1. Introducción
El examen de los estudios finales de Karl Marx, que prácticamente no han sido explorados, desmiente el mito de que Marx dejó de escribir en sus últimos años. El período final del trabajo de Marx sin duda fue difícil, pero también fue de gran importancia teórica. A finales de la década de 1870, Marx no solo continuó su trabajo de investigación, sino que lo amplió a nuevas disciplinas. Es más, Marx estudió nuevos conflictos políticos (como la lucha del movimiento populista ruso después de la abolición de la servidumbre de la gleba, o la oposición a la opresión colonialista en la India, Egipto y Argelia), nuevas cuestiones teóricas (tales como las formas de propiedad comunal en las sociedades precapitalistas o la posibilidad de revolución socialista en los países desarrollados de manera no capitalista) y nuevas zonas geográficas (como Rusia, la India o el norte de África).
A este período pertenecen no solo sus últimos manuscritos inconclusos sobre El capital sino también varios estudios de la propiedad comunal rural, en particular los pasajes que tratan de la obra de Maksim Kovalevski (1879-80) y el célebre análisis de la obschina en Rusia. Además, Marx escribió los Cuadernos etnológicos (1880-81) y realizó una profunda inmersión final en la historia, en particular la historia de la India y de Europa. Haber investigado todas estas cuestiones le permitió desarrollar conceptos más matizados influidos por las particularidades de los países fuera de la Europa occidental.
Además, este capítulo desafía la duradera y errónea representación de Marx como un pensador economicista y eurocéntrico interesado únicamente en la lucha de clases. Esto permite a los lectores repensar las ideas de Marx a la luz de comentarios tardíos sobre la antropología, las sociedades no occidentales y la crítica del colonialismo europeo, y señala cómo Marx evadió la trampa del determinismo económico en la que cayeron muchos de sus seguidores. Por el contrario, Marx resaltó la especificidad de las condiciones históricas y la centralidad de la intervención humana a la hora de moldear la realidad y posibilitar el cambio.
A pesar de que los estudios teóricos intensivos lo absorbían por completo, Marx nunca dejó de interesarse por los sucesos políticos y económicos internacionales de su época. Además de leer los principales periódicos «burgueses», recibía y leía con regularidad la prensa de clase trabajadora alemana y francesa. Siempre curioso, se mantenía al tanto de lo que ocurría en el mundo. A menudo, su correspondencia con importantes figuras políticas e intelectuales de diversos países le proporcionaba nuevos estímulos y un conocimiento más profundo de una amplia gama de temas.
2. La propiedad de la tierra en los países colonizados
En septiembre de 1879, Marx adquirió y leyó en ruso, con gran interés, Propiedad común de la tierra: Las causas, el curso y las consecuencias de su declive (1879) de Maksim Kovalevski (1851-1916). Los extractos que compiló mayormente provenían de las partes del libro que abordaban la propiedad de la tierra en los países sometidos a la dominación extranjera. Marx resumió las diversas formas en que los españoles en Latinoamérica, los británicos en la India y los franceses en Argelia habían regulado los derechos de posesión.
Al considerar estas tres zonas geográficas, las primeras reflexiones de Marx tuvieron que ver con las civilizaciones precolombinas. Marx observó que, en el comienzo de los imperios azteca e inca, «la población rural mantuvo la propiedad común de la tierra como antes, pero al mismo tiempo tuvo que resignar parte de sus ingresos para efectuar los pagos correspondientes a sus gobernantes». Según Kovalevski, este proceso sentó «las bases del desarrollo de los latifundios a expensas de los intereses propietarios de aquellos que eran dueños de la tierra comunal. Y la llegada de los españoles no hizo más que acelerar la disolución de la tierra comunal». Las terribles consecuencias de su imperio colonial fueron repudiadas tanto por Kovalevski—la «original política de exterminio de los pieles rojas»—como por Marx, que añadió de puño y letra: «después de haber saqueado el oro que encontraron allí, los [españoles] condenaron a los indios a trabajar en las minas». Al final de esta selección de extractos, Marx observó que «la supervivencia (en gran medida) de la comuna rural» se debió, en parte, al hecho de que, «a diferencia de [lo ocurrido] en las Indias Orientales británicas, no existía legislación colonial que regulara la posibilidad de que los integrantes de los clanes vendieran sus tierras».
Más de la mitad de los extractos de Kovalevski de Marx versan sobre la dominación británica de la India. Marx prestó especial atención a la partes del libro que rastreaban formas de propiedad común de la tierra en la India contemporánea, así como también en los tiempos de los rajás hindúes. Utilizando el texto de Kovalevski, observó que la dimensión colectiva permaneció viva incluso después de la parcelización introducida por los británicos: «siguen existiendo entre estos átomos algunas conexiones que guardan una relación distante con los antiguos grupos de propietarios de tierras de las aldeas». A pesar de la hostilidad que compartían respecto del colonialismo británico, Marx se mostró crítico de algunos aspectos del recorrido histórico de Kovalevski, que erróneamente proyectaban los parámetros del contexto europeo en la India. En una serie de comentarios breves pero detallados, Marx le reprochó haber homogeneizado dos fenómenos distintos. Porque, si bien «la distribución de puestos—de ningún modo exclusiva del feudalismo, como demuestra Roma—y la commendatio [existieron] en la India», ello no quería decir que el «feudalismo, tal como se lo conoció en Europa occidental», se hubiese desarrollado allí.
Para Marx, Kovalevski había dejado de lado el importante hecho de que la «servidumbre de la gleba» esencial para el feudalismo no existió en la India. Además, dado que «de acuerdo con la ley india, el poder del gobernante no [estaba] sujeto a la repartición entre los hijos varones, [se] obstruyó una gran fuente de feudalismo al estilo europeo». En suma, Marx se mostró muy escéptico ante la posibilidad de transferir categorías de interpretación entre contextos geográficos e históricos completamente diferentes. Más adelante, integró las perspectivas más completas que derivó del texto de Kovalevski mediante su estudio de otros trabajos sobre la historia de la India.
Por último, para el caso de Argelia, Marx no dejó de resaltar la importancia de la propiedad común de la tierra antes de la llegada de los colonos franceses, ni de los cambios que ellos introdujeron. Copió de Kovalevski: «La formación de la propiedad privada de la tierra (a los ojos de los burgueses franceses) es una condición necesaria para que se produzca el progreso en la esfera sociopolítica. La preservación de la propiedad comunal como forma que fomenta las tendencias comunistas en las mentes resulta peligrosa tanto para la colonia como para la metrópolis». Marx también seleccionó los siguientes puntos de Propiedad común de la tierra: Las causas, el curso y las consecuencias de su declive:
…se fomenta e incluso se prescribe la distribución de las posesiones de los clanes, en primer lugar con miras a debilitar a las tribus subyugadas donde nunca falta el impulso de rebelarse; y, en segundo lugar, como única manera de profundizar el traspaso de la propiedad de la tierra de las manos de los nativos a las de los colonizadores. Los franceses han aplicado esta misma política en todos sus regímenes. (…) El objetivo siempre es el mismo: la destrucción de la propiedad colectiva indígena y su transformación en un objeto de libre compra y venta, y por este medio se pretende facilitar su paso a manos de los colonizadores franceses.
En cuanto a la legislación para Argelia propuesta por el republicano de izquierda Jules Warnier (1826-1899) y promulgada en 1873, Marx coincidió con la postura de Kovalevski, que afirmó que el único propósito de dicha medida fue la «expropiación de la tierra de la población nativa por parte de los colonizadores y especuladores europeos». La afronta de los franceses llegó al extremo del «robo propiamente dicho»: la conversión en «propiedad del gobierno» de todas las tierras sin cultivar que hasta entonces los nativos administraban en común. Dicho proceso estaba diseñado para producir otro importante resultado: la eliminación del peligro de resistencia por parte de la población local. Una vez más, en palabras de Kovalevski, Marx señaló:
…la fundación de la propiedad privada y el asentamiento de los colonizadores europeos entre los clanes árabes [se transformaría] en la manera más efectiva de acelerar el proceso de disolución de las uniones entre los clanes. (…) La expropiación de los árabes que buscaba la ley tenía dos objetivos: 1) otorgarles a los franceses la mayor cantidad de tierra posible; y (2) despojar a los árabes de sus lazos naturales con la tierra para destruir la fuerza que les quedaba a las uniones entre los clanes, que así quedarían disueltas, y por consiguiente se disolvería todo riesgo de rebelión.
Marx comentó que este tipo de «individualización de la propiedad de la tierra» no solo había asegurado a los invasores altísimos márgenes económicos sino que además había cumplido «una meta política (…): destruir los cimientos de esta sociedad». La selección de ideas realizada por Marx, sumada a las escasas pero directas palabras de repudio de las políticas coloniales europeas que añadió a los extractos de Kovalevski, demuestran que se rehusaba a creer que tanto la sociedad india como la argelina estaban destinadas a seguir el mismo camino de desarrollo observado en Europa. A diferencia de Kovalevski, que consideraba que la propiedad de la tierra seguiría los pasos del ejemplo europeo como si de una ley natural se tratase, avanzando, en todas partes, de lo comunal a lo privado, Marx sostenía que, en algunos casos, la propiedad colectiva podría perdurar y que definitivamente no desaparecería a causa de una especie de inevitabilidad histórica.
Después de haber estudiado las formas de la propiedad de la tierra en la India mediante la atenta lectura de la obra de Kovalevski, del otoño de 1879 al verano de 1880 Marx compiló una serie de Cuadernos sobre la historia de la India (664-1858). Dichos compendios, que abarcan más de mil años de historia, fueron extraídos de varios libros, en particular de la Historia analítica de la India (1870), de Robert Sewell (1845-1925), y la Historia de la India (1841) de Mountstuart Elphinstone.
