El sexto país en número de habitantes de la Unión Europea ha girado a la derecha. Después de haberse impuesto en las presidenciales de mayo, el partido populista Ley y Justicia ha ganado las elecciones polacas, adjudicándose más del 39% de los votos y la mayoría absoluta de los escaños. Se sanciona así la derrota de la Plataforma Cívica, los liberal-conservadores – pero europeistas – en el gobierno desde 2007.
A diferencia de las llamadas al nacionalismo y la consigna “Los polacos, primero”, las reivindicaciones en materia económica de Ley y Justicia se han centrado en la promesa de aumentar los gastos sociales, mejorar el nivel salarial y bajar la edad de jubilación. Un programa de izquierda en un país en el que la izquierda ha defendido el neoliberalismo y ocupa hoy una posición del todo marginal. Un cambio, este último, que se ha repetido también en otras partes del del continente.
En los últimos veinte años en Europa el poder de decisión ha pasado cada vez más de la esfera política a la económica. La economía se ha convertido en un ámbito separado e inmodificable que asume opciones decisivas, situadas fuera del control democrático.
La substancial uniformidad de las decisiones tomadas por los gobiernos de muchos países y, más en general, la creciente hostilidad de buena parte de la opinión pública hacia la tecnocracia de Bruselas ha contribuido a producir un gran cambio en el escenario europeo.
El viento populista
Por doquier en el “viejo continente”, se ha desarrollado una oleada de anti-política que no ha exceptuado a las fuerzas de la izquierda, consideradas responsables del progresivo abandono de las instancias reformadoras. Han hecho implosión bipartidismos consolidados como el español y el griego, países en los cuales, tras el final de sus dictaduras, la suma de las fuerzas socialistas y del centro-derecha alcanzaba constantemente cerca de tres cuartos del electorado. Una suerte no muy distinta parece la reservada al bipolarismo italiano y al francés, por efecto de los cuales se verificaba puntualmente una división de los votos entre formaciones de centro-derecha y de centro-izquierda.
El panorama político europeo se ha visto modificado – amén de la alternativa al neoliberalismo que suponen Syriza y Podemos, que merece una reflexión aparte – por el fuerte incremento del abstencionismo, por el nacimiento de partidos populistas y por el significativo avance de las fuerzas de la extrema derecha.
El primero de estos fenómenos se ha manifestado con ocasión de las elecciones legislativas de casi todos los estados europeos, así como en las del Parlamento de Estrasburgo.
El segundo, en cambio, nació cabalgando la ola antieuropeista. En los útimos años han aparecido nuevos movimientos políticos, que se han declarado “post-ideológicos”, que han tenido como idea guía la denuncia genérica de la corrupción del sistema, el mito de la democracia online, o el euroescepticismo.
En 2006, sobre la base de estos principios, se fundó en Suecia y Alemania, de modo casi simultáneo, el Partido Pirata, y en 2009 el Movimiento 5 Estrellas en Italia, que dio a luz, en 2009, el cómico Beppe Grillo, y que se convirtió en las primeras elecciones generales a las que se presentaron, la primera fuerza política en italiano, con el 25,5% de los votos. En 2013, nació en Berlín Alternativa por Alemania (7% en las últimas elecciones europeas). En 2014, fue el turno de El Río (To Potami) en Grecia, que cosechó un 6,6% en las elecciones europeas y un 4,1% en sucesivas elecciones políticas, y del desarrollo a escala nacional, de Ciudadanos (C’s) -movimiento fundado en Cataluña en 2006-, con un 3,2% en las europeas, velozmente doblado en las municipales del 2015, con el 6,6% de las preferencias totales. Además, en mayo pasado, el cantante – y populista de derecha – Pawel Kukiz obtuvo el 21,3% en las elecciones presidenciales de Polonia y su movimiento se ha convertido en la tercera fuerza política polaca en las elecciones de octubre.
En el mismo periodo, se han consolidado en plataformas políticas análogas, formaciones que ya venían existiendo desde hacía tiempo. El caso más llamativo ha sido el del Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), convertido, con el 26,6%, en la primera fuerza en las últimas elecciones europeas al otro lado del Canal de la Mancha.
