La obra de Karl Marx ha dado pie a tantas y tan dispares interpretaciones que uno no esperaría grandes hallazgos. Marcello Musto empieza por recalcar algo inapelable: tras reanudarse en 1998 la edición de sus obras completas, se han añadido nada menos que 30 tomos a los 40 anteriores. Y aunque buena parte del nuevo material consta de notas, resúmenes de lecturas y correspondencia, Musto demuestra que al final de su vida Marx revisó tesis claves de su trabajo previo. Desde la portentosa erudición acumulada (leía sin descanso en los principales idiomas europeos, incluyendo el ruso, ya sobre cálculo, etnología o química agrícola), desmintió expresamente que exista un progreso histórico lineal y que toda sociedad deba atravesar las mismas fases hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas permita una revolución y el paso al comunismo. Frente al secuestro de décadas por la ortodoxia bolchevique y las caricaturas de sus enemigos, pero también frente al desproporcionado peso que la bibliografía reciente concede a su obra temprana, Musto presenta a un Marx tardío sorprendente y bien poco dogmático, intransigente en su anticolonialismo y en reclamar la igualdad de sexos, que no dejó nunca de investigar en apoyo del movimiento obrero sin erigirse en profeta ni dictar medidas a adoptar bajo condiciones diversas. Parece haber tenido claro que lo «científico» en su socialismo era el rigor empírico de los análisis y no lo inamovible de las conclusiones.
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