Marcello Musto es profesor asociado de Teoría Sociológica de la Universidad de York, Canadá.
Ha escrito y compilado varios libros sobre Marx. Entre ellos está Karl Marx´s Grundrisse, Marx for Today (versión castellana: De regreso a Marx, Editorial Octubre), Workers Unite!, y Another Marx. Para este autor, hay un hecho determinante en las últimas décadas, que está coadyuvando a una reinterpretación global de la obra de Marx: se trata de la publicación, que se retomó en 1998, de la Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA2). O sea, la edición histórica y crítica de las obras completas de ambos autores. Hasta el año 2019 se han publicado 26 nuevos tomos, que se sumaron a los que habían salido entre 1975 y 1989, y se está trabajando en otros más. Por lo cual cabe esperar que nuevos elementos se sumen a la mencionada reinterpretación, de la que está surgiendo la imagen de un Marx muy diferente del que se había representado en todo el mundo, durante largo tiempo, tanto a través de sus críticos como de sus presuntos seguidores. Y se puede afirmar que en el terreno del pensamiento político y filosófico, en los últimos años su perfil ha cambiado aún más. Pues a partir de la implosión de la Unión Soviética se ha liberado su imagen, que dejó de ser, como dice el autor, “el baluarte del aparato estatal conferido a los bolcheviques rusos”. El rechazo al denominado “marxismo-leninismo” lo ha liberado del vínculo con una ideología que estaba muy lejos de ser la concepción de la sociedad del filósofo revolucionario de Tréveris.
Hay una producción intelectual en nuestros días, con interpretaciones relevantes y novedosas, a partir del descubrimiento de muchos de sus manuscritos y borradores hasta ahora desconocidos, que muestran muchas contradicciones de la sociedad capitalista que van más allá del clásico conflicto entre el capital y el trabajo, como por ejemplo las que surgen de muchos cuadernos donde Marx escribía los borradores de sus estudios sobre las sociedades no europeas, el papel destructivo del colonialismo en las periferias del mundo, y reflexiones históricas que van más allá del papel adjudicado al mero desarrollo de las fuerzas productivas, sus estudios y reflexiones sobre las cuestiones ecológicas, los problemas de género, las posibilidades emancipatorias de la tecnología, la crítica a los diversos nacionalismos, el estudio de las formas de propiedad colectivas no controladas por el Estado, la centralidad de la libertad en el terreno económico y político. Todas estas cuestiones son fundamentales en la actualidad.
Para Musto, entonces, las actuales crisis económicas y políticas de la sociedad (tengamos en cuenta que escribió su libro originalmente en inglés, antes del estallido de la pandemia), y el progreso en la investigación de los estudios marxianos, permiten presagiar que la renovación de la interpretación de la obra de Marx continuará. Y que es muy probable que una parte importante de esa investigación se vincule al último período de su elaboración teórica, el llamado período del “último Marx”. En este libro, entonces, se suman una suerte de biografía intelectual y una profunda investigación teórica.
Estos manuscritos de sus últimos años, desmienten la leyenda según la cual, en esa época se habría agotado la curiosidad intelectual de Marx, y que éste habría dejado de trabajar en sus textos y estudios. Por el contrario, no sólo continuó sus investigaciones, sino que sus estudios se extendieron a nuevas disciplinas. En el bienio 1881-1882 estudió los más recientes descubrimientos de entonces sobre la propiedad común en la sociedad precapitalista, los cambios ocurridos en la Rusia de los zares después de la abolición de la servidumbre, y sobre el nacimiento del Estado moderno. Además, seguía observando atentamente los principales acontecimientos de la política internacional y en su correspondencia apoyaba la liberación de Irlanda, y se oponía a la opresión colonial de la India, Egipto y Argelia. Su investigación sobre los nuevos conflictos políticos, temáticos y geográficos, y su permanente crítica al sistema capitalista, le permitían también madurar una concepción más abierta y considerar un abordaje al socialismo diferente al que había prefigurado años antes.
Marx también siguió redactando decenas de cuadernos extractando una gran cantidad de libros de matemática, fisiología, geología, mineralogía, agronomía, química y física. Entre diciembre de 1880 y junio de 1881, una nueva disciplina comenzó a absorber su interés: la antropología. Las obras sobre la sociedad antigua, del antropólogo estadounidense Lewis Morgan, del etnógrafo ruso Maksim Kovalevski y de otros autores, lo alentaron a redactar un compendio de más de cien páginas, que son la parte principal de los llamados Cuadernos antropológicos.
