Definidos con frecuencia como los años «finales», «últimos» o «tardíos», el período entre 1881 y 1883 es uno de los menos elaborados en los estudios sobre Marx. Esta desatención se debe en parte a que las enfermedades que afectaron a Marx durante sus últimos años no le permitieron sostener su ritmo de escritura regular.
De hecho, casi no existen obras publicadas durante el período. Sin más hitos de la magnitud de los que marcaron su obra anterior —desde los escritos filosóficos hasta estudio de la economía política—, durante mucho tiempo los biógrafos de Marx consideraron estos años finales como un capítulo menor marcado por una salud debilitada y unas capacidades intelectuales menguantes.
Sin embargo, existen nuevas investigaciones que sugieren que esta no es la última palabra y que los últimos años de Marx serían una mina de oro plagada de elementos que permiten revisar su pensamiento bajo nuevas perspectivas. Conservados en general en cartas, cuadernos y otras «marginalia», los últimos escritos de Marx nos presentan a un hombre que, lejos de los relatos comunes sobre su decadencia, siguió batiéndose hasta último momento con sus propias ideas sobre el capitalismo definido como un modo de producción mundial. Como sugieren sus investigaciones sobre las denominadas «sociedades primitivas», la comuna agraria rusa del siglo XIX y la «cuestión nacional» en las colonias europeas, los escritos de Marx del período testimonian un pensamiento que aborda sus propias complejidades y los problemas del mundo real, especialmente en lo que respecta a la expansión global del capitalismo más allá de las fronteras europeas.
El pensamiento tardío de Marx es el objeto del último libro publicado por Marcello Musto, titulado The Last Years of Karl Marx. Musto entrelaza con destreza la riqueza de los detalles biográficos y un abordaje sofisticado de los escritos de madurez de Marx, que no pocas veces ponen en cuestión las tesis que él mismo había sostenido en otro momento. Nicolas Allen entrevistó a Musto para Jacobin y conversaron sobre las complejidades que conlleva estudiar los últimos años de vida de Marx y los motivos por los cuales actualmente muchas de sus dudas y vacilaciones son más útiles que algunas de sus certezas.
Nicolas Allen: El «último Marx» sobre el que escribiste, es decir, ese período de su pensamiento que abarca los tres años previos a la muerte del autor, suele ser considerado por los marxistas y los académicos como un aditamento insustancial. Dejando de lado el hecho de que Marx no publicó ninguna obra importante durante sus últimos años, ¿por qué este período recibe tan poca atención?
Marcello Musto: Todas las biografías intelectuales de Marx publicadas hasta la fecha prestan muy poca atención a su última década de vida. En general, toda la actividad posterior a la conclusión de la experiencia de la Asociación Internacional de Trabajadores en 1872 se resume en pocas páginas. No es casualidad que estos académicos utilicen casi siempre el título genérico «La última década» para encabezar estas partes de sus libros, por cierto muy breves. Mientras que este interés limitado es comprensible en el caso de académicos como Franz Mehring (1846-1919), Karl Vorländer (1860-1928) y David Ryazanov (1870-1938), que escribieron sus biografías de Marx entre las dos guerras mundiales y solo contaban con un número limitado de manuscritos inéditos, la cuestión es más compleja para los que vinieron después de aquellos años turbulentos.
1919), Karl Vorländer (1860-1928) y David Ryazanov (1870-1938), que escribieron sus biografías de Marx entre las dos guerras mundiales y solo contaban con un número limitado de manuscritos inéditos, la cuestión es más compleja para los que vinieron después de aquellos años turbulentos.
Dos de los escritos más conocidos de Marx —los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y La ideología alemana (1845-1846), ambos muy lejos de estar terminados— fueron publicados en 1932 y empezaron a circular solo durante la segunda mitad de los años 1940. La Segunda Guerra Mundial generó una sensación de angustia profunda, sobre todo a causa de las barbaridades del nazismo. En ese clima prosperaron ciertas filosofías, como el existencialismo, y el tema de la situación del individuo en la sociedad se volvió muy importante y generó las condiciones para que se desarrollara un interés cada vez mayor en las ideas propiamente filosóficas de Marx, como la alienación y el ser genérico. Las biografías de Marx publicadas durante el período, al igual que la mayoría de los estudios que surgieron en la academia, reflejaron este Zeitgeist y le otorgaron a estos escritos un peso exagerado. Muchos de los libros que decían presentarles a los lectores el pensamiento completo de Marx, en los años 1960 y 1970, se centraban en general sobre el período 1843-1848, es decir, llegaban hasta la publicación del Manifiesto del Partido Comunista (1848), cuando Marx tenía solo treinta años.