Marx dividió sus notas en cuatro períodos. El primer conjunto comprendía una cronología más bien básica desde la conquista musulmana, que comenzó con la primera penetración árabe en 664, hasta principios del siglo XVI. El segundo conjunto trataba el Imperio mogol, establecido en 1526 por Zahīr ud-Dīn Muhammad y que perduró hasta 1761; también contenía un panorama muy breve de las invasiones extranjeras sufridas por la India y un esquema de cuatro páginas de la actividad mercantil europea entre 1497 y 1702. Del libro de Sewell, Marx transcribió algunos puntos específicos que concernían a Murshid Quli Khan (1660-1727), el primer nabab de Bengala y el arquitecto de un nuevo sistema impositivo, que Marx describió como «un sistema de extorsión y opresión inescrupulosa que creó un amplio excedente [a partir de] los impuestos de Bengala que debidamente se enviaban a Delhi». Según Quli Khan, esa fue la fuente de ganancias que mantuvo a flote el Imperio mogol entero.
El tercer conjunto de notas, que es el más cuantioso, abarca el período de 1725 a 1822, referido a la presencia de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En este caso, Marx no se limitó a transcribir los principales sucesos, nombres y fechas, sino que siguió con mayor detalle el curso de los sucesos históricos, en particular aquellos relativos a la dominación británica de la India. El cuarto y último conjunto de notas se aboca a la revuelta de los cipayos en 1857 y el colapso de la Compañía Británica de las Indias Orientales el año siguiente.
En las Notas sobre la historia de la India (664-1858), Marx les dedicó muy poco espacio a sus reflexiones personales, pero sus anotaciones marginales aportan pistas importantes sobre su opinión. Solía describir a los invasores con términos como «perros británicos», «usurpadores», «hipócritas ingleses» o «intrusos ingleses». En cambio, siempre acompañó la lucha de la resistencia india con expresiones de solidaridad. No es casual que Marx reemplazara sistemáticamente el término de Sewell, «amotinados», por la palabra «insurgentes». Su franco repudio del colonialismo europeo resulta inequívoco.
Marx también sostuvo un punto de vista similar en su correspondencia. En una carta escrita a Nikolái Danielson en febrero de 1881, Marx comentó los principales sucesos que estaban teniendo lugar en la India y llegó a predecir que «al gobierno británico le esperaban complicaciones serias o incluso un estallido generalizado». El grado de explotación se había vuelto más y más intolerable:
Lo que los ingleses les sustraen cada año en términos de rentas, dividendos de ferrocarriles inútiles para los hindúes, pensiones para militares y funcionarios civiles, para Afganistán y otras guerras, etcétera, etcétera: lo que les quitan sin ningún equivalente y aparte de todo aquello de lo que se apropian todos los años en la India, contando únicamente el valor de los bienes que los habitantes de la India tienen que enviar a Inglaterra gratuitamente cada año, ¡equivale a una suma mayor al total de los ingresos de 60 millones de trabajadores agrícolas e industriales de la India! ¡Este es un proceso de sangría feroz! ¡Los años de hambruna se acumulan y llegan a una magnitud hasta ahora insospechada en Europa! Existe una verdadera conspiración en la cual cooperan los hindúes y los musulmanes; el gobierno británico es consciente de que se está «cocinando» algo, pero estas personas superficiales (me refiero a los hombres del gobierno), anquilosados por sus propias formas parlamentarias de hablar y pensar, ¡ni siquiera desean percibir con claridad, es decir, tomar conciencia de la total magnitud del peligro inminente! Engañar a los demás y por ese mismo medio engañarse a uno mismo: ¡de eso se trata, en síntesis, la sabiduría parlamentaria! ¡Tanto mejor!
Por último, Marx se ocupó de Australia y se interesó especialmente por la organización social de sus comunidades aborígenes. A partir de «Relato de Australia central» (1880), del etnógrafo Richard Bennett (?), Marx adquirió los conocimientos críticos necesarios para oponerse a quienes alegaban que la sociedad aborigen no poseía leyes ni cultura propios. Además, leyó otros artículos en The Victorian Review relativos al estado de la economía de dicho país, entre ellos «El futuro del comercio australiano» (1880) y «El futuro del noreste australiano» (1880).
3. Rusia y la circunvalación del capitalismo
En sus escritos políticos, Karl Marx siempre había identificado a Rusia como uno de los principales obstáculos a la emancipación de la clase trabajadora europea. Con el transcurso del tiempo, Marx se mantuvo fiel a este juicio. Pero, en sus últimos años, comenzó a cambiar su percepción de Rusia, dado que reconoció en algunos cambios que se estaban produciendo allí posibles condiciones para una transformación social radical. De hecho, Rusia parecía más propensa a generar una revolución que Gran Bretaña, donde, en términos proporcionales, el capitalismo había creado la mayor cantidad de obreros fabriles de todo el mundo, pero a la vez, el movimiento obrero, que accedía a mejores condiciones de vida, en parte gracias a la explotación colonial, se había debilitado y había atravesado el condicionamiento negativo del reformismo sindical.
Marx observó atentamente—y recibió con gran aprobación—los movimientos campesinos rusos que precedieron a la abolición de la servidumbre de la gleba en 1861. A partir de 1870, después de haber aprendido a leer en ruso, Marx se mantuvo al tanto de los acontecimientos mediante la consulta de estadísticas y de textos más completos sobre los cambios socioeconómicos, y también mediante su correspondencia con académicos rusos destacados. Así se produjo un encuentro fundamental con la obra del escritor y filósofo socialista ruso Nikolái Chernishevski (1828-1889); Marx adquirió muchos de sus escritos, y la opinión de la principal figura del populismo ruso [Narodnichestvo] se transformó en una referencia que siempre le resultó útil para su propio análisis de los cambios sociales que se desarrollaban en Rusia. Marx consideraba «excelentes» las obras económicas de Chernishevski y, a principios de 1873, ya profesaba haberse «familiarizado con la mayor parte de sus escritos».
La lectura de Chernishevski fue, para Marx, uno de los principales incentivos para aprender ruso. Al estudiar la obra del autor que él mismo había calificado como «el gran académico y crítico ruso», Marx descubrió ideas originales acerca de la posibilidad de que, en algunas partes del mundo, el desarrollo económico circunvalase el modelo productivo capitalista y las terribles consecuencias sociales que había tenido para la clase trabajadora de Europa occidental. En particular, en su Crítica de los prejuicios filosóficos contra la propiedad comunal de la tierra (1859), Chernishevski se había preguntado «si un fenómeno social cualquiera necesariamente tiene que atravesar todos los momentos lógicos en la vida real de todas las sociedades». Su respuesta fue negativa, y así Chernishevski propuso «dos conclusiones» que ayudaron a definir las demandas políticas de los populistas rusos y a darles un fundamento científico:
Cabe señalar que las teorías de Chernishevski diferían en gran medida de las de muchos otros pensadores eslavófilos de la época. Sin duda, él compartía con ellos la denuncia de los efectos del capitalismo y la oposición a la proletarización del trabajo rural ruso. Pero se opuso decididamente a la postura de los intelectuales aristocráticos, que ansiaban preservar las estructuras del pasado, y evitó describir la obschina como una modalidad idílica típica y exclusiva de los pueblos eslavos. Es más, no vio motivo para «enorgullecerse de la supervivencia de tales vestigios de antigüedad primitiva». Para Chernishevski, su persistencia en algunos países «solo daba fe de la lentitud y debilidad de la evolución histórica». En las relaciones agrarias, por ejemplo, «la preservación de la propiedad comunal, que en este sentido había desaparecido en otros pueblos» de ningún modo era indicio de superioridad, sino que demostraba que los rusos habían «vivido menos».
Chernishevski tenía la firme convicción de que el desarrollo de Rusia no podía progresar con independencia de los avances logrados en Europa occidental. Las características positivas de la comuna rural debían ser preservadas, pero solo podrían asegurar el bienestar de las masas campesinas si se insertaban en un contexto productivo diferente. La obschina solo podría contribuir a una etapa incipiente de la emancipación social si se transformaba en el embrión de una organización social nueva y radicalmente distinta. La propiedad comunal de la tierra tendría que ser respaldada por una modalidad colectiva de explotación agropecuaria y distribución. Es más, sin los descubrimientos científicos y las adquisiciones tecnológicas asociadas al ascenso del capitalismo, la obschina nunca se transformaría en un experimento de cooperativismo agrícola verdaderamente moderno.
Sobre esta base, los populistas plantearon dos objetivos para su programa: impedir el avance del capitalismo en Rusia y utilizar el potencial emancipatorio de las comunas rurales preexistentes. Chernishevski presentó esta posibilidad mediante una imagen impactante. «La historia», escribió, «como una abuela, le tiene muchísimo cariño a sus nietos más pequeños. A los rezagados no les da los huesos sino la médula, mientras que al tratar de romper los huesos Europa occidental se ha lastimado los dedos terriblemente».
Estudiar la obra de Chernishevski fue muy útil para Marx. En 1881, cuando su creciente interés en las formas comunales arcaicas lo llevó a estudiar a los antropólogos contemporáneos, y al tiempo que sus reflexiones trascendían sin cesar el ámbito europeo, un acontecimiento azaroso lo alentó a profundizar su estudio de Rusia.
A mediados de febrero de 1881, recibió una breve pero intensa y cautivadora carta de Vera Zasulich (1848-1919), una militante populista. Zasulich, una gran admiradora de Marx, enfatizó que él entendería «mejor que nadie» la urgencia del problema—una «cuestión de vida o muerte» para los revolucionarios rusos—y añadió que «incluso el destino individual de nuestros revolucionarios dependía» de la respuesta de Marx. A continuación, Zasulich resumió los dos puntos de vista diferentes que habían surgido en los debates:
Por un lado, puede que la comuna rural, una vez libre de las exigencias impositivas exorbitantes, los pagos a la nobleza y la administración arbitraria, sea capaz de desarrollarse hacia el socialismo, es decir, de organizar gradualmente su producción y distribución en una modalidad colectiva. En ese caso, el socialista revolucionario debe dedicar todo su esfuerzo a la liberación y el desarrollo de la comuna.
En cambio, si la comuna está destinada a desaparecer, todo lo que le queda al socialista son cálculos, más o menos infundados, relativos a cuántas décadas harán falta para que la tierra de los campesinos rusos pase a manos de la burguesía, y cuántos siglos harán falta para que el capitalismo alcance en Rusia un nivel de desarrollo similar al que ya se logró en Europa occidental. En ese caso, su deber consistirá en ejercer actividades propagandísticas solo entre trabajadores urbanos, trabajadores que, mientras tanto, se ahogarán continuamente en la masa campesina que, después de la disolución de las comunas, se verá obligada a recorrer las calles de las ciudades grandes en busca de un salario.