Se dedicó a ese estudio en la misma época en que trataba de completar el segundo tomo de El capital. Probablemente, su intención era reconstruir sobre la base de un profundo conocimiento histórico, la secuencia con la cual se habían sucedido en el tiempo los diferentes modos de producción. Lo que también le serviría para fundamentar históricamente con una mayor solidez la posible transformación de tipo comunista de la sociedad. Musto sugiere que las recientes observaciones de Pierre Dardot y Christian Laval, en su libro Marx, prenom: Karl, (2012), apuntan en ese sentido. En ese contexto, en los Cuadernos antropológicos, hay extensos resúmenes y anotaciones sobre la prehistoria, el desarrollo de los lazos familiares, las condiciones de las mujeres, el origen de las relaciones de propiedad, las prácticas comunitarias en las sociedades precapitalistas, la formación y la naturaleza del Estado, y el papel del individuo, así como también las connotaciones racistas de algunos antropólogos y los efectos del colonialismo..
El autor de este libro destaca que Engels, en su libro El origen de la familia, de la propiedad y el Estado (1884), que según él era “la ejecución de un testamento” y “un modesto sustituto” de lo que su amigo no había podido terminar, completó el análisis realizado por Marx en los Cuadernos antropológicos, afirmando que la monogamia representaba “el esclavizamiento de un sexo por el otro”, y el análisis del conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria. Engels agregaba que “en un viejo manuscrito inédito, redactado en 1848 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de los hijos’. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases apareció con la del sexo femenino por parte del masculino. La monogamia […] es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad”[1]
En este libro se describe cómo Marx estudiaba en esa época las transformaciones sociales en los EE. UU., mantenía su esperanza en el fin de la opresión colonial en la India, apoyaba a la causa independentista en Irlanda, analizaba el desarrollo de la crisis económica en Inglaterra y las elecciones en Francia. También seguía con atención a través de los diarios la situación mundial, no sola en la prensa británica, sino también la francesa, alemana y de otras lenguas. Asimismo mantenía contacto con muchos militantes y dirigentes obreros, así como con personalidades científicas. Solía decir: “soy ciudadano del mundo (…) y allí donde me encuentro, allí actúo”.
El autor dedica un capítulo a plantear la importancia de la controversia que mantuvo Marx sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia. Desde sus primeros pasos en la lucha política, en sus artículos y en su correspondencia Marx consideraba al régimen despótico zarista como la vanguardia de la contrarrevolución europea. Pero en sus últimos años comenzó a prestar una diferente mirada a Rusia, pues consideraba que habían comenzado a surgir cambios sociales y políticos que podrían desembocar en transformaciones de gran alcance. Desde fines de la década de 1860, Marx había seguido con interés los levantamientos campesinos en Rusia que obligaron a la reforma para la abolición de la servidumbre. Desde entonces había aprendido el idioma ruso y se mantenía al tanto sobre la evolución de los sucesos en el imperio, manteniendo correspondencia con destacados estudiosos de ese país. En 1881 Marx recibió una carta de parte de Vera Zasúlich, militante populista rusa, refugiada en Ginebra. Recordemos que la primera traducción que se hizo del primer tomo de El capital fue en el idioma ruso, y era un libro muy estudiado por los intelectuales y los políticos del imperio. Zasúlich solicitaba a Marx, a quien respetaba profundamente, su opinión sobre las dos diferentes posiciones que discutían en esos años los revolucionarios rusos, sobre las comunas rurales de su país. Una de las posiciones era que éstas podían liberarse de sus explotadores terratenientes, organizando paulatinamente su producción y distribución sobre bases colectivistas, y por lo tanto los socialistas debían dedicarse a ese fin. La otra posición planteaba que por el contrario, las comunas estaban destinadas a perecer y por lo tanto los socialistas deberían esperar durante décadas a que gracias al desarrollo capitalista, los trabajadores, descendientes de los antiguos campesinos que emigrarían a las ciudades, se levantaran en una revolución que al triunfar, se convertiría en socialista. Zasúlich afirmaba que quienes sostenían esta última posición, se autoconsideraban “discípulos de Marx”; y que lo que ellos apoyaban era “lo que dice Marx”. Por esta razón, la militante rusa le solicitaba su opinión al respecto. Para Musto, la cuestión planteada por la revolucionaria rusa llegó en el momento adecuado, pues Marx se encontraba entonces totalmente sumergido en las investigaciones sobre las relaciones comunitarias en la época precapitalista.
