“La nueva edición crítica de la obra de Marx y Engels sobre la que giran los ensayos incluidos nos permite reflexionar sobre un Marx libre de todo dogmatismo, de toda prevención ideológica, y abierto a la problemática viva de nuestro tiempo”, dice Gabriel Vargas Lozano en el prólogo.
En la introducción Marcello Musto muestra las maneras del redescubrimiento de Marx. El libro luego divide tres secciones, una histórica filológica (Neuhaus, Hubmann), otra sobre el estado empírico de las investigaciones marxistas en el mundo (Omura, Xiaoping, Musto, Almeyra) y otra sobre interpretaciones nuevas de Marx (Haug, Kratke, Reuten, Arthut, Dussel, Bidet, Musto). Hay un exquisito apéndice donde Marcello Musto entrevista a Hobsbawm.
En la primer parte se muestra el sustrato material de la apertura de Marx. Este sustrato está representado por el enorme proyecto editorial de las obras completas de Marx y Engels, MEGA por sus siglas en alemán (Marx-Engels Gesamtuausgabe). El objetivo de este proyecto es publicar todos los registros escritos de ambos, no sólo obras terminadas sino borradores, anotaciones sobre otras obras, artículos periodísticos, notas de lectura, o correspondencia (se contaron “15.000 cartas a asociaciones, partidos y personas”, se dice en el prólogo al libro). Hay que recordar que la obra conocida actual de Marx y Engels se fue publicando progresivamente, todavía de manera inconclusa, a lo largo del siglo XX. Musto muestra en un cuadro los principales textos de Marx según año de publicación. 15 de estas 38 obras principales fueron publicadas después de 1900.
Sabemos que los tomos II y III de El Capital fueron editados por Engels después la muerte de Marx. Como demuestra Marcello Musto, mucha de la obra de Marx publicada posteriormente también sufrió o fue modelada según criterios ideológicos, teóricos y políticos que no eran los de Marx. Generalmente estos criterios apuntaron a la propaganda y difusión, en un proceso de sistematización o codificación de un pensamiento creativo, crítico y que adoptaba fases o contradicciones propias en un proceso de investigación. Sin embargo, probablemente a partir de las primeras presentaciones sistemáticas de Engels, fue llegando al público masivo un Marx “granítico”, “todopoderoso”, lleno de respuestas más que preguntas, un marxismo sin dudas, con leyes objetivas que explican todo.
La filología es un método útil para estar perspectiva de lectura crítica de textos que habían sido leídos como cerrados en sí mismos. Como dice Manfred Neuhaus en su contribución, “el punto decisivo, se podría decir el retorno al paradigma editorial antiguo, es el principio de la genética del texto: el imperativo absoluto no es ya generar un texto que se acerque lo más posible a las intenciones del autor sino documentar este texto en su génesis, o sea, desde el primer esbozo hasta la edición final” (p. 67). Esto debería interesar o relacionarse con la comprensión de un pensamiento en permanente construcción, basando antes en criterios de racionalidad autónoma que en principios de autoridad. El método científico crítico trasciende a su autor ya que para que funcione implica la comprensión crítica de sus practicantes. Entonces la filología interesa para saber cómo llegó un autor a tales resultados, con tales fuentes y materiales, en tales contextos. Las MEGA2 proveerán de estas fuentes no publicadas. Hubmann menciona algunos ejemplos. Mencionemos que Marx construyó el concepto de fetichismo de la mercancía leyendo estudios histórico religiosos como el de De Brosses, cuyo registro se encuentra en el volumen MEGA IV/1. Una profundización de la relación de las lecturas que hizo Marx con la génesis de su producción la hace Musto en su capítulo “Marx en Paris”. El carácter dinámico de la investigación se resalta como hipótesis de lectura de estos documentos inéditos: “no homogéneos y muy lejos de presentar una conexión estrecha entre las partes, los manuscritos son, más bien, la expresión evidente de un pensamiento en continuo movimiento” (p. 125).