En este contexto, no solo la última década de la vida de Marx era tratada como un aditamento sin mucha importancia, sino que hasta El capital era relegado a una posición secundaria. El sociólogo liberal Raymond Aron definió con precisión esta actitud en el libro D’une Sainte Famille à l’autre. Essais sur les marxismes imaginaires (1969), en donde se burlaba de los marxistas parisinos que pasaban sin mirar por encima de El capital, su obra maestra y resultado de largos años de trabajo, publicada en 1867, cautivados como estaban por la oscuridad y la inconclusión de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844.
Podemos decir que el mito del «joven Marx» —alimentado también por Louis Althusser y por quienes argumentaban que la juventud de Marx no debía ser considerada como parte del marxismo— fue uno de los principales malentendidos en la historia de los estudios sobre Marx. Durante la primera mitad de los años 1840, Marx no publicó ninguna obra que considerara «importante». Por ejemplo, si queremos comprender su pensamiento político debemos leer los discursos y resoluciones que escribió para la Asociación Internacional de Trabajadores, no los artículos periodísticos de 1844 que aparecieron en los Anuarios francoalemanes. Aun si consideramos sus manuscritos incompletos, los Grundrisse (1857-1858) o las Teorías de la plusvalía (1862-1863), debemos tener en cuenta que eran mucho más significativos para él que la crítica del neohegelianismo en Alemania, abandonada a la inmisericorde «crítica de las ratas» en 1846.La tendencia a sobredimensionar los escritos de juventud no se modificó luego de la caída del Muro de Berlín. Las biografías más recientes —a pesar de la publicación de los nuevos manuscritos en la Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA²), la edición histórico-crítica de las obras completas de Marx y Friedrich Engels (1820-1895)— subestiman sus últimos escritos tanto como lo hicieron los autores del pasado.
Otro motivo de este descuido es la alta complejidad de la mayoría de los estudios emprendidos por Marx durante la fase final de su vida. Escribir sobre el joven estudiante de la izquierda hegeliana es mucho más fácil que lograr manejar la maraña de manuscritos multilingües y los intereses intelectuales de comienzos de los años 1880. Es probable que esto también haya dificultado una comprensión más rigurosa de las importantes conquistas teóricas que hizo Marx durante este período. Al pensar erróneamente que había abandonado completamente la idea de continuar su obra y representarse los últimos diez años de su vida como una «lenta agonía», demasiados biógrafos y académicos de Marx no logran examinar más profundamente lo que realmente hizo durante el período.
En la película Miss Marx, estrenada hace poco, hay una escena que sigue inmediatamente al funeral de Marx en la que se muestra a Eleanor, su hija menor, y a Engels escudriñando documentos y manuscritos en el estudio del difunto. Luego de examinar uno en particular, Engels hace un comentario sobre el interés de Marx durante sus últimos años en las ecuaciones diferenciales y en las matemáticas. The Last Days of Karl Marx deja la impresión de que el espectro de intereses de Marx durante este período fue especialmente amplio. ¿Había un hilo conductor que mantenía unidas sus obsesiones en temas tan diversos como la antropología, las matemáticas, la historia antigua y las cuestiones de género?
Poco tiempo antes de morir, Marx le pidió a su hija Eleanor que le recordará a Engels que debía «hacer algo» con sus manuscritos incompletos. Es sabido que, durante los doce años que vivió luego de la muerte de su amigo, Engels asumió la tarea hercúlea de imprimir los tomos II y III de El capital, en los cuales Marx trabajó sin descanso desde mediados de los años 1860 hasta 1881, aunque no logró terminarlos. Otros textos escritos por Engels, después de la muerte de Marx en 1883, cumplieron indirectamente su voluntad y tienen una íntima relación con las investigaciones que su amigo desarrolló durante los últimos años de su vida. Por ejemplo, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1884) fue denominada por su autor como la«ejecución de un testamento» y al escribirlo Engels se inspiró en las investigaciones de Marx sobre antropología, especialmente en los pasajes que copió, en 1881, de La sociedad antigua (1877) de Henry Morgan (1818-1881) y en los comentarios que añadió a los resúmenes de este libro.