Zasulich también señaló que algunos participantes del debate afirmaron que «la comuna rural es una forma arcaica condenada a desaparecer por la historia, el socialismo científico y, en resumen, por todo aquello que no amerita debate». Quienes compartían esta postura se autodenominaban los «discípulos [de Marx] por excelencia»: los «marxistas». Su principal argumento solía ser: «Marx lo dijo».
La pregunta planteada por Zasulich llegó en el momento justo, precisamente cuando a Marx lo absorbía el estudio de las comunidades precapitalistas. Así, el mensaje de Zasulich lo indujo a analizar un caso histórico real de gran relevancia contemporánea y de estrecha relación con sus intereses teóricos en esa época. La complejidad de su respuesta solo puede ser plenamente apreciada si se tiene en cuenta el contexto de sus reflexiones sobre el capitalismo y la transición al socialismo.
La convicción de que la expansión del modelo productivo capitalista es un requisito sine qua non para el nacimiento de la sociedad comunista atraviesa la totalidad de la obra de Marx.
En la sección de El capital, volumen uno, titulada «Tendencia histórica de la acumulación capitalista», Marx resumió las seis condiciones generadas por el capitalismo—en particular, por su centralización—que constituyen los prerrequisitos básicos para el nacimiento de la sociedad comunista. Son las siguientes: 1) el proceso de trabajo cooperativo; 2) los aportes científico-tecnológicos a la producción; 3) la apropiación de las fuerzas de la naturaleza por parte de producción; 4) la creación de maquinaria que los trabajadores solo pueden operar de manera conjunta; 5) la economización de todos los medios de producción; y 6) la tendencia a la creación de un mercado mundial. Para Marx:
De la mano (…) de esta expropiación de muchos capitalistas por parte de unos pocos, se producen otros acontecimientos en una escala cada vez mayor, como el crecimiento de las formas cooperativas del proceso de trabajo, la aplicación técnica y consciente de la ciencia, la cultivación metódica de la tierra, la transformación de los instrumentos de trabajo en otros únicamente utilizables de manera conjunta, la economización de todos los medios de producción mediante su uso en el trabajo combinado y socializado, la captación de todos los pueblos en la red del mercado mundial y, por ende, el carácter internacional del régimen capitalista.
Marx estaba convencido de que «los elementos [necesarios] para la conformación de una sociedad nueva» maduran junto con «las condiciones materiales y la combinación de los procesos productivos en el plano social». Dichas «premisas materiales» resultan decisivas para el logro de una «síntesis mayor a futuro», y si bien la revolución nunca surge únicamente de dinámicas económicas sino que también requiere siempre algún factor político, el advenimiento del comunismo «exige a la sociedad cierta base material, o bien un conjunto de condiciones de existencia que, a su vez, son el producto espontáneo de un largo y doloroso proceso de desarrollo».
Algunas ideas similares, que confirman la continuidad del pensamiento de Marx, se encuentran en algunos escritos breves pero significativos, de carácter político, que produjo después de El capital. Por ejemplo, en la Crítica del programa de Gotha (1875), profundizó sus argumentos sobre la necesidad de «probar de manera concreta cómo la sociedad capitalista actual por fin ha creado las condiciones materiales, etcétera, que permiten y conminan a los trabajadores a deshacer esta maldición histórica».
Marx, que nunca mostró deseos de pronosticar cómo debería ser el socialismo, tampoco afirmó nunca, en sus reflexiones sobre el capitalismo, que la sociedad humana estuviese destinada a seguir el mismo camino o atravesar las mismas etapas en todas partes. No obstante, se vio obligado a confrontar la tesis, que falsamente se le atribuía, de que la modalidad productiva burguesa constituía una inevitabilidad histórica en todo el mundo. Este punto se evidencia con claridad en la controversia sobre la posibilidad del desarrollo capitalista en Rusia.
Se presume que, en noviembre de 1877, Marx había escrito el borrador de una larga carta a la redacción de Notas patrióticas [Otechestvennye Zapiski], donde se proponía responder a un artículo sobre el futuro de la comuna rural (obschina) en Rusia—«Karl Marx ante el tribunal del Sr. Zhukovsky»—escrito por el crítico literario y sociólogo Nikolái Mijailovski. Marx reescribió la carta un par de veces, pero al final la dejó en formato borrador, con eliminaciones visibles, y nunca la mandó. Sin embargo, el texto contiene algunos interesantes adelantos de los argumentos que Marx emplearía más adelante en su respuesta a Zasulich.
En una serie de ensayos, Mijailovski había planteado una pregunta muy similar, al margen de sus sutilezas, a la que se haría Zasulich cuatro años después. Para Zasulich, el quid de la cuestión era el impacto que tendrían los posibles cambios de la comuna rural en la actividad propagandística del movimiento socialista. Mijailovski, por su parte, se interesó por discutir en un plano más teórico las diversas posturas posibles en cuanto al futuro de la obschina, que incluían desde la tesis de los economistas liberales de que Rusia simplemente tenía que deshacerse de la obschina y adoptar un régimen capitalista hasta el argumento de que la comuna podría seguir desarrollándose y evitar los efectos negativos que acarreaba el modelo productivo capitalista para la población rural.
A diferencia de Zasulich, que se acercó a Marx para conocer su opinión y para recibir indicaciones relativas a acciones concretas, Mijailovski, representante destacado del ala más moderada y liberal del populismo ruso, claramente favorecía la segunda tesis y creía que Marx prefería la primera. Zasulich escribió que los «marxistas» proclamaban que el desarrollo del capitalismo era indispensable, pero Mijailovski fue un paso más allá y afirmó que el autor de esa tesis había sido el propio Marx en El capital. Mijailovski escribió:
Todavía tenemos presentes todas estas «mutilaciones de mujeres y niños» y, desde el punto de vista de la teoría histórica de Marx, no deberíamos protestar porque ello implicaría perjudicarnos a nosotros mismos. (…) El discípulo ruso de Marx (…) ha de limitarse a ejercer el papel de observador. (…) Si realmente comparte la postura histórico-filosófica de Marx, debería complacerse de ver a los productores divorciados de los medios de producción y debería tratar este divorcio como la primera fase de un proceso inevitable cuyo resultado, a la larga, será provechoso. En otras palabras, debe aceptar la destitución de los principios inherentes a su ideal. Dicha colisión entre el sentimiento moral y la inevitabilidad histórica debe resolverse, por supuesto, a favor de la segunda.
Pero Mijailovski fue incapaz de respaldar estas afirmaciones con citas precisas y, en cambio, citó la referencia polémica a Herzen efectuada por Marx. En la carta a Otechestvennye Zapiski, Marx fue contundente al declarar que no se podía tomar su polémica con Herzen por una falsificación de sus propios juicios, o bien, como había afirmado Mijailovski, por una desestimación de «los esfuerzos del pueblo ruso por encontrar un camino de desarrollo nacional diferente al camino por el que ha avanzado y avanza todavía Europa occidental». Marx pretendía «hablar sin tapujos» y expresar las conclusiones a las que había arribado después de muchos años de estudio. Comenzó con la siguiente oración, que después tachó en el manuscrito: «si Rusia continúa por la senda que viene siguiendo desde 1861, perderá la mejor oportunidad histórica que se le haya presentado a un pueblo y atravesará todas las fatídicas vicisitudes del régimen capitalista».
La primera aclaración clave de Marx tiene que ver con las áreas a las que se había referido en su análisis. Señaló que, en la sección de El capital titulada «La acumulación “primitiva”», había intentado describir cómo «la disolución de la estructura económica de la sociedad feudal» desbloqueó los componentes de «la estructura económica de la sociedad capitalista» en «Europa occidental». Por ende, el proceso no ocurrió en todo el mundo, sino solo en el Viejo Continente.
Marx se refirió a un pasaje de la edición francesa de El capital (1872-75) donde él había afirmado que la base de la separación de los productores y los medios de producción era la «expropiación de los productores agrícolas» y había agregado que «solo en Inglaterra [se había] logrado de manera radical» pero que «todos los otros países de Europa occidental [estaban] siguiendo sus pasos».
En lo que a Rusia respecta, en la «Carta a la redacción de Otechestvennye Zapiski», Marx compartía la visión de Mijailovski de que Rusia podría «desarrollar sus propias bases históricas y así, evitando todas las torturas del régimen [capitalista], apropiarse de sus frutos de todas maneras». Pero acusó a Mijailovski de «transformar [su] relato histórico de la génesis del capitalismo en Europa occidental en una teoría histórico-filosófica del curso general que se impondría fatalmente a todos los pueblos, sin importar las circunstancias históricas en las que se encontraran».
Para continuar su argumento, Marx subrayó que, en el análisis de El capital, la tendencia histórica de la producción capitalista residía en el hecho de que «creaba los componentes de un nuevo orden económico y les otorgaba el mayor ímpetu posible a las fuerzas productivas del trabajo social y al desarrollo cabal de cada productor individual»; en rigor, «ya descansaba sobre un modelo colectivo de producción» y «no le quedaba otra alternativa que transformarse en propiedad social».
Entonces, Mijailovski solo podía aplicar este recorrido histórico a Rusia de la siguiente manera: si Rusia tendía a transformarse en «una nación capitalista como las de Europa occidental»—y, según Marx, ya había estado avanzando en esa dirección en los años anteriores—no lo lograría «sino después de haber transformado a gran parte de sus campesinos en proletarios»; más adelante, una vez subsumida dentro de la órbita del régimen capitalista, Rusia [quedaría] sujeta a sus impiadosas leyes, al igual que otros pueblos profanos».
Lo que más le molestó a Marx fue la idea de que su crítico se había propuesto «transformar [su] relato histórico de la génesis del capitalismo en Europa occidental en una teoría histórico-filosófica del curso general que se impondría fatalmente a todos los pueblos, sin importar las circunstancias históricas en las que [se encontraran] insertos». Con un toque de sarcasmo, añadió: «Pero le pido disculpas. Eso implicaría honrarme y desacreditarme demasiado a la vez».