Esa carta lo obligaba a analizar en concreto un caso histórico de gran actualidad, relacionado justamente con lo que él estaba estudiando. Además, ello lo obligaba a replantearse las convicciones que atravesaban toda su obra: el capitalismo, ¿era la premisa necesaria de la sociedad comunista? El autor del libro que estamos reseñando dedica no pocas páginas a repasar estas convicciones, tal como se manifestaron a lo largo de toda la vida de Marx, en sus distintas obras, artículos y correspondencia. En estas páginas se hallan las contribuciones más importantes de Marcello Musto a su objetivo, mencionado al comienzo de su libro. Marx se vio obligado a cuestionar la tesis, erróneamente atribuida a él, de “la fatalidad histórica del modo de producción burgués”. Y la controversia desatada sobre el caso del capitalismo en Rusia era un claro testigo de ello.
Musto señala que Marx “recordó que, en el capítulo titulado ‘la llamada acumulación originaria’ de El capital, había querido ‘señalar simplemente el camino por el que en la Europa occidental nació el régimen capitalista del seno del régimen económico feudal,’ refiriéndose sólo y exclusivamente ‘a Europa occidental’. No se refería al mundo entero, sino sólo al Viejo continente”. Siguiendo la exposición de su razonamiento, Marx había recordado, además, haber resumido la tendencia histórica de la producción capitalista como un proceso en el cual esta última, después de haber creado los elementos para un nuevo régimen económico, “al imprimir al mismo tiempo a las fuerzas productivas del trabajo social y al desarrollo de todo productor individual genera un impulso tal que se presenta ya, en realidad, como una especie de producción colectiva, de modo que sólo puede transformarse en propiedad social” (79). Este relevante párrafo, que agregó Marx durante la traducción francesa del primer tomo de El capital, a cargo de Joseph Roy, sin embargo, no fue incluido en la cuarta edición alemana (del mismo primer tomo) de 1890, que se convertiría luego en la versión estándar de las traducciones de la obra marxiana.
El mayor enojo de Marx se debió a que el intento de su crítica de convertir su esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en la Europa occidental en “una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran”.
Su interpretación no sería nunca posible mediante “la clave universal de una teoría general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica” (80).
Para el autor del libro, los participantes “marxistas ortodoxos” rusos de esa polémica sobre las perspectivas revolucionaria en el Imperio Ruso parecían anticipar “uno de los puntos fundamentales que caracterizaría al marxismo del siglo XX y que, en ese tiempo, ya serpenteaba entre sus seguidores, tanto en Rusia como en otros lugares. La crítica de Marx a esta concepción fue tanto más importante, porque se dirigió no sólo al presente, sino al futuro” (80).
Los estudios y análisis que acompañaron su participación en la polémica sobre la sociedad rusa de su tiempo, determinaron sus ideas sobre la obshina o sea la comuna rural rusa, que ya no se basaban más “en relaciones de consanguineidad entre sus miembros”, según citaba Musto sus escritos, sino que potencialmente representaban “la primera agrupación social de hombres libres, no afianzada por los vínculos de la sangre” (86). Para Musto, en el curso de esta polémica sobre la posibilidad de otra evolución social que no fuera la de los países europeos occidentales, Marx no había cambiado su juicio crítico general sobre las comunas rurales en Rusia y seguía manteniendo su opinión sobre la importancia del desarrollo del individuo y de la producción social. De esa manera, esto contradice a las interpretaciones de Shanin, en su Late Marx and the Russian Road, sobre un “cambio significativo” respecto de El Capital de 1867, o de Enrique Dussel, en su El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana, así como de otros que proponen una lectura “tercermundista” de los escritos del último Marx, con el presunto cambio del sujeto revolucionario desde los obreros fabriles hacia las masas campesinas y de la periferia (87). Lo novedoso en sus posiciones anteriores, más bien mostraban una apertura teórica, con la que consideró otras vías posibles para pasar al socialismo, que antes no había tenido en cuenta.