No existe un solo hilo conductor durante los últimos años de investigación de Marx. Algunos de sus estudios surgen simplemente de su voluntad de estar al día con los descubrimientos científicos de su época o de los acontecimientos políticos que consideraba significativos. Marx había aprendido tiempo atrás que el nivel general de emancipación de una sociedad dependía del nivel de emancipación de sus mujeres, pero los estudios antropológicos desarrollados en los años 1880 le dieron la oportunidad de analizar con más profundidad la opresión de género. En cuanto a las cuestiones ecológicas, Marx les dedicó mucho menos tiempo que durante las dos décadas anteriores, aunque se sumergió de nuevo en el estudio de la historia. Entre el otoño de 1879 y el verano de 1880, completó un cuaderno titulado Notas sobre historia india (664-1858) y, entre el otoño de 1881 y el invierno de 1882, trabajó intensamente en los denominados Extractos cronológicos, una línea de tiempo de 550 páginas comentada año por año con una letra todavía más pequeña que la usual. Aquí se incluían resúmenes de acontecimientos mundiales, desde el siglo I hasta la guerra de los Treinta Años de 1648, y se comentaban sus causas y sus rasgos sobresalientes.
Es posible que Marx quisiera probar que sus concepciones estaban bien fundamentadas a la luz de los desarrollos políticos, militares, económicos y tecnológicos más importantes del pasado. En cualquier caso, hay que tener en mente que, cuando Marx emprendió este trabajo, era completamente consciente de que su frágil estado de salud no le permitiría completar el tomo II de El capital. Su expectativa era realizar todas las correcciones necesarias para preparar una tercera edición revisada del tomo I en alemán, pero al final ni siquiera tuvo la fuerza para hacer esto.
Sin embargo, no diría que la investigación que desarrolló durante sus últimos años fue más amplia de lo normal. Tal vez la amplitud de sus investigaciones es más evidente en este período dado que no fueron desarrolladas en paralelo a la escritura de ningún libro ni manuscrito preliminar importantes. Pero las miles de páginas de fragmentos escritas por Marx en ocho lenguas desde que era un estudiante universitario, que abarcan trabajos de filosofía, arte, historia, religión, política, leyes, literatura, historia, economía política, relaciones internacionales, tecnología, matemáticas, fisiología, geología, mineralogía, agronomía, antropología, química y física, son testimonio de la inagotable sed de conocimiento con la que recorría una amplia variedad de disciplinas. Lo que tal vez es sorprendente es que Marx fue incapaz de abandonar este hábito aun cuando su fortaleza física menguó de manera considerable. Su curiosidad intelectual, junto a su espíritu autocrítico, triunfaron sobre lo que hubiese sido una gestión más centrada y «juiciosa» de su trabajo.
Pero las ideas sobre «lo que Marx debería haber hecho» responden en general al deseo un tanto perverso de aquellos a quienes les gustaría que Marx hubiese sido un tipo que no hubiese hecho nada más que escribir El capital, sin detenerse ni siquiera para defenderse de las controversias políticas en las cuales se involucró. Aun cuando él mismo se definió una vez como «una máquina condenada a devorar libros y, luego, devolverlos, bajo una nueva forma, al estercolero de la historia», Marx era un ser humano. Su interés en las matemáticas y en el cálculo diferencial, por ejemplo, comenzó como un estímulo intelectual mientras investigaba un método de análisis social, pero terminó siendo un espacio lúdico, un refugio en momentos de grandes dificultades personales, «una ocupación para mantener la mente tranquila», como solía decirle a Engels.
Los estudios sobre los escritos tardíos de Marx tienden a concentrarse en la investigación de las sociedades no Europeas. ¿Es justo afirmar, como lo hace alguna gente, que al reconocer que hay vías de desarrollo distintas del «modelo occidental» Marx hace borrón y cuenta nueva y empieza una nueva historia, la del Marx «no eurocéntrico»? ¿O sería más adecuado decir que se trata del reconocimiento de Marx de que su trabajo nunca pretendió ser aplicado sin estudiar primero la realidad concreta de las diferentes sociedades históricas?