Así, Mijailovski, que no conocía bien la postura teórica real de Marx, la criticó de tal manera que pareció anticiparse a uno de los puntos cruciales del marxismo del siglo XX, que ya se estaba propagando insidiosamente entre los seguidores de Marx en Rusia y en otras partes del mundo. La crítica de Marx a esta conceptualización resultó doblemente importante porque tuvo que ver no solo con el presente sino también con el futuro. No obstante, nunca la publicó, y la idea de que Marx consideraba al capitalismo una etapa obligatoria también para Rusia se afianzó enseguida y tuvo consecuencias serias para lo que se transformaría en el marxismo ruso.
4. La carta a Zasulich (y sus borradores)
Con su carta a Zasulich ocurrió algo similar. Durante casi tres semanas, Marx estuvo absorto en sus papeles, plenamente consciente de que tenía que responder a una pregunta teórica de gran relevancia y expresar su postura sobre una cuestión política crucial. Los frutos de su trabajo fueron cuatro borradores—tres de ellos, muy extensos y, por momentos, contradictorios—y la respuesta que, finalmente, le envió a Zasulich.
En el primero de los cuatro borradores, que es el más extenso, Marx analizó lo que consideraba el «único argumento serio» para afirmar que la «disolución de la comuna campesina rusa» sería inevitable. «Si se retrocede bastante en el tiempo, es posible encontrar diversos tipos más o menos arcaicos de propiedad comunal en toda Europa occidental; en todas partes, ha desaparecido a medida que se profundiza el progreso social. ¿Por qué Rusia sería la única excepción a ese destino?» En su respuesta, Marx repitió que «tendría en cuenta ese argumento solamente en lo que concernía a las experiencias europeas en las que se basaba». Y en cuanto a Rusia:
Para que la producción capitalista pueda establecerse e imperar en Rusia, la gran mayoría de los campesinos, es decir, del pueblo ruso, tendrán que convertirse en asalariados y, en consecuencia, sufrir la expropiación mediante la abolición previa de su propiedad comunista. Pero, en cualquier caso, ¡el precedente occidental no probaría nada de nada!
Marx no descartó la posibilidad de que la comuna rural se disolviera y concluyera su larga existencia. Pero si eso ocurriera, no sería a causa de una predestinación histórica. En referencia a quienes se autodenominaban seguidores suyos y aducían que el advenimiento del capitalismo era inevitable, Marx le comentó a Zasulich, con su sarcasmo habitual: «Los “marxistas” rusos de los que habla me resultan totalmente desconocidos. Hasta donde yo sé, los rusos con los que yo tengo trato personal tienen una visión diametralmente opuesta».
Estas referencias constantes a las experiencias occidentales estaban acompañadas de una observación política muy valiosa. Si bien a principios de los años cincuenta, en su artículo para el New-York Tribune «Futuros resultados de la dominación británica en la India» (1853), Marx había afirmado que «Inglaterra debe cumplir una doble misión en la India: una destructiva y la otra regeneradora: la aniquilación de la antigua sociedad asiática y el asentamiento de las bases materiales de la sociedad occidental en Asia», en sus reflexiones sobre Rusia se produjo un cambio de perspectiva manifiesto.
Ya en 1853, había evitado autoengañarse en cuanto a las características básicas del capitalismo; sabía bien que la burguesía nunca «había progresado sin arrastrar a los individuos y las personas por la sangre y la mugre, la miseria y la degradación». Pero también se había mostrado convencido de que, mediante el comercio mundial, el desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación de la producción en algo científicamente capaz de dominar a las fuerzas de la naturaleza, «la industria y el comercio burgueses [habían] creado las condiciones materiales de un mundo nuevo».
Algunas lecturas superficiales o limitadas han tomado esta idea como evidencia del eurocentrismo u orientalismo de Marx, pero, en realidad, es tan solo el reflejo de la visión parcial e ingenua del colonialismo de un joven de apenas treinta y cinco años escribiendo un artículo periodístico. En ninguna parte de la obra de Marx se sugiere siquiera una distinción esencialista entre las sociedades de Oriente y Occidente.
En 1881, después de tres décadas de profunda investigación teórica y de atenta observación de los cambios de la política internacional, sin mencionar sus extensísimas sinopsis en los Cuadernos etnológicos, tenía una visión bastante diferente de la transición desde las formas comunales del pasado hasta el capitalismo. Así, al referirse a las «Indias Orientales», expresó: «Todos menos sir Henry Maine y otros de su calaña son conscientes de que la supresión de la propiedad comunal de la tierra allí no fue más que un acto de vandalismo inglés, que no llevó al progreso de los nativos, sino a su atraso». Lo único que los británicos «lograron fue arruinar la agricultura nativa y duplicar la cantidad de hambrunas y su gravedad».
En consecuencia, la obschina no estaba predestinada a sufrir el mismo destino que otras formas similares de Europa occidental en siglos anteriores, donde «la transición de una sociedad fundada en la propiedad comunal a una sociedad fundada en la propiedad privada» había sido más o menos uniforme. Ante la pregunta de si era inevitable que lo propio ocurriera en Rusia, Marx, tajante, respondió: «Para nada».
Así, para Marx, el campesinado «puede incorporar las adquisiciones positivas ideadas por el sistema capitalista sin pasar por sus horcas caudinas». En respuesta a quienes negaban la posibilidad de saltear fases y veían al capitalismo como una etapa inevitable también para Rusia, Marx se preguntó, con ironía, si Rusia había tenido que «atravesar un largo período de incubación de la industria de la ingeniería (…) para poder utilizar las máquinas, los motores a vapor, los ferrocarriles, etcétera». Del mismo modo, ¿no había sido posible «introducir, en un abrir y cerrar de ojos, el mecanismo de intercambio completo (bancos, entidades de crédito, etcétera) que Occidente había ideado a lo largo de varios siglos?»
Marx criticó el «aislamiento» de las comunas agrícolas arcaicas, puesto que, al estar encerradas en sí mismas y no tener contacto con el mundo exterior, eran, en términos políticos, la forma económica que mejor se adecuaba al reaccionario régimen zarista: «la falta de conexión entre la vida de una comuna y la de las demás, este microcosmos localizado, […] siempre da lugar al surgimiento de despotismo centralizado que supera y domina a las comunas».
Definitivamente, Marx no había alterado su complejo juicio crítico de las comunas rurales rusas, y en su análisis la importancia del desarrollo individual y la producción social permaneció intacta. No es que de pronto se haya convencido de que las comunas rurales arcaicas eran un foco de emancipación más avanzado para el individuo que las relaciones sociales que existían dentro del capitalismo. Ambas posibilidades distaban mucho de su concepción de la sociedad comunista.
En los borradores de la carta de Marx a Zasulich no existe el menor indicio del quiebre dramático con sus posturas anteriores que han detectado algunos académicos. En concordancia con sus principios teóricos, Marx no sugirió que Rusia u otros países donde el capitalismo todavía estaba infradesarrollado tuviesen que transformarse en el foco primordial de un estallido revolucionario; ni tampoco pensaba que los países con un capitalismo más atrasado estuviesen más cerca del objetivo del comunismo que aquellos caracterizados por un desarrollo productivo más avanzado. En su opinión, no se debían confundir las rebeliones o luchas por la resistencia esporádicas con el establecimiento de un nuevo orden socioeconómico basado en el comunismo. La posibilidad que él había considerado en un momento muy particular de la historia de Rusia, cuando se dieron condiciones favorables para una transformación progresiva de las comunas agrarias, no podía elevarse al estatus de modelo general.
Ni en la Argelia dominada por los franceses ni en la India británica, por ejemplo, se observaban las condiciones especiales que Chernishevski había identificado, y la Rusia de principios de la década de 1880 no podía compararse con lo que pudiese llegar a ocurrir allí en tiempos futuros. El nuevo elemento en el pensamiento de Marx consistió en una apertura teórica cada vez mayor, que le permitió considerar otros caminos posibles al socialismo que anteriormente no había tomado en serio o que había considerado inalcanzables.
Lo que escribió Marx es muy similar a lo que había escrito Chernishevski antes que él. Esta alternativa era posible y, sin duda, se adecuaba mejor al contexto socioeconómico ruso que «la actividad agropecuaria capitalizada según el modelo inglés». Pero solo podría sobrevivir si «el trabajo colectivo reemplazaba el trabajo por parcelas, el origen de la apropiación privada». Para que ello ocurriera, hacían falta dos cosas: «la necesidad económica de que se produjera semejante cambio y las condiciones materiales necesarias para hacerlo realidad». La contemporaneidad de la comuna agrícola rusa con el capitalismo en Europa le proporcionaba «todas las condiciones necesarias para el trabajo colectivo», al tiempo que la familiaridad de los campesinos con el artel facilitaría la transición hacia el «trabajo cooperativo».
Marx volvió a tratar temas similares en 1882. En enero, en el «Prefacio a la segunda edición rusa del Manifiesto del partido comunista», que coescribió con Engels, se establece un vínculo entre el destino de la comuna rural rusa y el de las luchas proletarias en Europa occidental:
En Rusia, cara a cara con el veloz desarrollo de la estafa capitalista y con los bienes raíces burgueses, que apenas están empezando a desarrollarse, observamos que más de la mitad de la tierra está en manos de los campesinos, que la administran en común. Ahora bien, la pregunta es: la obschina rusa, una forma primigenia de propiedad común de la tierra, ¿puede, a pesar de encontrarse muy debilitada, convertirse directamente en una forma superior, la propiedad común comunista? ¿O, por el contrario, primero debe atravesar el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente? Hoy en día, la única respuesta posible es la siguiente: si la Revolución rusa se transforma en una señal para la revolución proletaria en Occidente, de modo tal que ambas se complementen mutuamente, la propiedad común de la tierra que hoy en día se observa en Rusia podría constituir el punto de partida del desarrollo comunista.
La tesis básica que Marx ya había expresado en muchas ocasiones anteriores seguía siendo la misma, pero ahora sus ideas se relacionaban más estrechamente con el contexto histórico y con los diversos escenarios políticos que posibilitaban.
