar la vieja sociedad asiática y poner los fundamentos materiales de la sociedad occidental en Asia” (1973a: 78). El no albergaba ninguna ilusión en las características de fondo del capitalismo, sabiendo bien que la burguesía no había “realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación” (1973a: 82). No obstante, asimismo estaba convencido que el intercambio global y el desarrollo de las fuerzas productivas de los seres humanos, mediante la transformación de la producción en un “dominio científico sobre las fuerzas de la naturaleza”, crearían las bases para una sociedad distinta: “la industria y el comercio burgueses van creando esas condiciones materiales de un nuevo mundo” (1973a: 83).
Estas afirmaciones le valieron a Marx la acusación de Edward Said quien, en Orientalismo, no solo declaró que “los análisis económicos de Marx encajan perfectamente en una típica empresa orientalista”, sino que insinuó que éstos dependían del viejo prejuicio de la “desigualdad entre Este y Oeste” (2002: 213-4). El primero en poner en evidencia los errores de esta interpretación, demasiado circunscripta y facciosa, fue Sadiq Jalal al-Azm quien, en el artículo “Orientalism and Orientalism in reverse”, consideró “el informe de [de Said] de las observaciones y de los análisis de Marx, sobre procesos históricos y situaciones altamente complejas, como una farsa”. En su visión, “no había nada de específico, ni respecto de Asia ni del Oriente, en la amplia interpretación teórica de Marx”. Respecto de “la capacidad productiva, la organización social, el ascendente histórico, el poder militar y los desarrollos científicos y tecnológicos (…) Marx, como cualquier otro, conocía la superioridad de Europa moderna sobre Oriente. Sin embargo, acusarlo de (…) transformar este hecho contingente en una realidad necesaria para todos los tiempos era un absurdo” (al-Azm 1980: 14-15).
También Aijaz Ahmad en In Theory: Classes, Nations, Literatures, ha mostrado bien como “Said había descontextualizado citas, con poco sentido de lo que el pasaje citado representaba”en la obra de Marx, “simplemente para insertarlo en su archivo orientalista” (1992: 231, 223). El autor indio ha observado correctamente que “la denuncia de Marx de la sociedad pre-colonial en la India no era menos estridente que su denuncia del pasado feudal de Europa” (1992: 224). A su juicio, “para Marx la idea de un cierto papel progresivo del colonialismo estaba ligado de un papel progresivo del capital en relación a lo que existiera previamente, tanto dentro de Europa como fuera de esta”; “la destrucción del campesinado europeo en el curso de la acumulación original es descripta en tonos análogos” a los de las mutaciones que acaecieron en la India (1992: 227).
En cualquier caso, los artículos de Marx sobre la India de 1853 ofrecen una visión todavía muy parcial y simplificadora del colonialismo si las comparamos con las reflexiones que, posteriormente, elaboró sobre el tema. Las consideraciones sobre la presencia británica en la India fueron enmendadas algunos años después, cuando, escribiendo sobre la rebelión de los Sepoy de 1857 para el mismo cotidiano americano, en el artículo “Investigaciones sobre la tortura en la India”, Marx se alineó, con decisión, de parte de quienes intentaron “expulsar a los conquistadores extranjeros” (1973b: 140). Tomas de partidos análogas fueron muy frecuentes, sea en sus obras como en sus intervenciones políticas.
UNICAMENTE EN EUROPA OCCIDENTAL
Una de las exposiciones más analíticas acerca de los efectos positivos del proceso productivo capitalista se encuentra en el libro primero de El Capital (1867). A pesar de que era mucho más consciente, respecto el pasado, del carácter destructivo del capitalismo, en su obra magna Marx retomó las condiciones generales del capital – en particular de su “centralización”- que constituyen los presupuestos fundamentales para el posible nacimiento de la sociedad comunista. Estas eran: 1) cooperación laboral, 2) la contribución científico técnica en la producción, 3) la apropiación de las fuerzas de la naturaleza por la producción, 4) la creación de grandes máquinas operables tan solo en común por los obreros, 5) el ahorro de los medios de producción, 6) la tendencia a crear el mercado mundial.