El primer elemento, y el más importante, para comprender la amplitud geográfica de la investigación de Marx durante su última década de vida, radica en su plan de brindar una explicación más general de la dinámica del modo de producción capitalista a nivel mundial. Inglaterra había sido el principal terreno de observación del tomo I de El capital. Después de su publicación, deseaba expandir las investigaciones socioeconómicas en los dos tomos que todavía no habían escrito. Por este motivo decidió aprender ruso en 1870 y pedía constantemente que le mandaran libros de estadísticas de Rusia y de Estados Unidos. Consideraba que el análisis de las transformaciones económicas de estos países sería muy útil para comprender las formas en las cuales era posible que el capitalismo se desarrollara en distintos períodos y contextos. Este elemento fundamental es subestimado por la bibliografía secundaria sobre el tema —hoy de moda— de «Marx y el eurocentrismo».
Otro elemento clave de la investigación de Marx sobre las sociedades no europeas fue la intención de comprobar si el capitalismo era un prerrequisito para el nacimiento de una sociedad comunista y hasta qué punto era necesario que esta se desarrollara a nivel internacional. La concepción más bien multilineal, que Marx asumió durante sus últimos años, lo llevó a considerar con más atención las especificidades históricas y la desigualdad del desarrollo económico y político en distintos países y contextos sociales. Marx se volvió muy escéptico en cuanto a la transferencia de categorías interpretativas entre contextos históricos y geográficos completamente diferentes y, tal como escribió, también se dio cuenta de que «acontecimientos de una semejanza impactante, que se desarrollan en contextos históricos distintos, llevan a resultados totalmente dispares». Es evidente que este enfoque incrementó las dificultades que debería atravesar la de por sí turbulenta tarea de terminar los tomos incompletos de El capital y contribuyó a la lenta aceptación de que su obra más importante quedaría inconclusa. Pero también abrió nuevas expectativas revolucionarias.
Al contrario de lo que creen un poco ingenuamente algunos autores, Marx no descubrió de repente que había sido eurocéntrico para empezar, luego, a prestarle atención a nuevos temas de estudio, solo porque sentía la necesidad de corregir sus perspectivas políticas. Siempre fue un «ciudadano del mundo», como solía decir, y constantemente intentó analizar las consecuencias mundiales que tenían las transformaciones económicas y sociales. Como se dijo antes, al igual que cualquier otro pensador de esta categoría, Marx estaba al tanto de la superioridad de la Europa moderna sobre los otros continentes del mundo, en términos de producción industrial y organización social, pero nunca consideró que este hecho contingente fuese un factor necesario ni permanente. Y, por supuesto, fue siempre un férreo enemigo del colonialismo. Estas consideraciones deberían resultarle demasiado obvias a cualquiera que haya leído a Marx.
Uno de los capítulos centrales de The Last Years of Karl Marx trata sobre las relaciones de Marx con Rusia. El libro prueba que Marx sostuvo un diálogo muy intenso con distintas tendencias de la izquierda rusa, especialmente a propósito de su recepción del primer tomo de El capital. ¿Cuáles fueron los puntos más importantes que se plantearon en estos debates?
Durante muchos años, Marx había identificado a Rusia como uno de los principales obstáculos a la emancipación de la clase obrera. En muchas oportunidades señaló que su lento desarrollo económico y su despótico régimen político habían ayudado a convertir al imperio zarista en el puesto más avanzado de la contrarrevolución Pero en sus últimos años, empezó a mirar a Rusia de otra forma. Reconoció que, luego de la abolición de la servidumbre en 1861, existían condiciones para una gran transformación social. A los ojos de Marx, Rusia era más susceptible de producir una revolución que Gran Bretaña, donde el capitalismo había creado el número proporcionalmente más grande de trabajadores fabriles del mundo, pero donde también el movimiento obrero, que disfrutaba de mejores condiciones de vida en parte gracias a la explotación colonial, se había debilitado y había sufrido la influencia negativa del sindicalismo reformista.