Las consideraciones de alta densidad argumental de Marx sobre el futuro de la obschina se encuentran en las antípodas de la equiparación del socialismo con las fuerzas productivas, una concepción marcada por tintes nacionalistas y simpatías colonialistas que se hizo presente en la Segunda Internacional y los partidos socialdemócratas. También difieren en gran medida del supuesto «método científico» de análisis social preponderante en el movimiento comunista internacional del siglo XX.
5. Los Extractos cronológicos y los últimos intereses políticos de la década de 1880: Una perspectiva global
Entre el otoño de 1881 y el invierno de 1882, gran parte de la energía intelectual de Marx se canalizó en los estudios históricos. Trabajó de manera intensiva en los Extractos cronológicos, una línea de tiempo comentada que registra acontecimientos globales año a año desde el primer siglo AC en adelante y resume sus causas y características principales.
Para descubrir si sus conceptos estaban bien fundamentados, Marx quería ponerlos a prueba a la luz de los grandes acontecimientos políticos, militares, económicos y tecnológicos del pasado. Hacía tiempo ya que era consciente de que el esquema de progresión lineal a lo largo de «las modalidades de producción asiáticas, antiguas, feudales y burguesas modernas» que había trazado en el Prefacio a Contribución a la crítica de la economía política (1859) resultaba totalmente inadecuado para comprender el movimiento de la historia, y entendía que, de hecho, era aconsejable alejarse de la filosofía de la historia en todas sus formas. Su frágil estado de salud le impidió reencontrarse con los manuscritos inconclusos de El capital. Probablemente haya pensado que había llegado el momento de volver a ocuparse de la historia mundial y, en particular, de una cuestión central: la relación entre el desarrollo del capitalismo y el nacimiento de los Estados modernos.
Para su cronología, Marx mayormente consultó dos textos. El primero fue la Historia de los pueblos de Italia (1825), del historiador italiano Carlo Botta (1766–1837), y el segundo fue la muy difundida y consagrada Historia mundial para el pueblo alemán (1844-57), de Friedrich Schlosser (1776-1861), que en su época había sido considerado el historiador alemán más destacado. Marx llenó cuatro gruesos cuadernos de notas sobre esas dos obras redactadas en una letra apenas legible y más pequeña de lo normal. Las tapas llevan los títulos que les dio Engels cuando se dedicó a catalogar las posesiones de su amigo: «Extractos cronológicos. I: 96 a c. 1320; II: c. 1300 a c. 1470; III: c. 1470 a c. 1580; IV: c. 1580 a c. 1648». En algunos casos, Marx agregó consideraciones críticas sobre figuras significativas o propuso su propia interpretación de sucesos históricos importantes, por lo cual podemos inferir que no estaba de acuerdo con la fe en el progreso de Schlosser y sus juicios morales. Esta reinmersión en la historia no se limitó a Europa, sino que se extendió a Asia, el Medio Oriente, el mundo islámico y América.
En el primer cuaderno dedicado a los Extractos cronológicos, y mayormente basándose en Botta, Marx llenó 143 páginas con una cronología de algunos de los principales acontecimientos ocurridos entre 91 AC y 1370 DC. Empezó por la antigua Roma y más adelante estudió la caída del Imperio romano, el surgimiento de Francia, la importancia histórica de Carlomagno (742-814), el Imperio bizantino y las diversas manifestaciones y características del feudalismo.
Marx señaló atentamente todo lo que pudiese resultarle útil a fin de analizar sistemas impositivos en diversos países y épocas. También se interesó vivamente por el significativo rol de Sicilia, ubicada en los márgenes de Europa y del mundo árabe, y por las repúblicas marítimas italianas y su importante aporte al desarrollo del capitalismo mercantil. Por último, gracias a la consulta de otros libros que lo ayudaron a integrar la información provista por Botta, Marx escribió muchas páginas de notas sobre la conquista islámica de África y Oriente, las Cruzadas y los califatos de Bagdad y Mosul.
En el segundo cuaderno, que comprende 145 páginas relativas al período que va de 1308 a 1469, Marx siguió transcribiendo notas sobre las últimas cruzadas a la «Tierra Santa». No obstante, una vez más, la parte más extensa tiene que ver con las repúblicas marítimas italianas y los avances económicos en Italia, que Marx consideraba el principio del capitalismo moderno. Basándose también en Maquiavelo, Marx resumió los principales sucesos de las luchas políticas de la República de Florencia. Al mismo tiempo, a raíz de la lectura de la Historia mundial para el pueblo alemán, de Schlosser, Marx reflexionó sobre la situación política y económica de Alemania en los siglos XIV y XV, así como también sobre la historia del Imperio mongol durante la vida de Genghis Khan y en la etapa posterior.
En el tercer cuaderno, que posee 141 páginas, Marx se ocupó de los principales conflictos políticos y religiosos entre 1470 y c. 1580. Se interesó particularmente por el choque de Francia y España, los tumultuosos conflictos dinásticos de la monarquía inglesa y la vida e influencia de Girolamo Savonarola (1452-1498). Por supuesto, también rastreó la historia de la Reforma protestante y subrayó el apoyo que recibió de la emergente clase burguesa.
Finalmente, en el último cuaderno, de 117 páginas, Marx se concentró sobre todo en los numerosos conflictos religiosos en Europa entre 1580 y 1648. La sección más larga se ocupa de Alemania antes del estallido de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y analiza este período en profundidad. Marx reflexionó sobre el papel del rey sueco Gustavo II Adolfo (1594-1632), el cardenal Richelieu (1585-1642) y el cardenal Mazarino (1602-1661). La sección final está dedicada a Inglaterra y describe la muerte de Isabel I (1533-1603).
Además de los cuatro cuadernos de extractos de Botta y Schlosser, Marx compiló otro cuaderno con las mismas características, contemporáneo con los demás y relacionado con la misma investigación. En este caso, basándose en la Historia de la República de Florencia (1875) de Gino Capponi (1792-1876), Marx complementó el conocimiento que ya había adquirido sobre la etapa de 1135 a 1433. También compiló algunas notas más sobre el período que va de 449 a 1485 sobre la base de la Historia del pueblo inglés (1877) de John Green (1837-1883). Sin embargo, las fluctuaciones de su estado de salud no le permitieron seguir avanzando. Sus notas se acaban en las crónicas de la Paz de Westfalia, que terminó con la guerra de los Treinta Años en 1648.
A pesar de que Europa, lógicamente, ocupa un lugar central en estos estudios, los cuatro cuadernos utilizados durante este período contienen varias referencias a países no europeos. Al igual que sus estudios económicos, la investigación de Marx no se preocupaba solo por el Viejo Continente.
Es probable que Marx haya abandonado el proyecto de completar los Extractos cronológicos debido a los graves problemas de salud que lo aquejaban; en febrero de 1882, sus amigos y sus médicos lo convencieron de visitar Argel para curarse de una bronquitis grave. Este fue el único período de su vida que pasó fuera de Europa. Hubo muchos sucesos desfavorables que impidieron que Marx lograra conocer en profundidad la realidad argelina; y—como había anticipado Engels—tampoco le fue posible estudiar las características de «la propiedad común entre los árabes». Pero Marx realizó algunas observaciones interesantes durante los 72 días que vivió cerca del margen sur del Mediterráneo. Las que realmente se destacan son las que se ocupan de las relaciones sociales entre los musulmanes. Por ejemplo, Marx se maravilló de la escasa presencia del Estado:
«En ninguna otra ciudad que constituya a la vez la sede del gobierno central existe semejante laisser faire, laisser passer; la policía se reduce a un mínimo indispensable; la falta de humillación pública no tiene parangón; el responsable de esto es el elemento morisco. Para los musulmanes la subordinación no existe; ellos no son ni “súbditos” ni “ciudadanos” [administrés]; no existe la autoridad, excepto en la política, algo que los europeos han sido completamente incapaces de entender».
Marx atacó con desprecio los maltratos violentos y las provocaciones constantes de los europeos y, en especial, su «desvergonzada arrogancia y presunción en el trato con las “razas inferiores”, [y] una espantosa obsesión al estilo Moloch con la penitencia» respecto de cualquier acto de rebelión. También enfatizó que, en la historia comparada de la ocupación colonial, «los británicos y holandeses superan a los franceses». En la propia Argel, según le informó a Engels, su amigo, el juez Fermé, a lo largo de su carrera había observado con regularidad «un tipo de tortura (…) pensada para extraer confesiones a los árabes, llevada a cabo, por supuesto, (…) por la “policía” (como los ingleses en la India)».
«Por ejemplo, cuando una pandilla árabe comete un homicidio, en general con vistas a algún robo, y con el tiempo se arresta, enjuicia y ejecuta a los malhechores correspondientes con todas las de la ley, la familia del colonizador damnificado no lo considera penitencia suficiente. Como si esto fuera poco, exigen que también se “detenga” a por lo menos media docena de árabes inocentes. (…) Cuando un colonizador europeo vive entre las “razas inferiores”, ya sea como colono o simplemente para hacer negocios, suele autopercibirse como un sujeto más inviolable que el apuesto Guillermo I».
La firme postura anticolonialista de Marx en cuanto a Argelia no constituía un caso aislado. En la guerra de 1882, donde las fuerzas egipcias comandadas por Ahmad Urabi (1841-1911) se enfrentaron a las tropas del Reino Unido, Marx no dejó de criticar a quienes fueron incapaces de sostener una postura de clase autónoma, y advirtió que era absolutamente necesario que los trabajadores se opusieran a las instituciones y la retórica del Estado. Cuando Joseph Cowen (1829-1900), legislador y presidente del Congreso Cooperativo—Marx lo consideraba «el mejor de los parlamentarios ingleses»—justificó la invasión británica de Egipto, Marx expresó su desaprobación total. Por sobre todas las cosas, despotricó contra el gobierno británico: «¡Qué bien! En rigor, no puede haber un ejemplo más flagrante de la hipocresía cristiana que la “conquista” de Egipto: ¡conquista en tiempos de paz!»