Para Marx, el capitalismo había creado las condiciones para la superación de las relaciones económico-sociales originadas por sí mismo y, por lo tanto, el posible traspaso a la sociedad socialista. Así como en sus consideraciones sobre el perfil económico de las sociedades no europeas, el punto central de sus reflexiones consistía en el desarrollo del capitalismo desde el punto de vista de su derrocamiento. Marx reconoció que este modo de producción, no obstante lo despiadado de la explotación de los seres humanos, presentaba algunos elementos potencialmente progresivos, que permiten, mucho más que otras sociedades del pasado, la valoración de las potencialidades de los individuos singulares. Profundamente contrario al precepto productivista del capitalismo, así como al primado del valor de cambio y al imperativo de la producción de plusvalor, Marx valorizó la cuestión del aumento de la capacidad productiva en relación con el incremento de las facultades individuales. Como escribiera también en los Grundrisse, consideró al capitalismo como “un punto de pasaje necesario” (1971: 479) para que se pudiese desplegar las condiciones que permitieran al proletariado luchar, con esperanzas de triunfo, por la instauración de un modo de producción socialista.
Si Marx consideró que el capitalismo fuese una transición esencial que determina las condiciones históricas dentro de las que el movimiento obrero pudiesen luchar para una transformación comunista de la sociedad, en contraste, no pensó nunca que esta idea sea aplicada de un modo rígido y dogmático. Al contrario, él negó muchas veces -sea en textos publicados como en manuscritos inéditos- haber concebido una interpretación unidireccional de la historia en base a la cual los seres humanos a cumplir de cualquier modo el mismo camino y, por añadidura, a través de las mismas etapas.
En el curso de los últimos años de su vida Marx rebatió la tesis, atribuida erróneamente a él, de la inexorabilidad histórica del modo de producción burgués. Su total extrañeza respecto esta posición se expresó en ocasión del debate sobre el posible desarrollo del capitalismo en Rusia. Al escritor y sociólogo Nikolaj Michajlovskij, que lo había acusado de haber considerado el capitalismo como una etapa imprescindible también para la emancipación de Rusia, Marx replicó que en el primer libro de El Capital él había “pretendido solamente indicar la vía por la cual, en Europa occidental, el orden económico capitalista había surgido del seno del orden económico feudal”. Marx remitió a la lectura de un pasaje de la edición francesa (1872-75) de El Capital, en la que había sostenido que la base del recorrido entero de la separación de los productores de sus medios de producción había sido la “expropiación de los cultivadores”. Había añadido que este proceso se había “completado de un modo radical solo en Inglaterra (…) (y que) todos los otros países de Europa occidental recorrían el mismo movimiento” (1990: 173). Por lo tanto, había examinado tan solo el “viejo continente”, no el mundo entero.
En este horizonte espacial se encuadra la afirmación presente en el prefacio del primer libro de El Capital: “el país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”. Marx escribió para el lector alemán, observando que a los habitantes de esta nación “nos atormenta, al igual que en los restantes países occidentales del continente europeo, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino la falta de ese desarrollo”. A su juicio, al lado de las “miserias modernas” sobrevivía la opresión de “toda una serie de miserias heredadas, resultantes de que siguen vegetando modos de producción vetustos, meras supervivencias, con su cohorte de relaciones sociales y políticas anacrónicas” (1975: 7).
En Provincializing Europe: Postcolonial thought and historical difference, Dipesh Chakrabarty, en cambio, ha interpretado erróneamente este pasaje como un típico ejemplo de historicismo que sigue el principio “primero en Europa y luego en otro lugar”. Las “ambigüedades en la prosa de Marx” son presentadas como un prototipo de quienes consideran “la historia como una sala de espera, un período que es necesario para la transición al capitalismo en cualquier tiempo y lugar particular. Este es el período al cual (…) es frecuentemente consignado el tercer mundo” (2000: 65). En cualquier caso, en el ensayo “The fetish of “the West” in postcolonial theory”, Neil Lazarus ha observado con justicia que “no todas las narrativas históricas son teleológicas o historicistas” (2002: 63). En cuanto a Rusia, Marx compartió la opinión de Chernyshevski, según la cual aquel país habría podido “desarrollar sus propios fundamentos históricos y así, sin experimentar todas las torturas de ese régimen [capitalista], apropiarse, sin embargo, de todos sus frutos” (1990: 172). Marx afirmó que Michajlovskij había transfigurado su “esbozo histórico de la génesis del capitalismo en Europa occidental, en una teoría histórico-filosófica sobre la evolución general, fatalmente impuesta a todos los pueblos, cualesquiera sean las circunstancias históricas en las que ellos mismos se encuentren”. Marx hizo notar que la correcta interpretación de los fenómenos históricos no podía garantizarse por “una teoría histórico-filosófica general, cuya suprema virtud consiste en ser supra-histórica” (1990: 174).