Los diálogos que sostuvo Marx con los revolucionarios rusos eran a la vez intelectuales y políticos. Durante la primera mitad de los años 1870, se familiarizó con la principal literatura crítica sobre la sociedad rusa y le prestó especial atención al trabajo del filósofo socialista Nikolái Chernyshevski (1828-1889). Él creía que, si un fenómeno social determinado alcanzaba un nivel de desarrollo suficiente en los países más avanzados, podía expandirse velozmente en otros pueblos y elevarlos directamente desde un bajo nivel de desarrollo a uno más alto, salteándose los momentos intermedios. Todo esto le brindó a Marx muchos elementos para reconsiderar su concepción materialista de la historia. Durante mucho tiempo, había sido consciente de que el esquema del progreso lineal a lo largo de los modos de producción asiático, feudal y moderno burgués, que había esbozado en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859), era complemente inadecuado a la hora de comprender el movimiento de la historia y que, en efecto, era aconsejable mantenerse a distancia de cualquier filosofía de la historia. No podía concebir la sucesión de modos de producción en el curso de la historia como una secuencia fija de etapas predeterminadas.
Marx también aprovechó para discutir con los militantes de las distintas tendencias revolucionarias rusas. Tenía estima por la naturaleza sensata de las acciones políticas del populismo ruso —que en ese momento era un movimiento anticapitalista de izquierda—, especialmente porque no recurría a gestos ultrarrevolucionarios sin sentido ni a generalizaciones contraproducentes. Marx supo valorar la relevancia de las organizaciones socialistas existentes en Rusia por su carácter práctico y no por las declaraciones de lealtad que le hacían a sus propias teorías. De hecho, observó que, con frecuencia, los más dogmáticos eran aquellos que afirmaban ser «marxistas». Su exposición a las teorías y a la actividad política de los populistas rusos —como había sucedido una década atrás con los comuneros de París— lo ayudó a ser más flexible al analizar la irrupción de los acontecimientos revolucionarios y de las fuerzas subjetivas que les dieron forma. Esto lo acercó a un verdadero internacionalismo a escala global.
Los diálogos e intercambios que Marx mantuvo con muchas figuras de la izquierda rusa versaban principalmente sobre el complejo asunto del desarrollo del capitalismo, del que se seguían consecuencias teóricas y políticas cruciales. La dificultad de este debate quedó en evidencia en su decisión final de no enviar una carta muy esclarecedora, en la cual criticaba algunas malinterpretaciones de El capital, al periódico Otéchestvennye Zapiski, o en la respuesta corta y cautelosa a la cuestión «de vida o muerte» sobre el futuro de la comuna rural (la obshchina) que le planteó Vera Zasúlich (1849-1919), respuesta por la que optó en lugar de enviarle un texto más largo que había escrito y rescrito en tres borradores preliminares.
La correspondencia de Marx con el socialista ruso Vera Zasúlich es objeto de mucha atención en la actualidad. En esas cartas, Marx sugiere que la comuna rural rusa sería capaz de apropiarse de los últimos avances de la sociedad capitalista —la tecnología, sobre todo— sin estar obligada a atravesar aquellos trastornos que resultaron tan dañinos para el campesinado de Europa Occidental. ¿Podrías exponer con un poco más de detalle el razonamiento que guio a Marx?
Por una coincidencia fortuita, la carta de Zasúlich llegó a Marx justo cuando su interés en las formas comunales arcaicas, en las cuales había se había introducido en 1879 a través del estudio de la obra del sociólogo Maksim Kovalevsky (1851-1916), lo conducían a prestarles más atención a los descubrimientos más recientes de los antropólogos de la época. La teoría y la práctica lo llevaron al mismo lugar. Tomando algunas ideas sugeridas por el antropólogo Morgan, escribió que el capitalismo podía ser reemplazado por una forma de producción colectiva arcaica más elevada.
Esta afirmación ambigua exige al menos dos precisiones. En primer lugar, gracias a lo que había aprendido de Chernyshevski, Marx sostuvo que Rusia no podría repetir servilmente todas las etapas históricas de Inglaterra y de los otros países de Europa Occidental. En principio, la transformación socialista de la obshchina podía desarrollarse sin un tránsito necesario a través del capitalismo. Pero esto no significa que Marx haya cambiado su juicio crítico sobre la comuna rural en Rusia, ni que creyera que los países en donde el capitalismo estaba poco desarrollado estaban más cerca de la revolución que los que tenían un desarrollo productivo más avanzado. No se convenció de repente de que las comunas rurales arcaicas eran un lugar mucho más propicio para la emancipación individual que las relaciones sociales existentes bajo el capitalismo.