Pero Cowen, en un discurso que pronunció el 8 de enero de 1883 en Newcastle, expresó su admiración por la «proeza heroica» de los británicos y «el esplendor de nuestro despliegue militar»; y no pudo «evitar sonreír al pensar en la fascinante perspectiva de todas esas posiciones ofensivas fortificadas entre el Atlántico y el océano Índico y, por si fuera poco, un “imperio afrobritánico” desde el Delta hasta el Cabo». Así era el «estilo inglés», caracterizado por la «responsabilidad» relativa a los «intereses internos». En términos de política extranjera, concluyó Marx, Cowen representaba un ejemplo típico de «esos pobres burgueses británicos que refunfuñan cuando asumen más y más “responsabilidades” al servicio de su misión histórica, al mismo tiempo que protestan en vano contra ella».
Marx también siguió con atención el aspecto económico de lo que ocurría en Egipto, como se observa en las ocho páginas que dedicó a extractos de «Finanzas egipcias» (1882), un artículo de Michael George Mulhall (1836-1900) que apareció en el número de octubre de la Contemporary Review de Londres. Sus notas se concentraron en dos aspectos. Por un lado, documentó el chantaje financiero llevado a cabo por los acreedores anglo-alemanes después de que el virrey otomano de Egipto, Ismail Pasha (1830-1895), sumiera al país en una deuda dramática. Es más, Marx describió el opresivo sistema impositivo ideado por Ismail Pasha, que demandaba un altísimo precio a la población, y observó con particular atención y solidaridad el desplazamiento forzoso de muchos campesinos egipcios.
6. Conclusiones
En sus últimos años, Marx se ocupó en profundidad de muchas otras cuestiones que, aunque suelen ser subestimadas o incluso ignoradas por académicos dedicados a su obra, están adquiriendo una importancia crucial en la agenda política de nuestros tiempos. Entre ellas se encuentran la libertad individual en la esfera política y económica, la emancipación de los géneros, la crítica del nacionalismo, el potencial emancipador de la tecnología y las formas de propiedad colectiva no controladas por el Estado.
Asimismo, Marx emprendió estudios exhaustivos de sociedades no europeas y se expresó categóricamente en contra de la devastación del colonialismo. Es un error sugerir lo contrario. Marx criticó a los pensadores que resaltaban las consecuencias destructivas del colonialismo y al mismo tiempo aplicaban categorías específicas del contexto europeo a sus análisis de áreas periféricas. Varias veces advirtió acerca de aquellos que no respetaron las distinciones necesarias entre los fenómenos; y, en particular, después de sus avances teóricos de la década de 1870, supo desconfiar, en gran medida, de la transferencia de categorías interpretativas entre etapas históricas o áreas geográficas completamente diferentes. Hoy en día no caben dudas sobre este punto, a pesar del escepticismo que aún está en boga en ciertos sectores académicos.
Así, treinta años después de la caída del muro de Berlín, se ha vuelto posible leer a un Marx muy diferente al teórico dogmático, economicista y eurocéntrico que durante tanto tiempo se presentó ante el mundo. Los últimos avances que se han logrado en los estudios marxistas apuntan a la probabilidad de que la exégesis de su obra se vuelva más y más refinada. Desde este punto de vista, los temas que abordó Marx durante esos años ofrecen a los lectores contemporáneos un amplio marco para la reflexión sobre las preguntas urgentes de la actualidad. Durante mucho tiempo, muchos marxistas priorizaron los escritos de juventud de Marx (principalmente los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y La ideología alemana), al tiempo que el Manifiesto del Partido Comunista siguió siendo su texto más leído y citado. No obstante, en esos escritos tempranos se encuentran muchas ideas que fueron superadas en obras posteriores. Y, sobre todo, es en El capital y en sus borradores preliminares, así como también en los estudios de sus últimos años, donde encontramos las reflexiones más valiosas sobre la crítica de la sociedad burguesa. Dichas ideas representan las últimas conclusiones a las que Marx llegó, aunque no sean las definitivas. Si se las examina con ojo crítico a la luz de los cambios ocurridos en el mundo desde su muerte, puede que todavía resulten muy útiles para la tarea de teorizar un modelo socioeconómico alternativo al capitalismo.
References
1. A fin de concentrarnos exclusivamente en los estudios de Marx sobre los «países no europeos», los Cuadernos etnológicos no se analizarán en este capítulo.
2. Véase Lawrence Krader, The Asiatic Mode of Production: Sources, Development and Critique in the Writings of Karl Marx (Assen: Van Gorcum, 1975), 343.
3. Karl Marx, «Exzerpte aus M. M. Kovalevskij: Obschinnoe zemlevladenie», en Karl Marx, Über Formen vorkapitalistischer Produktion. Vergleichende Studien zur Geschichte des Grundeigentums 1879-80 (Frankfurt: Campus, 1977), 28. Parte de las notas de Marx que tienen que ver con Kovalevski, que incluyen algunas de las citas provistas en el presente texto, todavía no han sido traducidas al inglés.
4. Ibid., 29.
5. Ibid., 38. Kevin Anderson, Marx at the Margins. On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies (Chicago: University of Chicago Press, 2010), ha sugerido que la diferencia con la India se debe, en parte, al hecho de que «la India fue colonizada en un período posterior por un poder capitalista avanzado, Gran Bretaña, que intentó activamente crear propiedad privada individual en las aldeas» (ibid., 223-4).
6. Marx, «Excerpts from M. M. Kovalevsky», 388; «Exzerpte aus M. M. Kovalevskij», 82. Las palabras añadidas por Marx se indican entre corchetes. Kevin Anderson, en Marx at the Margins, las relacionó con la importancia, para Marx, de las «formas comunales de la India» como «posibles focos de resistencia al colonialismo y el capital» (ibid., 233).
7. El acto por el cual un hombre libre asume una relación de dependencia (que conlleva ciertas obligaciones en términos de servicio) con un poder superior a cambio de «protección» o del reconocimiento de sus derechos de propiedad de la tierra.
8. Cf. Marx, «Excerpts from M. M. Kovalevsky», 383; «Exzerpte aus M. M. Kovalevskij», 76.
9. Ibid., 376; ibid., 69. Para leer un análisis de las posturas de Kovalevski y de ciertas diferencias con las de Marx, véase el capítulo «Kovalevsky on the Village Community and Land-ownership in the Orient», en Krader, The Asiatic Mode of Production, 190-213. Cf. Peter Hudis, «Accumulation, Imperialism, and Pre-capitalist Formations. Luxemburg and Marx on the Non-Western World», Socialist Studies VI, nro. 2 (2010): 84.
10. De acuerdo a Hans-Peter Harstick, «Einführung. Karl Marx und die zeitgenössische Verfassungsgeschichtsschreibung», en Marx, Über Formen vorkapitalistischer Produktion, Marx prefería «un análisis diferenciado de la historia europea y la asiática y dirigía su polémica (…) principalmente a aquellos que no hacían más que transponer conceptos socioestructurales del modelo de Europa occidental a las relaciones sociales de Asia o de la India» (ibid., XIII).
11. Marx, «Excerpts from M. M. Kovalevsky», 405; «Exzerpte aus M. M. Kovalevskij», 100. Las palabras que se indican entre corchetes son de Marx, mientras que las que figuran entre comillas pertenecen a los Annales de Assemblée Nationale, 1873, VIII, París, 1873, incluidos en el libro de Kovalevski.
12. Marx, «Excerpts from M. M. Kovalevsky», 405; «Exzerpte aus M. M. Kovalevskij», 100-1.
13. Ibid., 411; ibid., 107.
14. Ibid., 412; ibid., 109.
15. Ibid., 408 and 412; ibid., 103 and 108.
16. Ibid., 412; ibid., 109.
17. Según Krader en The Asiatic Mode of Production, las notas sobre Kovalevski contienen pasajes donde Marx refuta «la aplicación de la teoría de la sociedad feudal a la India y a Argelia» (ibid., 343).
18. James White, Marx and Russia: The Fate of a Doctrine (Londres: Bloomsbury, 2018), 37-40.
19. Karl Marx, Notes on Indian History (1664-1858) (Honolulú: University Press of the Pacific, 2001), 58.
20. Ibid., 165, 176, 180.
21. Ibid., 155-56, 163.
22. Ibid., 81.
23. Marx, Notes on Indian History (1664-1858), 163-4, 184.
24. Karl Marx a Nikolái Danielson, 19 de febrero de 1881, MECW, 46:63; MEW, 35:157.
25. Marx se refería a la segunda guerra de Afganistán y al sangriento conflicto en Sudáfrica conocido como la guerra anglo-zulú.
26. Ibid., 63-4; ibid.
27. Véase la información incluida en el volumen Die Bibliotheken von Karl Marx und Friedrich Engels, MEGA2, IV/32:184-7. Para leer una recreación del descubrimiento de la obra de Chernishevski por parte de Marx, véase «Entstehung und Überlieferung», en Karl Marx, Exzerpte und Notizen: Februar 1864 bis Oktober 1868, November 1869, März, April, Juni 1870, Dezember 1872, MEGA2, IV/18, 1142-4.
28. Sobre el sentido izquierdista y anticapitalista del concepto de populismo en la Rusia del siglo XIX, véase: Richard Pipes, «Narodnichestvo: A Semantic Inquiry», Slavic Review XXIII, nro. 3 (1964): 421-58. Andrzej Walicki, en Controversy Over Capitalism: Studies in the Social Philosophy of the Russian Populists (Oxford: Clarendon Press, 1969), 27, ubica el nacimiento del populismo en 1869, cercano a la fecha de publicación de las Cartas históricas (1868-1870) de Pyotr Lavrov (1823-1900), ¿Qué es el progreso? (1869) de Nikolái Mijailovski (1842-1904) y La situación de la clase obrera en Rusia (1869) de Vasili Bervi Flerovski (1829-1918).
29. Karl Marx a Sigfrid Meyer, 21 de enero de 1871, MECW, 44:105; MEW, 33:173.
30. Karl Marx a Nikolái Danielson, 18 de enero de 1873, MECW, 44: 469; MEW, 33:599.
31. Karl Marx, «Afterword to the Second German Edition», en Marx, Capital, Volume One, MECW, 35:15; «Nachwort zur zweiten Auflage», Marx, Das Kapital, Erster Band, MEW, vol. 23:21.
32. Nikolái Chernishevski, «Kritika filosofskikh preubezhdenii protiv obshchinnogo vladeniya» [Crítica de los prejuicios filosóficos sobre la propiedad comunal de la tierra], en Chernishevski, Sobranie sochinenii, vol. 4, (Moscú: Ogonyok, 1974), 467.