EL DEBATE SOBRE EL COMUNISMO EN RUSIA
Marx expresó las mismas convicciones en 1881, cuando la revolucionaria Vera Zasúlich lo interpeló sobre el futuro de la comuna [obscina] agrícola. Zasúlich le preguntó si esta última podría desarrollarse en forma socialista, o si estaba destinada a perecer, porque el capitalismo necesariamente se impondría en Rusia también. En su respuesta, Marx afirmó que en el primer libro de El Capital la “’fatalidad histórica’” del desarrollo del capitalismo -que introducía la “separación radical de los medios de producción del productor”- estaba “expresamente restringida a los países de la Europa occidental” (1980: 60).
Reflexiones aún más detalladas sobre el tema se encuentran en los borradores de la carta enviada a Zasúlich. En estos Marx puso de relieve la característica particular que albergaba la coexistencia entre la obscina y las formas económicas más avanzadas. Observó que Rusia era “contemporánea de una cultura superior, está ligada a un mercado del mundo donde predomina la producción capitalista… Al apropiarse los resultados positivos de este modo de producción está entonces en condiciones de desarrollar y transformar la forma todavía arcaica de su comuna rural en lugar de destruirla” (1980: 48-49). Los campesinos habrían podido “incorporar las adquisiciones positivas logradas por el sistema capitalista, sin pasar por sus horcas caudinas” (1980: 41).
Para quienes consideraban que el capitalismo debía ser una etapa irrenunciable también para Rusia, que sostenían que era imposible que la historia avance de a saltos, Marx preguntó de manera irónica si entonces Rusia, “para explotar las máquinas, los navíos de vapor, los ferrocarriles, etc.” debía “hacer como el Occidente”, esto es, “pasar por un largo período de incubación de la industria mecánica”. A su vez, planteó el problema de cómo habría sido posible “introducir en su país, en un abrir y cerrar de ojos, todo el mecanismo de los intercambios (bancos, sociedades de crédito, etc.) cuya elaboración costó siglos a Occidente” (1980: 32). Era evidente que la historia de Rusia, o cualquier otro país, no debía recorrer por fuerza todas las etapas que habían marcado la historia de Inglaterra u otras naciones europeas. Por tanto, también la transformación socialista de la obscina debería haberse cumplido sin pasar necesariamente por el capitalismo.
En la elaboración de sus reflexiones Marx estuvo muy influenciado por la obra de Nikolai Chernyshevski, en particular el ensayo Crítica de los prejuicios filosóficos contra la propiedad comunal (1859) . Aquí el autor ruso se había preguntado “si, dado un fenómeno social, éste debe pasar por todos los momentos lógicos de la vida real de toda sociedad” (1990: 239). Su respuesta había sido negativa. Chernyshevski había formulado dos conclusiones que contribuyeron a la definición de las reivindicaciones políticas de los populistas rusos y dotaron a éste de un fundamento científico:
Cabe aclarar que las teorías de Chernyshevski se diferenciaban claramente de las de muchos pensadores eslavófilos de su momento. Con éstos, compartía ciertamente la denuncia de los efectos del capitalismo y la oposición a la proletarización del trabajo en el campo ruso. No obstante, él se oponía decididamente a las posiciones de la intelectualidad aristocrática que buscaba la conservación de las estructuras del pasado y nunca describió a la obscina como una organización idílica y típica solo de las poblaciones eslavas. Declaró, en cambio, que “tampoco tiene ningún motivo nuestro orgullo por el hecho de que este resto de la antigüedad primitiva se haya conservado” Para Chernyshevski su conservación en los países donde aún permanecían presentes “sólo testimonia la naturaleza lenta y perezosa del desarrollo histórico” (1990: 233-4).
Chernyshevski estaba fuertemente convencido que el desarrollo de Rusia no podía prescindir de las conquistas alcanzadas en Europa occidental. Las características positivas de las comunas rurales se preservaban, pero estas solo podrían asegurar el bienestar de las masas campesinas si fuesen insertas en contexto productivo diferente. La obscina podía aportar al inicio de una estadía de emancipación social del pueblo ruso solo si deviniese el embrión de una nueva organización económica de la sociedad radicalmente diversa de la preexistente. Junto con la posesión comunitaria de la tierra debía unirse también una forma colectiva de cultivo de la tierra y distribución de sus frutos. Además, sin los descubrimientos científicos nacidos en el capitalismo y las adquisiciones técnicas que le siguieron, la obscina no se convertiría nunca en una experiencia de cooperativismo agrícola verdadero y moderno. En Rusia, el proceso derivado de los procesos de industrialización – este era el punto clave- no debía causar las condiciones de explotación y miseria típicas del capitalismo.
Las posiciones de Chernyshevski tenían el mérito de oponerse a quienes concebían el desarrollo histórico como un progreso lineal e inmutable hacia una meta final inicialmente ya definida. El estudio de su obra fue de una gran utilidad para Marx.