En segundo lugar, su análisis de la posible transformación progresiva de la obshchina no apuntaba a convertirse en un modelo general. Era el análisis específico de una producción colectiva particular en un momento histórico preciso. En otras palabras, Marx mostró contar con la flexibilidad teórica y la falta de esquematismo de la que carecieron muchos marxistas posteriores. Hacia el final de su vida, Marx reveló disponer de una apertura teórica todavía más amplia, que le permitió considerar otras vías posibles al socialismo que nunca antes había tomado en serio o que había considerado como imposibles.
Otros reemplazaron las dudas de Marx por la convicción de que el capitalismo era una etapa inevitable del desarrollo económico en todos los países y una condición histórica. El interés que vuelve a emerger en el presente por las observaciones que Marx nunca le envió a Zasúlich, y por otras ideas similares que expresó con más claridad durante sus últimos años de vida, radica en una concepción de la sociedad poscapitalista que se sitúa en el polo opuesto a la ecuación del socialismo y las fuerzas productivas, que no deja de tener tonalidades nacionalistas y cierta simpatía por el colonialismo y que se generalizó en el marco de la Segunda Internacional y en los partidos socialdemócratas. Las ideas de Marx también difieren profundamente del supuesto «método científico» de análisis social que fue preponderante en la Unión Soviética y sus satélites.
Aunque las luchas de Marx contra sus problemas de salud son conocidas, sigue siendo doloroso leer el último capítulo de The Last Years of Karl Marx en el que se registra su agravamiento progresivo. Las biografías intelectuales de Marx señalan adecuadamente que un estudio completo debe conectar su pensamiento con su vida y con sus actividades políticas. Pero, ¿qué sucede con este último período, en el que Marx estaba bastante inactivo a causa de la enfermedad? Al momento de escribir una biografía intelectual, ¿cómo debe abordarse este período?
Uno de los estudiosos más importantes de Marx, Maximilien Rubel (1905-1996), autor del libro Karl Marx: ensayo de biografía intelectual (1957), sostuvo que para escribir sobre Marx uno debe ser un poco filósofo, un poco historiador, un poco economista y un poco sociólogo al mismo tiempo. Agregaría que al escribir la biografía de Marx uno también aprende mucho de medicina. Marx tuvo que lidiar durante toda su vida madura con múltiples problemas de salud. El más duradero fue una molesta infección de la piel que lo acompañó durante toda la escritura de El capital y que se manifestó en abscesos y forúnculos graves y debilitantes en distintas partes de su cuerpo. Este fue el motivo por el que, al terminar su magnum opus, escribió: «¡Espero que la burguesía recuerde mis forúnculos hasta el día de su muerte!»
Los últimos dos años de su vida fueron especialmente difíciles. Marx sufrió muchísimo las pérdidas de su esposa y su hija mayor y tenía una bronquitis crónica que a veces llegaba a convertirse en pleuritis. Luchó en vano para encontrar un clima que le brindara las mejores condiciones para recuperarse, y viajó, solo, por Inglaterra, Francia e incluso Argelia, en donde emprendió un largo período de complejos tratamientos. El aspecto más interesante de esta parte de la biografía de Marx es la sagacidad, siempre acompañada de una especial disposición para la autoironía, con la que demostró enfrentar las flaquezas de su cuerpo. Las cartas que le escribió a sus hijas y a Engels, cuando sintió que el fin estaba cerca, evidencian su costado más íntimo. Revelan la importancia de lo que él llamaba «el mundo microscópico», comenzando por la pasión vital que tenía por sus nietos. Muestran las consideraciones de un hombre que atravesó una larga e intensa existencia y llegó a evaluarla en todos sus aspectos.
Los biógrafos deben relatar los sufrimientos de la esfera privada, especialmente cuando son relevantes para comprender mejor las dificultades que subyacen a la escritura de un libro, o los motivos por los cuales un manuscrito permaneció incompleto. Pero también deben saber dónde detenerse y evitar la profundización de una mirada indiscreta centrada exclusivamente en los asuntos privados.