En este aspecto, el autor subraya lo que afirmó Marian Sawer en su Marxism and the Question of the Asian Mode of Production, que Marx no había cambiado su opinión sobre el carácter de las comunas de las aldeas, ni que ellas habrían podido transformarse en la base del socialismo, sino que comenzó a considerar la posibilidad de que las comunas pudiesen ser revolucionadas, no por el capitalismo, sino por el socialismo. Sawer agregaba que en 1882 a Marx todavía le parecía que era una verdadera alternativa a la desintegración total de la obshina bajo el capitalismo. Marx, entonces había llegado a la conclusión de que la alternativa vislumbrada por los populistas rusos era realizable y en uno de sus borradores de la respuesta a Zasúlich, escribió que “teóricamente”, la comuna rural rusa “podía conservar su tierra desarrollando su base, la propiedad común de la tierra y eliminando de ella el principio de la propiedad privada que también implica; puede convertirse en punto de partida directo del sistema económico al que tiende la sociedad moderna; puede cambiar de existencia sin necesidad de suicidarse; puede apoderarse de los frutos con que la producción capitalista ha enriquecido a la humanidad sin pasar por el régimen capitalista” . Pero que esa hipótesis, para realizarse, debía “descender de la teoría pura a la realidad rusa”. Al año siguiente, en 1882, en el prefacio a una nueva edición rusa del Manifiesto Comunista, redactado junto a Engels, agregaron: “¿Podría la comunidad rural rusa (…) pasar directamente a la forma superior (…), a la forma comunista, o, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente? La única respuesta es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista” (90).
Y finalmente, concluyó su razonamiento en la respuesta a Zasúlich, afirmando que en El capital no daba razones, en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero que su estudio posterior lo había convencido de que esa comuna era el punto de apoyo de la regeneración social en Rusia, pero que para ello debería eliminar previamente las “influencias deletéreas que la acosan por todas partes” y luego asegurarle las condiciones normales para un desarrollo espontáneo.
Para Musto, Marx asumió así una posición dialéctica, pues no excluía que el desarrollo de un nuevo sistema económico, basado en la asociación de los productores podría realizarse, no sólo a través de ciertas etapas determinadas y obligatorias. Negaba así la “necesidad histórica del desarrollo del modo de producción capitalista en todo el mundo”. El biógrafo coincide en este libro también con Álvaro García Linera, de quien cita su libro Forma valor y forma comunidad: “uno de los trágicos errores del marxismo del siglo XX ha sido la propensión a querer convertir la historia real y los acontecimientos vivos en abnegados sirvientes de la filosofía de la historia” (92).
Las citas que hemos mencionado, además de otras más, sobre el futuro de la obshina de diferenciaban notablemente de la equiparación entre el socialismo y las fuerzas productivas, que se afirmaba, “con acentos nacionalistas y simpatías hacia el colonialismo”, tanto en el seno de la Segunda Internacional y los partidos socialdemócratas, como posteriormente por parte del movimiento comunista internacional, presuntamente con el “método científico” del análisis social, que para Musto, también aceptaba en cierta medida Engels en algunos de sus escritos, intervenciones o cartas (92).
Al mismo tiempo, acompañando sus estudios y discusiones, la vida de la familia Marx iba pasando días problemáticos. Tanto en la salud como en sus finanzas.
El biógrafo considera que en esta etapa, de los últimos años de su vida, la concepción multilineal a la que llegó Marx en su plena maduración intelectual, lo indujo a dedicar más atención a la especificidad histórica y el desarrollo desigual de las condiciones políticas y económicas entre distintos países y contextos sociales. Esto contribuyó a aumentar las dificultades que tenía para completar los tomos restantes de El capital (95). Pero no cambió la imagen de la sociedad comunista que había delineado desde que elaboraba los Grundrisse. Aunque siempre con dudas, y con hostilidad hacia “los esquematismos del pasado y los nuevos dogmatismos que estaban naciendo en su nombre”, pensaba que era posible que estallaran revoluciones en condiciones y formas que hasta entonces no había considerado (95). Aunque seguía pensando que el futuro dependía de la clase trabajadora y en su capacidad de luchar por profundos cambios sociales, a través de sus propias organizaciones. El primer tomo de su obra magna circulaba en Alemania, habiendo sido reimpreso en 1873, en Rusia, traducido el año anterior, y en Francia, en fascículos de 1872 a 1875. Pero sus ideas aún debían competir, frecuentemente como minoría con las demás agrupaciones socialistas y anarquistas. Aunque en Inglaterra seguía siendo muy poco conocido.
A mediados de 1881, su esposa, Jenny von Westphalen estaba en grave estado de salud, y los médicos aconsejaban que se alejaran del clima de Londres. Marx tampoco gozaba de buena salud, por lo que pensaban que al “moro” (así llamaban a Marx sus familiares y compañeros de militancia) también lo beneficiaría. Posteriormente viajaron a Francia, para poder abrazar a la familia y a sus nietos. Las últimas páginas del libro son dedicadas a las vicisitudes y enfermedades que sufrían Marx y su esposa, quien falleció en diciembre de 1881.