EL COMUNISMO SEGÚN MARX
El modelo de sociedad comunista que tenía en mente Marx no era de hecho un modo primitivo de producción cooperativa o colectiva como el resultado de un individuo aislado, sino aquel derivado de una socialización de los medios de producción. En los últimos años de vida, había cambiado su juicio, más crítico, sobre las comunas rurales en Rusia y, en el proceso de su análisis, el desarrollo del individuo y de la producción social conservaban intactos su centralidad insustituible.
En las reflexiones sobre el caso ruso no se evidencia, entonces, ningún desgarro dramático respecto de sus convicciones previas. Los elementos de novedad respecto del pasado muestran, en cambio, la maduración de una posición teórico-política que le llevó a considerar como posibles para el pasaje al comunismo otras vías – también las diversas posibilidades respecto de los países europeos – nunca evaluadas hasta entonces, o bien hasta entonces consideradas irrealizables.
Marx afirmó que, “hablando en teoría”, era posible que la obscina pudiese “conservar su tierra desarrollando su base, la propiedad común de la tierra (…). puede convertirse en punto de partida directo del sistema económico al que tiende la sociedad moderna; puede cambiar de existencia sin empezar por suicidarse; puede apoderarse de los frutos con que la producción capitalista ha enriquecido a la humanidad sin pasar por el régimen capitalista” (1980: 40). La contemporaneidad con la producción capitalista ofrecía a la comuna agraria rusa “todas las condiciones del trabajo colectivo” (1980: 41).
Junto con su falta de disposición para aceptar la idea de que el progreso histórico estuviese predefinido, de igual modo, en escenarios económicos y políticos distintos, los progresos teóricos de Marx también se debieron a la evolución de sus elaboraciones sobre los efectos producidos por el capitalismo en los países económicamente más atrasados. No consideraba más, como había asegurado en 1853 en el New York Tribune, a propósito de la India, que “la industria y el comercio burgueses van creando esas condiciones materiales de un nuevo mundo” (1973a: 83). Años de estudios nuevos y observaciones detalladas de los cambios en el escenario político internacional, había contribuido a hacerlo madurar una visión colonialismo británico bien distinta de la que expresara cuando era un periodista de apenas treinta y cinco años. Los efectos producidos por el capitalismo en los países coloniales fueron evaluados de diferente manera. Refiriéndose a “las Indias Orientales” en uno de los borradores de la carta a Zasúlich, Marx escribió que “todo el mundo… sabe que allí la supresión de la propiedad común de la tierra no era más que un acto de vandalismo inglés, que empuja al pueblo indígena no hacia adelante sino hacia atrás” (1980: 52). En su opinión, los británicos habían sido capaces tan solo de “destruir la agricultura indígena y de duplicar el número y la intensidad de las carencias”. El capitalismo no traía progreso y emancipación como exageraban sus apologistas, sino tan solo la rapiña de los recursos naturales, devastación ambiental y nuevas formas de esclavitud y dependencia humana.
En suma, Marx retornó sobre la posible concomitancia entre el capitalismo y las formas comunitarias del pasado, conservadas en los países extra-europeos, también en 1882. En el prefacio a una nueva edición rusa del Manifiesto del partido comunista, redactada junto con Engels, el destino de la obscina fue puesto en común con el de las luchas proletarias en Europa:
En Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es posesión comunal de los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la comunidad rural rusa —forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra— pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente? La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista (Marx y Engels 1974: 102).
La posición dialéctica alcanzada por Marx le permitió abandonar la idea según la cual el modo de producción socialista podría ser construido solo a través de determinadas etapas. Más aún, negó expresamente la necesidad histórica del desarrollo del capitalismo en cualquier parte del mundo. En su razonamiento no hay rastros de determinismo económico. Las consideraciones que desarrolló, con riqueza de argumentación, sobre el futuro de la obscina se encuentran en las antípodas de equiparar el socialismo con el desarrollo de las fuerzas productivas frenadas, que se realizaba, con acentos nacionalistas, tanto en el seno de los partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional (en los que incluso había simpatías con el colonialismo) como en el movimiento comunista internacional del siglo veinte, con toda su reivindicación del “método científico” del análisis social.
Marx no cambió sus ideas respecto del perfil que habría de asumir la sociedad comunista. Guiado por la hostilidad hacia los esquematismos del pasado, así como hacia los nuevos dogmatismos que estaban creándose en su nombre, consideró posible el estallido de la revolución en lugares y formas no consideradas previamente. Para Marx el futuro estaba en las manos de la clase trabajadora y en su capacidad de determinar, con sus luchas y mediante sus propias organizaciones de masa, las alteraciones radicales sociales y el nacimiento de un sistema económico-político alternativo.
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Marcello
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