El “nuevo” rostro de la derecha
Cuando los efectos de la crisis económica han comenzado a dejarse sentir de modo gravoso, partidos xenófobos, nacionalistas o neofascistas han visto crecer enormemente su aprobación.
En algunos casos, estos han cambiado su discurso político, substituyendo la clásica división entre derecha e izquierda con el conflicto “entre arriba y abajo”. En esta nueva polarización, se han presentado como candidatos para representar a esta última parte, el pueblo, contra el establishment, es decir, las fuerzas que se alternan en el gobierno, favoreciendo el poder omnímodo del libre mercado.
La implantación ideológica de estos movimientos se ha transformado. La componente racista ha quedado en muchos casos en segundo plano respecto a la temática económica. La oposición a las políticas sobre inmigración, ya ciegas y restrictivas, aplicadas por la Unión Europea se ha reforzado apelando a la guerra contra los pobres, antes incluso que sobre la discriminación basada en el color de la piel o el credo religioso. En un contexto de desempleo masivo y de grave conflicto social, la xenofobia fermenta a través de una propaganda que ha representado a los migrantes como principales responsables de los problemas en materia de empleo, servicios sociales y derechos.
Este cambio de rumbo ha influido seguramente en el resultado del Frente Nacional en Francia, el cual, bajo la guía de Marine Le Pen, ha alcanzado un 25,2% en las administrativas de 2015. La coalición, en sede europea, con la Liga Norte, se ha convertido en las elecciones locales de 2015 en el primer partido del centro-derecha italiano, superando a Forza Italia, ha permitido el nacimiento, en junio, del grupo Europa de las Naciones y de la Libertad en el europarlamento de Bruselas.
De él forman parte otras fuerzas políticas consolidadas que piden, desde hace tiempo, la salida del euro, la revisión de los tratados sobre inmigración y el retorno a la soberanía nacional. Entre ellas, las más representativas son el Partido de la Libertad Austriaco, que ha conseguido el 20,5% en las elecciones generales de 2013, y el Partido por la Libertad holandés, que cosechó el 13,3% en las elecciones europeas. Estos dos partidos se han convertido en tercera fuerza política en sus respectivos países.
Las fuerzas de extrema derecha han entrado en diversos grupos del Europarlamento y, por vez primera desde la Segunda Guerra Mundial, han hechos progresos relevantes en otras regiones de Europa.
En Suiza, las recientes elecciones de octubre de 2015 las ha ganado, con un 29,4% de los votos – el mejor resultado de su historia -, el Partido del Pueblo Suizo – Unión Democrática de Centro (SVP-UDC), la formación de ultraderecha xenófoba y antieuropeista que, en el pasado, promovió el referéndum, aprobado en 2009, que estableció la prohibición de construir nuevos minaretes en el país.
También en Escandinavia, constituyen una realidad bien consolidada, además de la orientación política que ha registrado la mayor expansión electoral. En la patria por antonomasia del “modelo nórdico”, los Demócratas Suecos, nacidos en 1988 de la fusión de diversos grupos neonazis, se han convertido, con el 12,8% de la preferencia electoral, en el tercer partido más votado en las legislativas de 2014.
En Dinamarca y en Finlandia, dos partidos fundados en 1995, ambos adheridos al Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, han logrado resultados todavía más sorprendentes, convirtiénose en segunda fuerza política de sus respectivos países.
Suscitando el estupor general, el Partito Popular Danés ha sido, con el 26,6%, el movimiento político más votado en las últimas elecciones europeas. Tal éxito se ha visto confirmado en las legislativas de 2015, a continuación de las cuales, con el 21,1% de las preferencias, ha entrado en la mayoría de gobierno. Tras las elecciones de 2015, a las carteras del gobierno de Helsinki han ascendido también los Verdaderos Finlandeses, con el 17,6% de los votos. En Noruega, por último, con el 16,3% de las preferencias, ha llegado por primera vez al gobierno el Partido del Progresso, con una visión política análogamente reaccionaria.