Una gran parte del pensamiento tardío de Marx está contenido en cartas y cuadernos. ¿Debemos atribuirles a estos escritos el mismo estatus que a las obras mejor logradas? Cuando afirmaste que la escritura de Marx es «esencialmente incompleta», ¿estabas pensando en algo así?
El capital quedó incompleto debido a la agobiante pobreza en la que Marx vivió durante dos décadas y a sus constantes enfermedades, que no dejaban de estar vinculadas a aquellas preocupaciones cotidianas. No hace falta decir que el objetivo que se había planteado —entender la naturaleza general del modo de producción capitalista y describir sus tendencias generales de desarrollo— era extraordinariamente difícil de cumplir. Pero El capital no fue el único proyecto que quedó incompleto. La autocrítica impiadosa de Marx dificultaba todavía más sus proyectos y la enorme cantidad de tiempo que empeñaba en estos trabajos antes de publicarlos se debía al rigor extremo al que sometía a todo su pensamiento.
Cuando Marx era joven, era reconocido entre sus amigos de la universidad por su meticulosidad. Hay historias que lo pintan como alguien que se negaba a escribir una frase si no era capaz de demostrarla de diez formas distintas. Este fue el motivo por el que el prolífico estudiante de la izquierda hegeliana publicó, en fin, menos que muchos otros. La creencia de Marx de que su información era insuficiente y sus juicios inmaduros le impedía publicar escritos que tuvieran la forma de bosquejos o fragmentos. Pero este es también el motivo por el cual sus notas son muy útiles y deberían ser consideradas una parte integral de su obra. Muchos de estos esfuerzos incesantes tuvieron consecuencias teóricas extraordinarias en el futuro.
Esto no significa que sus textos incompletos tengan el mismo peso que los publicados. Distinguiría cinco tipos de escritos: obras publicadas, manuscritos preliminares, artículos periodísticos, cartas y cuadernos de extractos. Pero deben hacerse distinciones incluso al interior de estas categorías. Algunos de los textos publicados de Marx no deberían ser considerados como la última palabra sobre el tema del que tratan. Por ejemplo, el Manifiesto del Partido Comunista era considerado por Engels y por Marx como un documento de juventud y no como el texto definitivo que exponía sus principales concepciones políticas. También debemos recordar que los escritos de propaganda política y los científicos no siempre son compatibles.
Desafortunadamente, los errores de lectura que surgen de estas dificultades son muy frecuentes en la bibliografía secundaria sobre Marx. Esto por no mencionar la ausencia de cualquier dimensión cronológica que afecta a muchas reconstrucciones de su pensamiento. Los textos de los años 1840 no pueden ser citados de manera indiscriminada junto a los de las décadas de 1860 y 1870, dado que no tienen el mismo peso en cuanto a conocimiento científico ni a experiencia política. Algunos manuscritos fueron escritos por Marx para uso personal, mientras que otros eran efectivamente materiales preliminares para libros que serían publicados. Marx revisaba y actualizaba algunos con frecuencia, mientras que otros habían sido abandonados sin que existiera ninguna posibilidad de retomarlos (en esta categoría entra el tomo 3 de El capital). Algunos artículos periodísticos contienen reflexiones que deben ser consideradas como complementos de los libros de Marx. Otros, sin embargo, fueron escritos rápidamente para ganar algo dinero y pagar el alquiler. Algunas cartas presentan la verdadera perspectiva de Marx sobre los temas discutidos. Otras contienen una versión suavizada, porque estaban dirigidas a gente de fuera de su círculo, con la que a veces era necesario expresarse en términos diplomáticos.
Por todos estos motivos, está claro que comprender la vida de Marx es indispensable para entender adecuadamente sus ideas. Por último, existen alrededor de 200 cuadernos que contienen resúmenes (y muchas veces comentarios) de los libros más importantes que Marx leyó durante el largo período que abarca de 1838 a 1882. Son esenciales para entender la génesis de su teoría y esos elementos que fue incapaz de desarrollar con el detalle que hubiese deseado.
Lo que Marx pensó durante los últimos años de su vida se encuentra principalmente en estos cuadernos. Es cierto que son muy difíciles de leer, pero nos brindan acceso a un tesoro precioso: no solo las investigaciones que Marx logró terminar antes de morir, sino las preguntas que se planteaba. Algunas de sus dudas pueden llegar a ser más útiles hoy que algunas de sus certezas.
Marcello
Musto