La génesis de los intentos de unas obras completas de Marx Engels es una parte de la historia del marxismo como movimiento histórico. El primero fue hecho por Riazanov, luego desaparecido por el estalinismo (fueron las primeras MEGA). El segundo, más limitado, fue una edición de Alemania Oriental. Las MEGA2 surgen de ex miembros de las academias del Partido Comunista de éste país, en asociación con el IISG de Holanda (Instituto Internacional de Historia Social, archivo donde se conserva gran parte de los originales de Marx, Engels, Kautsky, y tantos otros), y grupos académicos de distintas universidades (rusos, japoneses, alemanes). Partiendo de aquí, dice Neuhaus, “los tres deseos relacionados con la continuación de los trabajos de la MEGA” eran la “despolitización, internacionalización y academización” (p. 71). Este punto es especialmente polémico.
Los capítulos de Omura y Xiaoping son extraños pero interesantes para los lectores latinoamericanos, ya que describen detallada y sintéticamente la expansión de la obra de Marx Engels en Japón y China. Omura ofrece una mensuración sobre las investigaciones de El capital en Japón, por ejemplo. Se gráfica una importante actividad intelectual crítica basada en Marx. Mas intrigante para nosotros latinoamericanos es el estado de la investigación marxiana en China, país que formalmente adhiere al comunismo todavía hoy. En su capítulo Wei Xiaoping sostiene que la edición de las MEGA2 ayudará a superar la versión dogmática del marxismo que se difundió en aquel país. Sostiene que esto empezó a cambiar desde 1978 en China, incorporándose lecturas en los contextos del marxismo académico y el marxismo occidental. No obstante sus conclusiones son ambiguas, y sugieren la posibilidad de un Marx que avale las reformas capitalistas en aquel país.
El libro incluye un capítulo de Guillermo Almeyra sobre la difusión y recepción de Marx en América Latina y Argentina en particular. Esta difusión muestra los límites de una aplicación no crítica mencionada por los demás autores. Refiriéndose al “enviado de Marx” a la Argentina (el belga valón Raymond Wilmart), escribe que “el delegado de la AIT sin duda fue el primero que introdujo el pensamiento de Marx en América Latina, pero estuvo muy lejos de utilizarlo para hacer un análisis de la sociedad en la estaba, ya que sus prejuicios eurocéntricos y su desconocimiento de las clases que conformaban la misma, así como de la historia de la lucha entre ellas, lo empujaron hacia el retorno al medio social con el que había roto cuando salió de su hogar convertido en blanquista” (p. 140).
Las conclusiones de Almeyra no solo son interesantes sino que actuales para una concepción marxiana abierta. “En resumen, es lícito afirmar que Marx entra en América Latina tardíamente en la obra de Mariátegui (cuyo marxismo viene de Gramsci vía Gobetti) y de pensadores como Bagú…” (p. 145). “Para Mariátegui la liberación de los indígenas y la realización de las tareas democráticas, como la revolución agraria, no podían ser obra de una burguesía nacional debilísima, prácticamente inexistente, sino de una revolución proletaria y campesina que planteara el socialismo…Mientras que el discípulo de Marx Ave Lallemant se despreocupaba del sujeto de la revolución y veía a ésta como el resultado d desarrollo y de las contradicciones en las fuerzas productivas, Mariátegui pone en primer plano al sujeto obrero y popular de la transformación revolucionaria y ve el triunfo socialista no como inevitable sino como una tarea a realizar” (p. 144). La cuestión del sujeto obrero y popular latinoamericano se sigue discutiendo vivamente en las izquierdas de nuestro continente.
La tercera sección es las más teórica, metodológica y filosófica. Sin dudas mantiene el hilo general del libro en torno de una concepción no dogmática de la obra de Marx. Lo hace en la discusión e interpretación de las relaciones entre dialéctica y crítica de la economía política, en las relaciones entre Hegel y Marx, o con la filosofía en general. “La obra de Marx sigue siendo todavía hoy contemporánea, porque puede entenderse no como dogma sino como un proyecto teórico-práctico abierto y de hecho como aportación crucial para la compresión teórica del emergente capitalismo de alta tecnología” (Haug, p. 150). Podemos entender que los autores de esta sección coinciden en que el método de Marx apunta a una dialéctica más allá de Hegel, que no solo lo invierte sino que lo desplaza desde otra concepción.