33. Ibid., 470; Chernyshevskii, «A Critique of Philosophical Prejudices », 182.
34. Ibid.; ibid.
35. Marx ya había planteado una crítica similar de las tesis de Herzen en «Contribución a la crítica de la economía política», MECW, 29: 275; «Zur Kritik der Politischen Ökonomie», MEW, 13: 20. Como bien señala Franco Venturi en Roots of Revolution: A History of the Populist and Socialist Movements in Nineteenth Century Russia (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1960), Chernishevski no consideraba la obshchina «una institución típicamente rusa, característica del espíritu eslavo (…) sino [un ejemplo de] la supervivencia en Rusia de formas de organización social que ya habían desaparecido en otros lugares» (ibid., 148).
36. Nikolái Chernishevski, «Kritika filosofskikh preubezhdenii», 371.
37. Para Venturi en Roots of Revolution, este punto constituyó el tema central del comentario de Chernishevski sobre la comuna campesina: «La obschina debe ser revivida y transformada por el socialismo occidental; no debe ser representada como el modelo y el símbolo de la misión rusa» (ibid., 160).
38. Walicki, en Controversy Over Capitalism, sostiene que para Chernishevski el capitalismo representaba «un gran avance respecto de las formas sociales precapitalistas»; su «enemigo número uno» no era «el capitalismo sino el atraso ruso» (ibid., 20).
39. Chernishevski, «Kritika filosofskikh preubezhdenii», 466.
40. Vera Zasulich, «A Letter to Marx», en Late Marx and the Russian Road, ed. Shanin (Londres: Routledge, 1984), 98-9.
41. Ibid.
42. Como bien observa Walicki en Controversy Over Capitalism, el estudio que hizo Marx de La sociedad antigua, de Morgan, «le permitió ver con nuevos ojos el populismo ruso, que por ese entonces representaba el intento más significativo de “encontrar lo más nuevo en lo más viejo”» (ibid. 192).
43. Karl Marx, Capital, Volumen I, MECW, 35:749; Das Kapital, Erster Band, MEW, 23:790-1.
44. Ibid., MECW, 35:750; ibid., MEW, 23:790.
45. Ibid., MECW, 35:504-5; ibid., MEW, 23:526.
46. Ibid., MECW, 35:506; ibid., MEW, 23:528.
47. Ibid., MECW, 35:90-91; ibid., MEW, 23:94.
48. Karl Marx, «Critique of the Gotha Programme», MECW, 24:83; “Kritik des Gothaer Programms”, MEW, 19:17.
49. Véase James H. Billington, Mikhailovsky and Russian Populism (Oxford: Clarendon Press, 1958).
50. De acuerdo con Walicki en Controversy Over Capitalism, «Mijailovski no negaba que los gremios y los artels rusos contemporáneos habían limitado tanto la libertad individual como la posibilidad de desarrollo individual; no obstante, él creía que las consecuencias negativas de dichas limitaciones habían sido menos peligrosas que los resultados negativos del desarrollo capitalista. (…) Mijailovski concluyó que no se justificaba en absoluto afirmar que el capitalismo había “liberado al individuo”. (…) No es exagerado afirmar que entre los autores cuyos libros más contribuyeron a que Mijailovski aprobara dicha postura, Marx fue el más importante» (ibid., 59-60).
51. Nikolái Mijailovski, «Karl Marks pered sudom g. Yu. Zhukovskogo» (Karl Marx ante el tribunal del Sr. Yu. Zhukovsky), en Mijailovski, Sochinenija, vol. IV, San Petersburgo: B. M. Vol’f, 1897, 171, citado de la traducción presente en Walicki, Controversy Over Capitalism, 146. Este artículo se ocupa de las críticas a Marx que fueron publicadas en 1877 a nombre de Yuri Zhukovsky en el periódico El Mensajero Europeo [Vestnik Evropy] y la defensa de El capital efectuada por Nikolái Sieber en Otechestvennye Zapiski. Véase Cyril Smith, Marx at the Millennium (Londres: Pluto, 1996), 53-5. En 1894, en un artículo que escribió para Russkoe Bogatsvo [Riqueza Rusa], Mijailovski volvió a enunciar los argumentos de diecisiete años atrás.
52. Marx, «Letter to Otechestvennye Zapiski», MECW, 24:196; MEW,19:107.
53. Marx, «Letter to Otechestvennye Zapiski», MECW, 24:135; MEW, 19:108.
54. Marx, Capital, MECW, 35:704-761; MEW, 23:741-802.
55. Marx, «Letter to Otechestvennye Zapiski», MECW, 24:200; MEW,19:108. Véase también Karl Marx, Le capital, Paris 1872-1875, MEGA², II/7:634. Este agregado a la edición original de 1867, que Marx introdujo cuando revisó la traducción francesa de su libro, no fue incluida por Engels en la edición alemana de 1890, que más adelante se transformó en la versión estándar para las futuras traducciones de El capital. En una nota al pie en Karl Marx, Œuvres. Économie I (París: Gallimard, 1963), Maximilien Rubel, calificó a este pasaje como «uno de los agregados importantes» (ibid., 1701, n. 1) a la parte dedicada a «La acumulación “primitiva”». La edición publicada por Engels manifiesta que la historia de la acumulación primitiva «asume formas diferentes en cada país y atraviesa varias fases en distintos órdenes de sucesión y en distintas épocas históricas. Solo en Inglaterra, que hemos tomado de ejemplo, se observa su forma clásica». Marx, Capital, MECW, 35:707; MEW, 23:744.
56. Marx, «Letter to Otechestvennye Zapiski», MECW, 24:200; MEW,19:111.
57. Marx, «Letter to Otechestvennye Zapiski», MECW, 24:200; MEW,19:108, 111.
58. Ibid., 201; ibid., MEW, 19:111.
59. Ibid.; ibid.
60. Véase Pier Paolo Poggio, L’Obščina. Comune contadina e rivoluzione in Russia (Milán: Jaca Book, 1978), 148.
61. Muchos han intentado explicar por qué Marx no publicó su réplica a Mijailovski. En 1885, cuando Engels se la envió a los editores de Severnii Vestnik, declaró que «desconocía» los motivos por los cuales no había sido publicada, Friedrich Engels, «To the Editors of the Severny Vestnik», en MECW, 26: 311. No obstante, un año antes, en una carta a Vera Zasulich, había dicho: «Esta es la réplica que él escribió; lleva el sello de un artículo pensado para la publicación en Rusia, pero él nunca la mandó a Petersburgo por miedo a que la mera mención de su nombre pusiera en riesgo la existencia del periódico que publicara su réplica». Friedrich Engels a Vera Zasulich, 6 de marzo de 1884, MECW, 47: 112. Cabe señalar que no hay pruebas de que el periódico realmente hubiese estado en peligro si hubiese publicado un texto de Marx. Sin haber realizado las comprobaciones necesarias para fundamentar su tesis, Haruki Wada, «Marx and Revolutionary Russia», en Late Marx, ed. Shanin, afirmó que «el verdadero motivo (…) más bien tuvo que ver con que Marx, después de releer su carta, detectó defectos en su crítica de Mijailovski» (ibid., 60). White, en Marx and Russia, señaló que, en el número de Otechestvennye Zapiski inmediatamente posterior al artículo de Mijailovski, Sieber reafirmó que «el proceso formulado por Marx era universalmente obligatorio» (ibid., 33). La convicción de Sieber de que «el capitalismo era un fenómeno universal observado en todas las sociedades en determinada etapa de su desarrollo» (ibid., 45) es un ejemplo revelador de cómo se percibía a Marx en Rusia.
62. Karl Marx, «Drafts of the Letter to Vera Zasulich: First Draft», MECW, 24:349; «Brief von V. I. Sassulitsch: Erster Entwurf», MEW, 19:384-5.
63. Karl Marx, «Drafts of the Letter to Vera Zasulich: Third Draft», MECW, 24:365; «Brief von V. I. Sassulitsch: Dritter Entwurf», MEW, 19:402.
64. Marx, «Second Draft», MECW, 24:361; MEW, 19:397.
65. Véase también Teodor Shanin, «Late Marx: Gods and Craftsmen», en Late Marx, ed. Shanin, 16.
66. Marx, «Second Draft», MECW, 24:361; MEW, 19: 397.
67. Karl Marx, «The Future Results of British Rule in India», MECW, 12:217-18; «Die künftigen Ergebnisse der britischen Herrschaft in Indien», MEW, 9:221.
68. Ibid., MECW, 12:221; ibid., MEW, 9:224.
69. Ibid., MECW, 12:222; ibid., MEW, 9:226.
70. Véase, por ejemplo, Edward Said, Orientalism (Londres: Routledge, 1995), 153-6. Said (1935-2003) no solo afirmó que «los análisis económicos de Marx encajan perfectamente (…) con el proyecto orientalista estándar» sino que además insinuó que dependen de «la antigua distinción entre Oriente y Occidente», (ibid., 154). En rigor, la lectura de la obra de Marx realizada por Said es unilateral y superficial. El primero en subrayar los defectos de esta interpretación fue Sadiq Jalal al-Azm (1934-2016), que, en su artículo «Orientalismo y orientalismo a la inversa», Khamsin 8 (1980), escribió: «Esta descripción de las posturas y los análisis de Marx sobre procesos y situaciones históricos complejos es una farsa. (…) No hay ninguna referencia específica a Asia o al Oriente en el corpus de Marx» (ibid., 14-15). En cuanto a «las capacidades productivas, la organización social, la ascendencia histórica, el poderío militar y el desarrollo tecnológico, (…) Marx, como todos los demás, conocía la superioridad de la Europa moderna respecto de Oriente. Pero acusarlo (…) de transformar este hecho contingente en una realidad necesaria para todos los tiempos es, ni más ni menos, absurdo» (ibid., 15-16). En la misma línea, como bien demostró Aijaz Ahmad, en In Theory: Classes, Nations, Literatures (Londres: Verso, 1992), Said «descontextualizó citas» extraídas de la obra de Marx, con escasa conciencia de lo que representaba cada pasaje en cuestión, con el único objeto de insertarlas en su «archivo orientalista» (ibid., 231, 223). Otro texto que desmiente el supuesto eurocentrismo de Marx es el de Irfan Habib, «Marx’s Perception of India», en Karl Marx on India, ed. Iqbal Husain (Nueva Delhi: Tulika, 2006), XIX-LIV. Para conocer más sobre las limitaciones de los artículos periodísticos de Marx del año 1853, véase Kolja Lindner, «Marx’s Eurocentrism: Postcolonial Studies and Marx’s Scholarship», Radical Philosophy 161 (2010): 27-41.