No obstante la sucesión de dramas familiares y enfermedades, Marx seguía estudiando y escribiendo cuadernos. Ya para el año 1881, El capital había comenzado a ser leído y comentado en Inglaterra. Pero para Marx, “consideraba a la revolución inglesa no inevitable, pero dados los antecedentes históricos, posible. (…) La evolución de la cuestión social es inevitable, pero si se transformará en revolución, eso dependerá no sólo de las clases dominantes, sino también de la clase obrera (…) La clase obrera no sabe como ejercitar su propia fuerza, ni como ejercitar su propia libertad, dos cosas que posee legalmente” (106). Comparando esa situación con lo que sucedía en Alemania, “la clase obrera ha sido plenamente consciente, desde el inicio de su movimiento, que solo sería posible liberarse del despotismo militar con una revolución. Pero ha comprendido que esta revolución, incluso en caso de un éxito inicial, al final se le habría vuelto en contra, en ausencia de una organización ya existente (…) por eso ésta se ha movido dentro de los límites estrictamente legales” (107). Para Musto, esto confirmaba que también para Marx, no era una mera y rápida alteración del sistema, sino un proceso largo y complejo (107).
Continuando con lo sucedido en los años setenta, la difusión de su pensamiento proseguía en la década siguiente. Sus ideas ya no circulaban como en el pasado, en un reducido círculo de militantes y seguidores. En esa etapa final de su vida, destinaba gran parte de sus energías intelectuales a los estudios históricos. Según su biógrafo, “procuraba, así, seguir confrontando los fundamentos de sus concepciones con los con los hechos reales que habían configurado la suerte de la humanidad”. De regreso en Londres, debido a su precaria salud, agravada por una bronquitis crónica, sus médicos le aconsejaban una estadía en un lugar cálido. Engels lo convenció de dirigirse a Argel.
En febrero de 1882, partió hacia ese lugar, donde se estableció, con la esperanza de poder terminar el segundo tomo de El capital, durante 72 días, “el único período de su vida alejado de Europa”.
Pero la progresiva presión de sus enfermedades, y las condiciones climáticas que azotaba al norte de África, impidieron a Marx descansar como pretendía, y aprovechar para comprender a fondo la realidad argelina No le fue posible estudiar las características sociales de esa región, como por ejemplo la propiedad agraria común entre los árabes, y el ataque a la misma bajo el dominio francés. Sobre ese tema ya se había interesado desde 1879, en el curso de sus estudios sobre la propiedad agraria y de las sociedades precapitalistas y la cuestión de la tierra en Argelia colonizada.
De vuelta a Marsella y finalmente a Londres, Marx continuó sufriendo diversas enfermedades. Musto reconstruye sus últimas semanas con riqueza de detalles, apoyándose en los testimonios que dejaron los miembros de su familia, y principalmente por la correspondencia de Engels. No obstante a la sucesión de los dramas familiares y de las enfermedades, entre el otoño de 1881 y el invierno de 1882 destinó gran parte de sus esfuerzos intelectuales a los estudios históricos. Llegó a preparar una cronología razonada, haciendo una lista, año por año de los principales eventos políticos sociales y económicos de la historia mundial, desde el siglo I a.C., resumiendo las causas y características sobresalientes. Usó el mismo método que había usado para la redacción de las Notas sobre la historia India (664-1858). Según su biógrafo, trataba así confrontar los fundamentos de sus concepciones con los eventos reales que habían configurado la suerte de la humanidad. No se centraba solamente en las transformaciones en el campo de la producción, pues renunciaba a cualquier determinismo económico, sino que se concentraba muy especialmente sobre la cuestión decisiva del desarrollo del Estado moderno (119). Musto cita a Michael Krätke, quien afirma que “Marx comprendía este proceso como el ‘desarrollo, en su conjunto, del comercio, la agricultura, la industria minera, del sistema fiscal y de la infraestructura (,,,) para proveer al movimiento socialista de sólidas bases socio-científicas, más que para crear una filosofía política” (119). Alternaba los períodos en que podía trabajar, estudiando, sobre todo temas de antropología y de historia, con las recaídas en sus enfermedades. Luego de meses de sufrimiento, el 14 de marzo de 1883 falleció el revolucionario.
Francisco Sobrino
Marcello
Musto