La notable y casi uniforme afirmación de estos partidos, en una región donde las organizaciones del movimiento obrero han ejercitido una indiscutida hegemonía durante larguísimo tiempo, ha sido también posible porque los partidos de extrema derecha se han apoderado de batallas y temáticas muy caras en el pasado a la izquierda, ya fuera socialdemócrata o comunista. El maquillaje de la simbología política (los Demócratas Suecos han substituido, por ejemplo, la llama típica de los movimientos fascistas por una flor del campo más tranquilizadora con los colores nacionales) y la llegada de líderes jóvenes y capaces de comunicar con los medios han sido útiles, pero no fundamentales.
El avance de la derecha se ha producido recurriendo no sólo a las clásicas campañas reaccionarias, como las contrarias a la globalización, la llegada de nuevos refugiados o peticionarios de asilo y el espectro de la “islamización” de la sociedad. En la base de su éxito ha estado, sobre todo, la reivindicación de políticas, tradicionalmente de izquierda, a favor del Estado social. Se trata, empero, de un nuevo tipo de welfare. Ya no universal, inclusivo y solidario, como el del pasado, sino algo basado en un principio diferente – que algunos estudiosos han definido como welfare nationalism -, es decir, proporcionar derechos y servicios exclusivamente a los miembros de la comunidad nacional ya existente.
A la gran aprobación recibida en las zonas rurales y de provincia, despobladas y con tasas de paro inéditas, la extrema derecha escandinava ha añadido, así, la de la clase obrera que, en una parte significativa, ha cedido al chantaje de “o inmigración o Estado social”.
Peligro en el Este
También en diversos países del Este europeo la extrema derecha ha logrado reorganizarse, después del final de los regímenes prosoviéticos. La Unión Nacional Ataque en Bulgaria, el Partido Eslovaco Nacional y el Partido de la Gran Rumania son algunas de las fuerzas políticas que han logrado buenos resultados electorales y estar presentes en el parlamento.
En esta zona de Europa, el caso más alarmante es el de Hungría. Tras la aplicación de severas medidas de austeridad, introducidas por el Partido Socialista Húngaro, como regalo a las intimaciones de la Troika, y a continuación de la grave crisis de deflación desencadenada por estas, llegó al poder la Unión Cívica Húngara – Fidesz (miembro del Partido Popular Europeo). Tras haber depurado la magistratura y puesto bajo control a losmass media, en 2012 el gobierno húngaro introdujo una nueva Constitución con acentos fuertemente autoritaros.
Junto a esta peligrosa realidad, desde 2010 el Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik) se ha convertido en el tercer partido del país (20,5% en las elecciones de 2014). A diferencia de las fuerzas presentes en la Europa occidental y escandinava, Jobbik representa el clásico ejemplo – hoy dominante en el Este – de formaciones de extrema derecha que siguen utilizando el odio contra las minorías (sobre todo, la de los Rom), el antisemitismo y el anticomunismo como principales instrumentos de propaganda y de acción.
Completan, por último, este panorama diversas organizaciones neonazis, dispersas por varias zonas de Europa. Dos de ellas han obtenido una aprobación nada desdeñable. El Partito Nacional-Democrático de Alemania alcanzó un l’1,5% en las elecciones de 2013 y consiguió un eurodiputado en 2014; Amanecer Dorado, en Grecia, alcanzó un 9,4% en las europeas de 2014 y un 7% en las elecciones de 2015, consolidándose, en ambos casos, como tercera fuerza política del país.
En estos años, por tanto, los partidos de la extrema derecha han ampliado decididamente su consenso en Europa en casi todas partes. En muchas ocasiones se encuentran en condiciones de hegemonizar el debate político y, en algunos casos, han logrado llegar al gobierno.
Sin embargo, tanto en Grecia como en las regiones orientales de Alemania, han conseguido resultados inferiores a los que habría podido obtener; mientras que en España, Portugal, y República Checa, es decir, en los que la oposición social ha sido dirigida por la izquierda anticapitalista, no se han dado las condiciones para su renacimiento. Se trata de importantes indicaciones que han de tenerse presentes, en un marco político que está cambiando a gran velocidad.El avance de la extrema derecha en Europa sigue siendo, de todos modos, una epidemia muy preocupante, a la cual no se puede responder desde luego sin combatir el virus que la ha generado: la letanía neoliberal tan en boga hoy en Bruselas.
Traducción: Lucas Antón
Marcello
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