71. Para Eric Hobsbawm, en la introducción a Pre-Capitalist Economic Formations de Karl Marx (Londres: Lawrence & Wishart 1964), «el interés cada vez mayor de Marx por el comunalismo primitivo: su odio y su desprecio, cada vez más pronunciado, por la sociedad capitalista. (…) Parece probable que Marx, que anteriormente había visto con buenos ojos el impacto del capitalismo occidental por considerarlo una fuerza inhumana pero históricamente progresiva para las economías precapitalistas estancadas, haya comenzado a sentir cada vez más consternación por su carácter inhumano» (ibid., 50).
72. Marx, «Third Draft», MECW, 24:365; MEW, 19:402.
73. Ibid., MECW, 24:368; ibid., MEW, 19:405.
74. Ibid., MECW, 24:367; ibid., MEW, 19:405.
75. Marx, «Third Draft», MECW, 24:368; MEW, 19:405.
76. Marx, «First Draft», MECW, 24:349; MEW, 19:385.
77. Marx, «First Draft», MECW, 24:353; MEW,19:389-90.
78. Véanse las interpretaciones de Wada, «Marx and Revolutionary Russia», en Late Marx, ed. Shanin, 60, donde se argumenta que los borradores evidencian un «cambio significativo» desde la publicación de El capital en 1867. Del mismo modo, Enrique Dussel, El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana (México, D. F.: Siglo XXI, 1990) habla de un «cambio de rumbo» (pp. 260, 268-9) y Tomonaga Tairako, «Marx on Capitalist Globalization», Hitotsubashi Journal of Social Studies 35 (2003) ha afirmado que Marx «cambió su perspectiva de la revolución global llevada a cabo por la clase trabajadora» (ibid., 12). Otros autores han sugerido una lectura «tercermundista» del Marx tardío, según la cual los sujetos revolucionarios ya no son los obreros fabriles sino las masas del campo y la periferia. Para encontrar reflexiones y diversas interpretaciones de estas cuestiones, véanse Umberto Melotti, Marx and the Third World (Londres: Palgrave 1977); Kenzo Mohri, «Marx and “Underdevelopment”», Monthly Review 30/11 (1979), 32-43; y Jean Tible, Marx Selvagem (San Pablo: Autonomia Literaria 2018).
79. Véase el excelente trabajo de Marian Sawer, Marxism and the Question of the Asiatic Mode of Production (La Haya: Martinus Nijhoff, 1977), 67: «Lo que ocurrió en la década de 1870 en particular no fue que Marx haya cambiado de parecer en cuanto al carácter de las comunidades de las aldeas, ni que haya decidido que podían constituir la base del socialismo tal como eran; más bien, comenzó a contemplar la posibilidad de que a dichas comunidades las revolucionara el socialismo y no el capitalismo. (…) Parece haber considerado seriamente la esperanza de que el sistema de aldeas se pudiera incorporar a una sociedad socialista mediante la intensificación de la comunicación social y la modernización de los métodos de producción. En 1882, a Marx todavía le parecía una alternativa genuina a la desintegración total de la obshchina por el impacto del capitalismo».
80. Cf. Venturi, «Introduzione», en Venturi, Il populismo russo. Herzen, Bakunin, Cernysevskij, vol. I (Turin: Einaudi, 1972): «En definitiva, Marx terminó aceptando las ideas de Chernishevski» (ibid., XLI). Esto se asemeja a la opinión de Walicki en Controversy Over Capitalism: «El razonamiento de Marx tiene mucho en común con la Crítica de los prejuicios filosóficos contra la propiedad comunal de la tierra de Chernishevski». Si los populistas hubieran podido leer los borradores preliminares de la carta a Zasulich, «sin duda hubieran encontrado en ellos una invaluable justificación de sus esperanzas por parte de una figura con autoridad» (ibid., 189).
81. Marx, «First Draft», MECW, 24: 358; MEW, 19:391.
82. Ibid., MECW, 24:356; ibid., MEW, 19:390-1.
83. Ibid.; ibid., MEW, 19:392.
84. El artel, una forma de asociación cooperativa de origen tártaro, se basaba en los vínculos de parentesco y se ocupaba de la responsabilidad colectiva de sus integrantes para con terceros y el Estado.
85. Marx, «First Draft», MECW, 24:356; MEW, 19:389.
86. Marx y Engels, «Preface to the Second Russian Edition», MECW, 24:426; MEW, 19:296.
87. Según Walicki, Controversy Over Capitalism, el texto breve de 1882 «reafirm[ó] la tesis de que el socialismo era más factible en los países altamente desarrollados, pero al mismo tiempo [dio] por sentado que el desarrollo económico de los países atrasados podía atravesar transformaciones fundamentales por la influencia de las condiciones internacionales» (ibid., 180).
88. Karl Marx, A Contribution to the Critique of Political Economy, MECW, 29:263; Zur Kritik der Politischen Ökonomie, MEW, 13:9.
89. Véase Michael Krätke, «Marx and World History», International Review of Social History 63, nro. 1 (2018), que en su reconstrucción de estos cuatro cuadernos afirmó que Marx compiló estas notas porque creyó, durante mucho tiempo, que estaba «otorgando al movimiento socialista una sólida base sociocientífica en lugar de una filosofía política» (ibid., 92).
90. En algunos casos, el contenido de sus cuadernos difiere levemente de las fechas indicadas por Engels. La única parte que fue publicada comprende aproximadamente un sexto del total de los cuadernos tercero y cuarto, y la mayoría de las páginas se tomaron de este último. Véase Karl Marx y Friedrich Engels, Über Deutschland und die deutsche Arbeiterbewegung. Las secciones extraídas de los Extractos cronológicos se incluyen en Band 1: Von der Frühzeit bis zum 18. Jahrhundert (Berlín: Dietz, 1973): 285-516.
91. Krätke, en «Marx and World History», afirma que «Marx no dio lugar al eurocentrismo; de ninguna manera consideraba que la historia mundial fuese análoga a la “historia europea”» (ibid., 104).
92. Krätke, ibid., postuló que la caída del Estado mongol «invit[ó] a Marx a reflexionar sobre los límites del poder político en territorios vastos» (ibid., 112).
93. Véase Karl Marx y Friedrich Engels, Über Deutschland und die deutsche Arbeiterbewegung (Berlín Dietz, 1978), 424-516.
94. En «Marx and World History», Krätke manifestó que en el cuarto cuaderno de los Extractos cronológicos se observa «la solidez de Marx como científico social bien informado en cuanto a la historia, que alterna con facilidad entre el desarrollo interno de países específicos y la gran política europea e internacional sin por ello perder de vista los fundamentos económicos del todo» (ibid., 6).
95. Cf. Friedrich Engels a Eduard Bernstein, 22-25 de febrero de 1882, MECW, 46:210-1; MEW, 35:285. Sin dudas, Lafargue exageraba cuando afirmó, más adelante, que «Marx ha vuelto con la cabeza llena de África y de los árabes; aprovechó su estadía en Argel para devorar su biblioteca, y me parece que ha leído una gran cantidad de libros sobre la condición de los árabes», Paul Lafargue a Friedrich Engels, 16 de junio de 1882, en Engels, Paul y Laura Lafargue, Correspondence, 83. Como señaló Badia, es mucho más probable que Marx no haya podido «aprender demasiado sobre la situación sociopolítica de la colonia francesa», si bien sus «cartas desde Argel dan fe de su curiosidad heterogénea», en Gilbert Badia, «Marx en Algérie», en Karl Marx, Lettres d’Alger, 13.
96. Ibid., MECW, 46:238; ibid., MEW, 35:305.
97. Karl Marx a Friedrich Engels, 8 de abril de 1882, MECW, 46:234; MEW, 35:54. Marx volvió a tocar el tema en otro contexto cuando le describió a Engels la brutalidad de las autoridades francesas respecto de un «árabe pobre, sicario de profesión y culpable de robo y múltiples homicidios». A poco de ser ejecutado, el hombre se enteró de que «¡no iban a ejecutarlo con armas de fuego, sino que lo iban a guillotinar! ¡En contravención de lo pactado anteriormente!» Y eso no era todo: «Sus parientes supusieron que les devolverían el cuerpo y la cabeza para que ellos pudieran coserlos y luego enterrar el cuerpo “entero”. ¡Pero no fue así! Aullidos, palabrotas y rechinar de dientes; ¡por primera vez, las autoridades francesas se emperraron en esto! Ahora, cuando el cuerpo llegue al paraíso, Mohammed preguntará: “¿Dónde se dejó la cabeza? ¿O cómo es que la cabeza se le separó del cuerpo? No es apto para entrar al paraíso. ¡Váyase y júntese con esos perros cristianos en el infierno!” Y es por eso que sus parientes estaban tan contrariados», Karl Marx a Friedrich Engels, 18 de abril de 1882, MECW, 46:246-7; MEW, 35:57-8.
98. La guerra de 1882 concluyó con la batalla de Tel el-Kebir (13 de septiembre de 1882), que terminó con la denominada «revuelta Urabi», que había comenzado en 1879 y había permitido a los británicos establecer un protectorado en Egipto.
99. Karl Marx a Eleanor Marx, 9 de enero de 1883, MECW, 46:422-3; MEW, 35:422.
100. Karl Marx, IISH Ámsterdam, Marx-Engels Papers, B 168, 11-18. Véase David Smith, «Accumulation by Forced Migration», cuyos comentarios sobre estas notas resaltan su relevancia actual: «El único aspecto de estos acontecimientos que resulta sorprendente hoy en día es que hayan ocurrido en el siglo XIX. Lo que Marx observó e informó en el caso egipcio fue un modelo temprano de la era de la globalización actual» (ibid., próxima edición).
Marcello
Musto