Así Haug cita a Bidet escribiendo que “una lectura rigurosamente dialéctica solo puede ser aquella que no lee el principio a la luz de lo que viene después” (162). Esto viene a cuento de la genealogía del mismo pensamiento de Marx (sus etapas), por un lado, pero fundamentalmente sobre su concepción de la dialéctica materialista. El desarrollo no tiene finalismo debido a que el movimiento de la contradicción no son formas del concepto (que se conoce a sí mismo) sino formas de la práctica social. De las implicaciones puede mencionarse una crítica a entender la crítica de la economía política como dialéctica del capital como el sujeto. Esto podría sostener según la línea hegeliana, suponiendo que la totalidad cognoscible está dada por el capital como sistema reproductivo. El desplazamiento materialista conduce a la práctica de la relación social del antagonismo, de por sí abierta tanto en la lógica como en la historia. El cierre hegeliano es la completitud del sistema de concepto a esencia, una lógica que se corresponde bien con la idea de que la historia racional es capitalista o técnico productiva (nos referimos que la visión tecnologicista supone el final de la historia en el principio).
Marcello Musto menciona a Michael Lebowitz y Moishe Postone como muestras destacadas de “interpretación general innovadora del pensamiento de Marx” (nota 74, p. 46). Ambos autores produjeron libros importantes de interpretación de las categorías de la crítica de la economía política marxianas. Pero podemos decir que ejemplifican la dualidad señalada arriba entre una problemática centrada sea en la clase trabajadora o en el capitalismo como sujetos históricos. En Más allá de El capital, Lebowitz señala críticamente la ausencia del libro del trabajo asalariado en El capital. Esta ausencia es la falta de construcción de una economía política del trabajo, o de los trabajadores. El problema sería que El capital no incorpora a la lucha de clases en su diseño expositivo.
Postone utilizó los Grundisse para desarrollar la categoría de valor y de capital como conceptos socio-históricos, dando un paso más en la crítica de las categorías económicas. Aquí el capital se convierte en el sujeto de la historia, incluso como lógica abstracta temporal con independencia de la subjetividad de las clases antagónicas. La lectura de Postone afina bastante en variados aspectos incluyendo la manera en que la lucha de clases modifica históricamente las formas del capital. El tiempo social abstracto de trabajo se convierte en la temporalidad histórica unidireccional. Puede subvertirse pero mediante una socialidad general posibilitada por el desarrollo capitalista.
La perspectiva de Lebowitz grosso modo se acerca a quienes de distintas maneras pusieron a la lucha del trabajo y los trabajadores en el mecanismo histórico de cambio más relevante. En la actualidad esta perspectiva a su vez insiste en la multidireccionalidad del proceso histórico. Dicho de otra manera, que la crisis del capitalismo como sistema histórico depende de la lucha subalterna que genera una nueva alternativa. La interpretación la mayoría de los capítulos del libro en la sección que se titula “El capital: la crítica inconclusa” abona esta perspectiva, o en todo caso la sección entera podría leerse desde esta dualidad. Esto es especialmente importante teniendo en cuenta que el debate por la alternativa se ha acrecentado en el contexto de la crisis internacional. El pensamiento abierto goza de amplia difusión, pero muchas veces sin bases teóricas sustentables. Frente a ello las interpretaciones marxistas ortodoxas se benefician de esta debilidad, pero insistiendo en que la estrategia revolucionaria “materialista” se sostiene por el conocimiento de las “leyes científicas objetivas”. Paradójicamente o no, este positivismo se combina y se combinado con cierto hegelianismo. Pero, como dice Arthur, “la crítica del capital es paralela a la crítica de Hegel” (p. 213).
Marcello
Musto